Un contexto histórico

Se cumplen 25 años de la caída del Muro justo cuando en este país todo parece resquebrajarse otra vez como una cáscara caduca bajo el empuje de la idea de que surgirá algo nuevo más acorde con nuestras aspiraciones y derechos de ciudadanos. Y fue precisamente hace 25 años cuando lo indie empezó a asomar en España. Cuando en 1992 emerja ya claramente le dará tiempo a contemplar la caída final del telón de acero. Por aquel entonces, muchos de los jóvenes de la Europa del Este basaban su inconformismo en ser nosotros: habitantes de un país del que se decía, había hecho una transición ejemplar a la monarquía constitucional, la democracia y el Mercado. Querían nuestra integración en Occidente, nuestro crecimiento basado en privatización, nuestros grandes almacenes, nuestras discotecas y fiestas mayores con grupos modernos, amenos e híper profesionales y ex cantautores protesta tocando gratis a cambio de cachés estratosféricos, cocaína y Dom Perignon. Querían el estado de bienestar de nuestra socialdemocracia ya casi roída hasta el hueso por las premisas del neoliberalismo, nuestros solares para pelotazos, los despachitos, tinglados y subvenciones de la CEE. Seguía siendo un país para turistas, de servicios y empezaba a serlo de ETTs. En 1992 es el país de las Olimpiadas de Barcelona, la Expo de Sevilla, el V Centenario y Madrid Capital Europea de la Cultura. Una cultura oficial que agitaba en la coctelera su mezcla de empuje institucional e iniciativa privada en pos del máximo botín. La cultura a menudo significaba imagen de normalidad occidental, entretenimiento y fiesta, turismo... y dinero.

En cuanto a la música Pop, el boyante desarrollo de la Movida no había terminado dando lugar a una red de lugares para la creación y el intercambio artístico de la música, ni siquiera de salas de conciertos o infraestructuras que facilitaran el tejido cultural, sino a un predominio de los sellos multinacionales y del erario público. El soporte de un negocio que sus beneficiarios directos (industria-intermediarios, músicos consagrados y medios) no tenían intención de soltar. Las inventivas e inspiradas propuestas del Pop de los primeros años 80 cada vez sonaban más a dictado de los ejecutivos, a manido y a falso. Es el tiempo de la tormenta perfecta para lo mainstream, que cuenta con el apoyo de grandes grupos mediáticos sustentados ya no sólo en la ubicua radio fórmula sino en buena parte por las TV privadas activadas en 1989.  ¿Será verdad que Jon Secada fue el músico más importante en la España de 1992?

 

Universidad

Y también un país de estudiantes. Pese a la crisis industrial y a las tasas de paro de entre el 18 y 22% a principios de los 90, los niveles de renta habían sido lo suficientemente altos como para terminar de asentar a una clase media extensa compuesta por desiguales estratos pero con numerosos ámbitos de interrelación. Uno de ellos fue precisamente la Universidad, donde la representación de la variedad social era muy amplia. Según los sociólogos, durante la primera mitad de los 90, hacia el 70% de los menores de 20 años estudiaba y más de la mitad de los de edad universitaria eran universitarios. El millón y medio de matriculados en 1994-95 indica que lo universitario era expectativa social habitual para amplias capas de la población y había perdido su carácter minoritario propio de la clases favorecidas para convertirse en algo no total pero sí masivo. Padres y jóvenes lo veían como una fianza para el futuro empleo. El poder como una forma de mantener la paz social. Los jóvenes como una forma de ganar tiempo, de seguir viviendo bien sin enfrentarse a las responsabilidades adultas ni a esas brutales tasas de paro bien manejadas por ETTs que les esperaban fuera.

 

La juventud y la política

El empoderamiento ciudadano, la mera indignación, el no nos representan e incluso el otro mundo es posible estaban muy lejos, hasta para los más concienciados y politizados (faltan nueve años para la Contracumbre del G8 en Génova). La propaganda del discurso del mejor de los mundos y del fin de la Historia (Fukuyama publica su libro en 1992) había calado masivamente, en parte apuntalada por las primeras oleadas de inmigrantes esperanzados y la caída del Bloque del Este. En 1992 buena parte de la juventud parecía descontenta y confusa ideológicamente y no se fiaba un pelo de su futuro, pero aún podía llevar un buen tren de despreocupada y hedonista vida sobre todo a costa de sus mayores. Su desconfianza e irritación hacia la clase política se transformaban muchas veces en una apatía similar a la de unos adultos mayoritariamente sólo preocupados por la seguridad (y el terrorismo) y la economía (y la inmigración). Es un país donde la política es identificada por la mayoría con la dinámica electoral y de partidos, donde la corrupción ya había aparecido a lo grande pero aún se percibía como algo relacionado con la batalla electoral y de los medios. Hablamos de un momento de zozobra y casi derrumbe de las organizaciones a la izquierda de la socialdemocracia. Las vías anarquistas y anti-sistema (okupación, centros sociales, antimilitarismo de objeción de conciencia e insumisión…), los movimientos independentistas más o menos ligados a la violencia, eran los principales modos de activismo político contra-poder para los jóvenes en España. Estaban el anti-racismo y los voluntariados en ONG’s pro-derechos humanos o ecologistas pero, en general, en ese tiempo la política tomada en serio significaba militancia y parecía exigir dedicarse a ello. La inmensa mayoría de la música española en 1992 esquivaba cualquier cuestión política. Eso era cosa de humoristas y radicales. El cine social español aún tardará en llegar.

