Hamburgo, abril de 1945. Arthur Kingsley lidera una unidad internacional de soldados experimentados en una operación tras las líneas enemigas. Abordan un tren con destino a los astilleros en pos del proyecto Fénix, una iniciativa nazi que parece estar siendo desarrollada al margen de los principales mandos jerárquicos del régimen. La operación acaba siendo un fracaso y son capturados por el general Freisinger, el despiadado director de la Gestapo, que los traslada a Berlín para someterlos a un interrogatorio mientras intenta ganar tiempo para poder activar el misterioso proyecto. Los interrogatorios hacen que los miembros del equipo comuniquen sus hazañas en los distintos frentes: Lucas Riggs en el norte de África, Wade Jackson como piloto en el Pacífico, Polina Petrova en la batalla de Stalingrado y por último el propio Arthur Kingsley en la operación Tonga, previa al desembarco de Normandía. Conforme el Tercer Reich se desmorona a su alrededor y los rusos golpean las puertas de la capital alemana, se ven obligados a darle la vuelta a la situación y tratar de descubrir los secretos del proyecto Fénix y el plan de Freisinger para evadir el colapso del régimen nazi.

Sledgehammer Games ha tenido cuatro años para desarrollar este juego después del lanzamiento de Call of Duty: WWII (2017), un tiempo mayor de lo habitual para entregas de la serie. En teoría, el juego debería haber salido el año pasado, pero su lugar lo ocupó Black Ops Cold War (2020) por supuestos serios problemas de compenetración con Raven Software. A pesar de contar con un ciclo de desarrollo más extenso, tampoco se percibe de manera clara, quedando en una entrega menor de la serie. Desde el punto de vista narrativo, el estudio ha intentado hacer algo más original, un esquema con mucho potencial pero que a la postre se revela como un simple prólogo para presentar a los personajes principales. Las campañas de Call of Duty suelen ser experiencias cortas e intensas, con altos valores de producción y magras, sin nada de grasa. Se desarrollan como una película de Hollywood, con una estructura en tres actos que funciona como un reloj. Vanguard es diferente. El foco está centrado en las cuatro campañas de los personajes principales, con los hechos de 1945 en el cuartel general de la Gestapo funcionando como interludios que tampoco aportan mucho. La conducta de Freisinger es completamente errática. Con todo el régimen nazi en caída libre, no tiene ningún sentido que dedique recursos a interrogar a los miembros de la unidad, algo que alterna con asesinatos arbitrarios que no cumplen otra función que causar impacto en el jugador. 

Story Trailer | Call of Duty: Vanguard

Por mucho que la estructura narrativa global se quede coja, hay cosas que destacar de la campaña. La batalla de El Alamein es realmente impresionante, con el destacamento australiano, las ratas de Tobruk, inundando las trincheras alemanas mientras el avance de los carros de combate por encima provocan temblores sísmicos en todo el desierto. Las cosas cambian de tercio en Midway, con una batalla aérea absolutamente caótica y un vértigo visceral al protagonizar las caídas en picado para poder bombardear los portaviones japoneses. Sin embargo, el segmento más inspirado es el que concierne a la batalla de Stalingrado. Polina Petrova está inspirada en Lyudmila Pavlichenko, una francotiradora del ejército soviético a la que se le atribuyen 309 muertes confirmadas, record histórico para una mujer. Sirvió en Odessa y en Sebastopol, por lo que se han tenido que tomar licencias para alterar el personaje, pero la intención de homenajearla es evidente. Petrova está interpretada por Laura Bailey, una actriz que en los últimos años ha ido ganando tracción como un auténtico referente en la industria y que aquí vuelve a hacer un trabajo estelar, incluido un acento ruso muy convincente y que nunca resulta paródico. Su historia comienza en un remanso utópico de felicidad doméstica previa a la invasión. Tras el bombardeo de la Luftwaffe, sin embargo, la atmósfera se transforma en una de terror. Petrova puede colarse por espacios ajustados y escalar paredes, lo que permite un diseño de niveles mucho más interesante, menos lineal, con un amplio margen de maniobra para tender emboscadas y aprovechar las distancias para sacarle partido a su mira telescópica. 

Call of Duty Vanguard luce un apartado audiovisual espectacular. La secuencia inicial, con una lluvia torrencial en un tren a toda velocidad mientras las llamas consumen Hamburgo en el horizonte nocturno, es profundamente evocadora. La banda sonora de Bear McCreary es la más diversa que recuerdo en un juego de estas características, con una sección de cuerda que en varias ocasiones toma el protagonismo para trasladar el lamento del pueblo ruso aplastado por la máquina de guerra nazi y su heroica porfía que acabó significando un punto de inflexión en el curso de la guerra. Las armas suenan con una fuerza demoledora, poderosas en sus rigores mecánicos. Es una pena la falta de pulido general, con breves congelaciones y animaciones fuera de sitio que, si bien nunca llegan a afectar de manera seria al juego, sí deslucen el resultado final. En última instancia, el principal problema de Vanguard es que su reducido metraje juega en su contra, quedando como un prólogo donde se conforma al equipo protagonista y nada más. Pasable, pero lejos del triunfo que supuso Modern Warfare (2019).

@borjavserrano