La exposición que la Fundación Canal ha abierto en su espacio comprende casi medio siglo de historia de los videojuegos. Resulta muy ilustrativa porque permite experimentar la sorprendente evolución de un medio que durante sus inicios no hacía más que dar tumbos de mala manera. En 1983, tras el gran crash de los videojuegos que llevó a enterrar miles de copias de juegos de Atari en el desierto de Nuevo México, las cosas podían haber tomado un giro dramático. Gracias a la incursión que la familia Yamauchi hizo en el medio se salvaron los muebles. No es exagerado proclamar que Nintendo rescató a la industria del videojuego de la catástrofe. Los ingresos en Estados Unidos pasaron de los 3.200 millones de dólares en 1983 a tan solo 100 millones dos años más tarde, un descenso del 97%. Durante las dos últimas décadas del siglo XX el mercado de las consolas perteneció casi en exclusiva a las compañías japonesas. Atari había arrasado la industria americana con una política agresiva que le llevó a saturar el mercado en tiempo récord, y en Nintendo tomaron medidas para proteger el ecosistema. Gracias a las exigencias de calidad de la compañía de Kyoto se empezó a configurar los parámetros del diseño de videojuegos, un lenguaje y una cultura que de una forma u otra han pervivido hasta nuestros días.

Una de las cosas que hacen tan complicado el mundo de los videojuegos para los neófitos es la velocidad demencial a la que se han desarrollado los avances. Aunque hay un evidente hilo conductor que conecta Spacewar! y Pong con Call of Duty y Death Stranding, un juego de los años 70 por sí mismo apenas puede anticipar en lo que se iba a convertir el medio en las décadas venideras. A grandes rasgos existen dos dimensiones evolutivas: por un lado la más unida al trasfondo tecnológico, y por otro la de los géneros. Quizá la revolución más acusada se dio a mediados de los 90, con la implantación de los gráficos tridimensionales, pero hasta entonces se habían sucedido revoluciones más pequeñas, cada cuatro o cinco años, que fueron ampliando el campo de posibilidades de expresión de los diseñadores. Las consolas pasaron de poder reproducir líneas, a píxeles y sprites; de 16 colores a 256 (los 8 bits o los 16 bits), y el sonido pasó de unos efectos muy básicos a verdaderas melodías polifónicas. Conforme los desarrolladores ampliaban su caja de herramientas empezaron a experimentar, creando nuevos géneros, algo que cambia por completo la forma de interactuar con la pantalla.

Los juegos que Game On ha destacado en el suelo de la exposición cuentan con un lugar privilegiado en la memoria de muchos aficionados, pero también se han erigido por méritos propios en referentes del medio, hitos cuyos avances han definido los videojuegos de hoy en día. The Legend of Zelda: Ocarina of Time (1998) fue la primera incursión de la saga de Nintendo en el espacio de las tres dimensiones, pero todo un tratado de diseño sobre cómo hacer las cosas. La Nintendo 64 no contaba con un segundo joystick para controlar la cámara, algo que damos por sentado hoy en día, y los gráficos son tan borrosos que se hace difícil pasar un tiempo prolongado mirando la pantalla; pero algo tan básico como fijar la cámara a un personaje concreto usando un solo botón reordena todo el mundo virtual de Hyrule. Half-Life 2 (2004) basó gran parte de su diseño en su potentísimo motor de físicas, creando nuevas formas de poder resolver sus distintos puzles y desafíos, abriendo un camino de diseño donde las soluciones no tenían que estar planificadas por los creadores de videojuegos, sino que se abrían a la ingenuidad de los jugadores, que en muchos casos podían manipular las leyes del mundo para superar los obstáculos en manera imprevisibles.

La exposición incluye decenas de títulos jugables, y todos o bien han significado cambios tan importantes como los mencionados o se han convertido en un símbolo de la excelencia formal a la que puede llegar el medio. En estas décadas los videojuegos también han cambiado mucho. De los salones recreativos han pasado a los salones domésticos, y de ahí, en algunos casos, a los grandes estadios donde se realizan las competiciones de e-Sports. Aunque la progresión tecnológica sigue en marcha, también es cierto que sus efectos no son tan extensivos. Estamos entrando en un período donde las principales barreras han sido superadas. Pero los primeros 50 años que recorre la exposición de la Fundación Canal y Barbican International Enterprises han configurado un medio de masas que en varios momentos podría haber definido su evolución de maneras muy diferentes. Resulta encomiable ver este esfuerzo por la preservación de una historia incipiente, que muchas veces ha sufrido la cortedad de miras de las empresas del sector, pero que es fundamental para explicar el mundo actual. Es difícil contextualizar una historia tan compleja, con tantos tecnicismos desperdigados por doquier, pero la instalación museística ha hecho un gran trabajo a la hora de presentar una visión coherente del medio, con un afán didáctico muy necesario para ir revelando al gran público por qué los videojuegos han tomado el mando de la cultura del siglo XXI.

@borjavserrano