 

Extracción social de lo indie

Esta introducción al contexto parece necesaria para situar nuestro asunto. Los indies salen de entre esa multitud procedente de muchos sitios, de esa universidad como símbolo de la clase media extendida o como ámbito de relación interclasista en lo común, como prefiera mirarse. Son una minoría compuesta sin jerarquías por gente que hace cosas relacionadas con la música (toca, escribe, edita, programa conciertos) y gente que las apoya y disfruta. Comparten parcialmente espacio social con otros más o menos integrados en tendencias sociológicas del gusto y la actitud estética y musical, pero no terminan de encajar en ninguna de las casillas sociales establecidas, ni en ninguna de las formas de resistencia estética y ética promovidas por las tribus urbanas existentes. Personas que llevan posiblemente desde su adolescencia descontentos e insatisfechos con los roles sociales y el entretenimiento y espectáculo asociado que se les plantea. Que quizá han sido algo antes (cultivando señas de identidad siniestra, mod, punk, heavy, pija, hardcore, rockera…) pero que ya no son nada concreto. Y que optan por la curiosidad hacia modelos poco transitados e híbridos de estética y ética pronunciadas como modo de sobrevivir a una realidad cultural y política que no les representa. No son los primeros, claro. Los insulares de lo alternativo continúan lo que ya otros muchos grupos de jóvenes hicieran antes en décadas anteriores en otros países y hasta de modo muy escaso en España. Algo que de hecho, cierta élite (aquí sí) anticipó en España en el momento de la Transición. En plena burbuja de democracia y de supuesto crecimiento económico, en que el país que gobierna González es expuesto como rutilante ejemplo internacional a los que se liberan de la opresión y la pobreza, lo indie en los 90 es uno de los pocos gritos (el más informal y menos consciente, quizá) de que el rey, como poco, va en ropa interior.

 

Lo indie, anti tribu urbana

No es la indiferencia ante su realidad lo que define a ese excedente dentro de una clase media extensa. La indiferencia está generalizada en la sociedad. Lo que les define es la diferencia propia de los raros de la clase, casi se diría que los freaks, que no sólo no siguen el camino asfaltado sino tampoco el de otras formas de disidencia juvenil autorizadas. Los curiosos e inquietos que no se identifican con las señas de identidad marcadas empiezan a reconocerse, encontrarse y reunirse pero no se plantan como otra tribu urbana más. De hecho los pobladores de lo indie en España conforman lo contrario de cualquier tribu, cuya existencia parte de la singularización mediante la identificación con un código más o menos estricto. El elogio de la diferencia en lo alternativo se plantea como algo abierto, caprichoso, bastante sujeto a los cambios de tendencia, a los nuevos descubrimientos y muy plural y permeable. Un cierto batiburrillo postmoderno, sí, pero también un atisbo de democracia real. 

Si se puede encontrar en lo indie la clase de superioridad propia de cualquier tribu urbana es precisamente en su valoración del ensanchamiento del interés estético mediante estar informado, puesto, más que en lo selecto y preciso de la selección que tal gusto lleva a cabo. El integrante de lo alternativo se vanagloria de ser de los que agrandan su gusto más allá de los dictados del mercado y los medios, que tienen curiosidad, que siguen buscando en lo que no es obvio, no es conocido, no está saliendo por los altavoces más grandes del sistema, que no se frenan en categorías, ni siquiera dentro de lo alternativo. Resulta difícil encontrar superioridad del gusto en algo que cualquiera puede asumir y hacer. Lo indie es más de esponjas que de erizos.

