Si The Studio (Evan Goldberg, Seth Rogen, Alex Gregory, Frida Perez & Peter Huyck, 2025) es una serie de televisión que satiriza la actual industria cinematográfica, la cuarta temporada de Hacks (Lucia Aniello, Paul W. Downs & Jen Statsky, 2021-?) hace lo propio con el mundo de la televisión, centrándose específicamente en la producción de late nights y derramando su mirada mordaz al funcionamiento de las cadenas y de los conglomerados empresariales que las dirigen.

La comparación no es gratuita, ni tampoco guarda relación con la coincidencia en antena de ambas series, sino que tiene que ver con el grado de profundidad con el que enfrentan el ecosistema que pretenden poner en solfa. Hay otros aspectos que las hermanan, como el cameo de Seth Rogen, co-creador de The Studio, en el séptimo episodio de Hacks y la aparición de Paul W. Downs y Lucia Aniello, responsables de Hacks, junto con Jean Smart, protagonista de la serie, en el capítulo que The Studio dedica exclusivamente a los Globos de Oro (en Hacks serán los Oscar los que tengan un protagonismo destacado).

Pero más allá de este tipo de crossovers y de la repetición de algunos gags —en las dos series la cocaína, droga por antonomasia del showbiz, se utiliza para reavivar a un personaje al borde del colapso—, ambas son más distintas de lo que, por tono y temática, pudiera parecer.

La serie creada por Lucia Aniello, Paul W. Downs y Jen Statsky se desmarca de sus temporadas anteriores desde el momento en el que se inscribe en un nuevo medio. Pasamos del mundo del espectáculo, de la stand up comedy que triunfa en casinos y teatros, al del late night, un territorio dominado por hombres como David Letterman, Jimmy Fallon, Conan O’Brien, Seth Meyers o Jimmy Kimmel, que tiene un hilarante cameo que recuerda a los piques en antena entre David Broncano y Pablo Motos.

Mientras que en lo concerniente a su estructura y composición, Hacks se mantiene fiel a unos esquemas narrativos prefijados que no son otros que su diseño en forma de onda sinusoidal a partir de un esquema de dobles parejas —la veterana cómica Deborah Vance (Jean Smart) y su guionista Ava Daniels (Hannah Einbinder), por un lado, y sus dos representantes Jimmy (Paul W. Downs) y Kayla (Megan Stalter), por el otro—, las variaciones llegan de la mano del entorno.

Ese diseño dramático sustentado por unos armónicos ups and downs que arranca con Ava chantajeando a Deborah para obtener el puesto de guionista jefe en el primerlate night de la historia conducido por una mujer, prosigue con una reconciliación entre ambas situada en el ecuador de la temporada, y continúa con una caída en desgracia conjunta que refuerza los lazos afectivos de esta extraña pareja profesional que, al mismo tiempo, se autocondena al ostracismo laboral.

Otro tanto sucede con Jimmy y Kayla, cuya relación de trabajo obedece al mismo patrón, con Kayla haciendo castings de niños y animales, rivalizando con Jimmy por ver cuál de los dos nombres aparece primero en el logotipo de la empresa que comparten, contratando una asistente tan peculiar en sus métodos como eficiente, y flirteando con regresar a la gran corporación de representación de talentos que dirige su padre. Al final, las tensiones con un Jimmy que se siente ninguneado por sus dos principales clientes, Deborah y Ava, terminarán disipándose.

Un momento de la cuarta temporada de 'Hacks'.

Si bien es cierto que esta cuarta temporada elonga demasiado algunas situaciones— todo el duelo Deborah/Ava que se extiende hasta el sexto episodio se torna un tanto repetitivo— no lo es menos que su descarnada visión del entorno televisivo y de la industria del entretenimiento en general es tan cáustica como certera.

De hecho, esta cuarta temporada de Hacks podría verse como la humilde heredera de aquella obra maestra que fue Studio 60 on Sunset Strip (Aaron Sorkin, 2006) y, observada como manual de iniciación al funcionamiento del medio, puede complementarse con el visionado de Ser los Ricardo (Aaron Sorkin, 2021).

