Dirk Kurbjuweit es el actual redactor jefe del prestigioso diario alemán Der Spiegel. Antes de llegar a ocupar ese puesto ostentó varios cargos en el rotativo —reportero, director de la oficina de Berlín y subdirector— al que llegó tras desempeñarse como periodista en el semanario Die Zeit.

Ese cambio de aires —dejó Die Zeit en 1999— comportó un cambio de residencia. A principios de los 2000 se mudó con su familia a las afueras de Berlín. Eran gente corriente de clase media incrustada en un barrio suburbial como tanta otra. Hasta ahí todo normal. En los traslados existe, sin embargo, un condicionante externo cuyo impacto no se puede calibrar hasta que es demasiado tarde.

La nueva zona puede ser tranquila. La casa espaciosa y acogedora. La mudanza complicada, y más o menos larga. Son cosas que cualquiera que haya puesto en riesgo su estabilidad mental y familiar marchándose a una nueva casa sabe o, por lo menos, asume. De lo que no se puede estar seguro jamás es de los vecinos. No se empieza a conocerlos hasta que ya es demasiado tarde. Hasta que el contrato del alquiler ya ha sido firmado o se ha ejecutado la compraventa. Ahí ya no hay vuelta atrás.

Dirk Kurbjuweit y su familia lo comprobaron en sus carnes cuando descubrieron que su vecino de abajo era un acosador. Así lo cuenta el propio periodista: “Intentó entrar en nuestro piso una noche que mi mujer estaba sola con los niños. Escondió una escalera bajo la ventana de nuestro dormitorio y sospechamos que la usó para espiarnos por la noche.

Hacía esas cosas, decía, para proteger a nuestros hijos, porque nosotros estábamos abusando de ellos, algo que le contó a nuestros vecinos y a la policía. Le escribió un poema de amor a mi mujer, en el que fantaseaba con matarla. Durante unos meses vivimos un infierno”.

Pasado el mal trago, el otrora reportero decidió sacarle partido a tan angustiosa experiencia y, a partir de esa premisa extraída de la cruda realidad, construyó una ficción que dio pie a la novela Fear, publicada en 2013, y que ahora el guionista Mick Ford (Living the dream, Safe) y el director Justin Chadwick (Las hermanas Bolena, Mandela: del mito al hombre) adaptan en forma de miniserie de 3 episodios que Filmin estrenó esta misma semana.

Aquí, la familia constituida por Martyn Berwick (Martin Compston), un arquitecto que ha trasladado a su prole a Glasgow donde se supone que le espera el trabajo de sus sueños, y su esposa Rebecca (Anjli Mohindra), que ha abandonado su carrera como investigadora genética para cuidar de sus dos hijos, se trasladan a una casa enorme huyendo del bullicio de Londres mientras buscan nuevas oportunidades.

En el semisotano de su lujosa vivienda, en unas dependencias que antes estaban destinadas al servicio, vive Jan (Solly McLeod), un joven retraído que se gana la vida con las criptomonedas y que se presenta como alguien tímido y amable.

Acto seguido, en parte fascinado por Rebecca —en esa manifestación tan típicamente masculina que lleva a confundir la cordialidad con el interés, la simpatía con la atracción—, se nos revela como un acosador que, primero, hackeará los dispositivos de sus nuevos vecinos para espiarles y, después, denunciará a los padres por abusar de sus hijos.

Una imagen de la serie

La novela de Kurbjuweit y el guion de Ford pueden verse como una versión alternativa de los hechos reales, una ucronía que trata de responder a la siguiente pregunta: ¿hasta dónde hubiera sido capaz de llegar si el problema no se hubiese solucionado?

En ese sentido, Fear explora con acierto las dinámicas de tensión facilitadas por la digitalización. Ya no es necesario que, como en Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971), un puñado de tarugos violente tu hogar. Basta con que se cuelen en tu casa a través del wi-fi. Ese acceso ilimitado por vídeo y audio a la vida doméstica de los Berwick, y el envío de un par de cartas y de un correo a las autoridades le bastarán a Jan para desquiciar a Martyn y Rebecca. Ni rastro de violencia física.

El director Justin Chadwick capta ese desasosiego mediante el uso constante de zooms (in y out) que transmiten la sensación de estar viviendo en un entorno constantemente vigilado por alguien, en el que la privacidad es una quimera, amén de delinear a través de la planificación los perfiles de la lujosa jaula (enrejados, reencuadres) en que acaba convirtiéndose la amplia mansión.

Interesa, también, observar cómo la actitud del acosador destapa las fallas matrimoniales de los Berwick. Martyn toma decisiones de manera unilateral, es impulsivo y tiene un punto violento, miente a su mujer cubriendo cada engaño con el manto de la falsa protección y, a su modo, la limita profesionalmente.

'Fear'

Menos convincente resulta la necesidad de mostrar la estructura familiar superior para, de algún modo, justificar mediante un piscologismo poco afortunado el comportamiento de Martyn, hijo de un padre autoritario con oscuro pasado militar y de una madre buena y apocada; con una hermana fallecida en trágicas circunstancias y un hermano bohemio, bonachón y metepatas.

Toda esa apoyatura dramática –y la relación que todos ellos mantienen con las armas– busca sostener un desenlace tan impactante como arteramente diseñado que nos abstendremos de comentar para que ninguno de ustedes desee mandarme un ejército de bots para que me acose sin descanso en cualquier red social.

Más matices posee el diseño de Jan, al que se presenta como alguien oscuro para, poco a poco, mostrar el origen de su comportamiento, cincelado por los traumas del pasado que afloran en forma de inferencias erróneas y que se traducen en conductas peligrosas pero que, en ningún caso, obedecen a una mala intención sino que surgen de un afán de protección mal entendido.

Fear es, en su suma, una miniserie irregular, a la que no ayudan sus flashbacks explicativos, sobre todo porque rebajan la tensión que exige una serie de formato corto con una premisa como esta, y que funciona mejor en la exposición de las dinámicas del acoso que en sus intentos por explicar (a veces en exceso) las motivaciones de los personajes.