 

Encuentros en las afueras de lo común

Su horizontalidad y accesibilidad es lo que convierte a lo indie en un punto de encuentro de gente con un enfoque de la vida, ideas e incluso pasiones musicales y estéticas a veces tan dispares o incongruentes. Llegar a lo indie no implica cuestionar la propia militancia política, dejar de ser poeta, jugador de fútbol, ni estar de acuerdo en cuál es el mejor disco, ni estilo musical, ni siquiera significa desestimar todo lo anterior, ni el mainstream. Porque, pese a lo que se suele decir y es fácil pensar de primeras, lo indie en España está muy lejos de ser un monolito. Desde sus orígenes es tan variopinto e impreciso como la música de los grupos de la gira Noise Pop de 1992 o como la casete del asturiano fanzine Waco de 1994. Tanto como los catálogos de los primeros sellos, que apenas parecen compartir nada en sus gustos y opciones estéticas excepto ese situarse al margen de la norma impuesta por la industria, los mercados y lo vendido a la extendida clase media a golpe de marketing. Decimos llegar a lo indie porque, de hecho, así parece funcionar la cosa. Chicas y chicos que caminan guiados por su curiosidad estética desatados de los corsés culturales para llegar a las afueras, donde se encuentran. Y ese lugar no está en el centro de nada, como puede verse incluso hasta en el origen geográfico tan poco centralista. Quiero decir que quizá sea alegórico que la gente que muchas veces casi sin darse cuenta desemboca en lo indie en los primeros años proceda de pueblos y ciudades anestesiadas de Euskadi, León, Asturias, Zaragoza, Granada, Sevilla, Valencia, Albacete…

El punto de encuentro está en las afueras de lo común. En ese al margen de lo dictado por el floreciente mundo nuevo que anhelan los otros (los del Este, los inmigrantes) y que desde lo alternativo se ve marchito y de segunda mano. Y con un futuro suicida. Su concepto de diferencia puede verse como propio de la juventud occidental de clase media de toda época, pero quizá en su esencia no sea tan distinto del que alimenta a otros movimientos de liberación social. Y el encuentro se da tras la búsqueda casi privada de información que muestre conexiones en la música, redes de sentido, nuevas figuras que habían pasado por alto. Lo indie es tan variado como las muchas fuentes apócrifas, sugerencias y contraseñas de donde es asimilado. Un entramado de referencias que es casi un puzle. Por eso tienen tanto tirón los cientos de fanzines, las revistas y programas de radio que suministran información y orientación. En lo indie se vuelve necesario hablar mucho, sobre todo de música y estética, porque esa confrontación e intercambio de información son necesarias para hacer el viaje subterráneo.

A la vez, la calle a la que mira y que retrata lo indie no es la que se ve desde las ventanas de las casas sino otra ensoñada en el ancho mundo subterráneo que hay más allá de lo interpuesto por lo medios, por la burocracia adocenada del mercado. Es algo que comienza a desenvolverse en la intimidad del solitario o la pequeña sociedad secreta, a refugio en la privacidad del hogar de clase media, precisamente para evadirse de ese mismo hogar de clase media y de su exacta, dudosa y complaciente cotidianidad. Lo alternativo se recarga en woolfianos cuartos propios con la radio, el aparato de música y algunas páginas impresas, dando cuerda al mecanismo tardo-adolescente pop tan común a otros de su generación y de siempre. Pero siguen el mapa de una furiosa curiosidad e insatisfacción estética, y su tesoro no es tanto la distinción de pertenecer a una aristocracia del gusto cuanto algo común a los amantes de cualquier otra clase de música o de arte: la emoción intensa, la inmersión en música que llegaba al alma y que volaba la cabeza.

 

Resistencia-disidencia

A menudo se caracteriza lo indie como algo surgido de un entorno clasista y acrítico, cuando no abiertamente elitista, compuesto por universitarios adinerados indiferentes a la realidad social de su época, cuya actividad principalmente copiada del extranjero no permitía ver qué estaba ocurriendo en España en ese momento. Bajo este otro punto de vista desde el que intentamos sacar una imagen: ¿no parece un poco lo contrario? Podría evocar precisamente a parte de esa clase media extendida que anhelaba salir de su modorra y ceguera hacia aquello en lo que se estaba convirtiendo la sociedad, de su canal de la Transición política y el gran entretenimiento. La parte más ociosa (estudiantes) y desubicada, que buscaba fuera de sí la disidencia mediante la emoción estética, el arrebato, el viaje, la poesía, el arte... hallados lejos de los códigos sociales propios de su clase. Si se trataba únicamente de evadirse y evitar cualquier responsabilidad social, ¿no había otros muchos modos de hacerlo, otros grupos sociales a los que unirse sin inventarse nada? Entonces, ¿no podría verse lo indie en España en los primeros 90 como un pequeño motín anti-burgués surgido desorganizadamente, abiertamente y a ciegas desde dentro hacia afuera? ¿Algo que, igual que otros segmentos juveniles hicieran muchas veces antes, adoptó como reivindicación los términos peyorativos y minoritarios de su momento? ¿Acaso es ese orgullo de ser un raro, emocionarse con algo que no es música sino ruido, preferir lo amateur, lo cutre y de baja fidelidad, lo ingenuo, lo que no tiene futuro comercial y hasta parece de otro lugar, una forma de resistencia, de apartarse para empezar de cero, a lo que desde arriba se ha ordenado que debe ser lo escuchado, el ocio y el camino a seguir en la vida? ¿O es sólo un caprichoso episodio más de la vieja lucha por la autenticidad de la música pop?

