Desde que en junio de 1984 Alekséi Patjinov creara Tetris en el seno de la Unión Soviética, el juego de puzles ha vendido más de 170 millones de unidades en la práctica totalidad de plataformas disponibles, desde los ordenadores ochenteros como Amiga o Commodore a los teléfonos móviles o calculadoras. Es sin lugar a dudas uno de los juegos más famosos de la historia, parte esencial de la cultura popular de finales del siglo XX y el principal motivo por el que la Game Boy de Nintendo triunfó de manera incontestable. Después de más de tres décadas, el concepto jugable, sencillo pero repleto de posibilidades, se ha mantenido más o menos inalterado, con muy pocas variaciones sustanciales que realmente hayan calado en el público. Resulta por lo tanto todavía más sorprendente que una versión más del legendario juego haya llamado la atención de esta manera, elevándose por encima de otros títulos para convertirse en uno de los juegos más laureados del pasado año 2018.

El efecto Tetris hace referencia a cómo la gente, después de haber dedicado un gran número de horas a una actividad concreta, empieza a perfilar sus pensamientos, imágenes mentales e incluso sueños con el modelo de esa actividad. La condición lleva el nombre de Tetris porque una de las consecuencias que se observaron en las personas que habían desarrollado un hábito en torno al juego era que empezaban a organizar las formas del mundo real siguiendo los parámetros del puzle. En algunos casos, la presencia de los tetrominós (las piezas de Tetris formadas por cuatro cuadrados) inundaba su campo visual cuando cerraban los ojos, o momentos antes de sucumbir al sueño en forma de alucinaciones hipnagógicas. Partiendo de este concepto, Tetsuya Mizoguchi ha trabajado durante los últimos años en aplicar su estilo particular de juegos basados en el sonido interactivo a una interpretación en clave de realidad virtual. El resultado es una experiencia transformadora, que reúne las características y las ambiciones de las instalaciones museísticas de vanguardia, pero que al mismo tiempo presenta una sensibilidad futurista que bascula entre un recogimiento cuasi místico y la euforia más desatada.

Sobre el papel Tetris Effect puede parecer una versión más del popular juego, solo que esta vez al ritmo de la música y con un interesante espectáculo de luces alrededor. Pero la realidad va más allá. Es posible disfrutar del juego entero de manera convencional, pero el modo VR es sin duda donde el título explota todo su potencial. El viaje sensorial que propone la obra de Mizoguchi tiende un puente entre los cálculos metódicos y precisos en el ámbito de la visión espacial con la incitación de un amplio espectro de emoción pura, donde el diseño de sonido dirige con maestría la elaboración de una tensión creciente, los clímax y los descensos, en un relieve de picos y valles muy comprehensivo. El impacto que causa el juego durante los primeros compases, al experimentar en primera persona la forma en que el sonido y los efectos responden con vigor a las acciones mecánicas, cómo premian en cierta manera los aciertos y los momentos de habilidad, pero siempre de manera fluida y natural, revela la excepcionalidad de una propuesta única y una faceta, otra más, de la realidad virtual a la hora de expandir los horizontes de creadores de cualquier disciplina.