Quizá una de las cosas en que mejor se vea como resistencia al sistema y disidencia está en su ir contra lo empresarial, lo economicista, lo práctico, lo ganador y de interés general. Precisamente esos signos para lo que la generación de los nacidos en España a partir de 1970 había sido programada y que flotaban en el aire como el perfume de una promesa: escoger los estudios con salidas, no llamar demasiado la atención entre la masa de competidores pero ir trepando siendo listo, para enriquecerse y así triunfar. La cultura dominante era cerrar los ojos, forrarse y tocar poder, y viceversa. Lo alternativo en España en sus orígenes temporales y principios éticos parece ir precisamente en sentido contrario a ese carril de alta velocidad de la meritocracia neoliberal. La contraseña es el cualquiera puede hacerlo y hazlo si quieres del Punk y posteriores. Una canción, tocar, cantar, un fanzine, montar un sello... fuera de toda competitividad y de afán de lucro. Como forma de vivir pero no de trabajar. El amateurismo, o sea el hacer con pasión sin buscar recompensas, fue la categoría y la forma de resistencia y rechazo principal. Mientras fue indie, fue amateur. Al dejar de ser amateur, no siempre pero muchas veces dejó de pertenecer a lo indie y en ocasiones pasó a engrosar el mismo sistema que rechazaba.

 

Nichos

Así, lo que vino después del Big Bang alternativo fue otra cosa. Quizá puede verse como una organización en galaxias y sistemas planetarios del primer estallido de materia y energía pero habrá quien lo vea como progresiva corrupción del fundamento más ético que estético. Después de los primeros destellos, primero las multinacionales experimentaron con lo indie, aunque eso no pareció debilitarlo porque, pese a las críticas de cierta parte más purista del público (el que más empezaba a parecerse a una tribu urbana), ello no hizo peores o menos alternativos a los grupos sino seguramente lo contrario. Luego, poco a poco, la cultura oficial (como la película Historias del Kronen) percibió las posibilidades de lo indie para explicarse un poco una parte de la juventud que no terminaba de entender. Y no tardaron en llegar las marcas para convertir aquello en sintonía para productos de consumo. Incluso antes de Generación Next de Pepsi ya estaban por allí y no pensaban irse jamás.

No parece casual la coincidencia en cierto momento, hacia 1996-97, de las grandes ventas de Dover, el insistente aroma a buscador de éxito en algunos sellos y músicos, el acoplamiento de los fanzines a los medios especializados, el establecimiento de ciertos barrios de Madrid y Barcelona de nuevo como centros donde hay que estar, la ampliación de los festivales a talla XL, el indie como tendencia en el vestir, y esas batallas en torno a la autenticidad entre secciones, a partir del surgimiento de un nuevo pop nada tonto y más autoconsciente que aparece como una nueva sacudida interna reivindicando cosas en parte distintas, más alegres y más cercanas (el castellano, el costumbrismo, la herencia de la movida…) Llegado a este punto, parte de eso ya consolidado como el Indie español, parece por momentos querer uniformizar lo alternativo y compartimentarlo, para llevarlo desde el terreno de lo indagador al de lo especializado (público, músicos, sellos, publicaciones), de las etiquetas, los nichos del mercado. Da la sensación de que la creación artística de música al margen, que había sido lo importante, lo central, es desplazado por la actitud, el aspecto, el texto y el éxito. Y en eso lo indie a veces deja de ser. En cualquier caso, cuando llega ahí, su ruptura con la sensibilidad heredada, su aspecto de desafío (tan controlado como los de otras épocas) ya ha calado y conseguido un espacio, un lugar, un humedal en el que proliferar. Y lo hará.

Pero ¿qué distinguía su diferencia? ¿Tuvo unas señas de identidad, de estilo? ¿Qué decía? ¿Por qué necesitó mirar tanto a lo de fuera? De hecho, ¿cuánto tuvo de ruptura con lo heredado y cuánto de copia? De eso, y de su ingenuidad y narcisismo, de si anticipó algo y ha dejado alguna lección valiosa hablaremos próximamente.