Es más, en su noveno episodio, sin duda el mejor de la función, le guiña un ojo a la que quizá sea la mayor sátira sobre la televisión que se ha hecho jamás como es Network: un mundo implacable (Sidney Lumet, 1976). El monólogo de Deborah Vance exponiendo las vergüenzas de la que, a este instante, es su cadena, puede verse como una versión actualizada de los sermones incendiarios que Paddy Chayefsky puso en la boca de Howard Beale (Peter Finch) en el vitriólico filme de Lumet.

Sin abandonar su tono ligero ni la sucesión de chistes ingeniosos que, no obstante, evitan apelotonarse hasta colmar un metraje en el que siempre hay sitio para el drama, Hacks nos habla de la censura que las cadenas imponen con tal de promocionar sus propias producciones, de lo complicado que resulta, para las mujeres de la industria, denunciar casos de acoso sexual o de las renuncias creativas que conviene aceptar para conquistar los espacios consagrados a las grandes audiencias, codiciados a su vez por anunciantes e inversores. La frase que mejor resume estas cuestiones no es otra que "integridad significa nicho" o, dicho de otro modo, olvidaos del gran público si pretendéis ser genuinos, honestos o rompedores.

Un fotograma de la cuarta temporada de 'Hacks'.

En ese sentido, la secuencia de Heaven (4.09) en el que asistimos a la demolición del Tropicana, casino de Las Vegas vinculado a una determinada tradición, fija el final de una era dominada por un modelo de capitalismo que ya no existe, y del que Deborah Vance es su representante artística, porque ha sido devorado por su versión actualizada y depredadora.

Desde una óptica discursiva, Hacks se emparenta aquí con la mayoría de planetas seriales que forman parte del universo de Taylor Sheridan, alguien que explora desde otros géneros, principalmente el thriller, el western y el melodrama latifundista, el choque entre el viejo capitalismo de raíz conservadora y un turbocapitalismo caníbal dispuesto a arrasar con todo con tal de obtener beneficios.

De eso mismo, aunque desde otro lugar, habla Hacks. De la "avaricia corporativa", de la pérdida de personalidad, y de la necesidad de defender determinados valores en una época en la que solo importan el dinero y la imagen que ofrecemos al mundo.



Y entre tanto aprendemos cómo se escribe un late night, cómo los directivos y las cadenas analizan las audiencias, cada vez más difíciles de mensurar a causa de los cambios que han introducido las emisiones online. También se nos muestran las componendas que afectan al contenido del programa o la escueta línea que separa el estrellato de la autodestrucción (impagable Julianne Nicholson en el papel de la tiktoker Dance Mom).

Una escena de la cuarta temporada de la serie 'Hacks'.

Se nos habla del estrés laboral que conlleva trabajar en un programa de este tipo, de las férreas jerarquías y de los comportamientos tiránicos que rigen en la writer’s room, de la facilidad con la que se despide a los ejecutivos, de la injerencia de los social media en el negocio y de los nuevos regímenes de explotación a los que se someten las caras visibles de los programas Pero también se habla de la función de los late nights como espacios para dar voz a los que necesitan defenderse o expresar una opinión, o del valor del guionista como voz insustituible para que esos shows tengan una personalidad propia e intransferible. La cuarta temporada de Hacks es un cursillo acelerado sobre cómo funciona, hoy, la televisión.

Además de todo eso, y sin necesidad de la ostentosidad plano-secuencial de The Studio, la serie maneja un criterio visual reconocible y afinado. La utilización de los planos generales para mostrar a una Ava sola y desplazada tanto en lo profesional (en el noveno episodio la han echado del programa y no la dejan entrar al estudio) como dentro del plano, pues nunca aparece centrada. La introducción de líneas verticales para marcar la desafección entre Deborah y Ava que sobrevuela toda la primera mitad de la temporada y que se observa ya en la secuencia de presentación en una apuesta clara por las formas que denotan oposición (ver foto superior).

Por no hablar de cómo determinados decorados simbolizan el estado anímico de los personajes o de las cosas: Ava y su madre paseando por el set en el que se rodó La guerra de los mundos (Steven Spielberg, 2005) cuando asistimos a un conflicto entre ellas que pasa por la muy distinta concepción que ambas tienen sobre el futuro (y la maternidad de Ava): son mundos opuestos. O ese paseo frenético por distintos decorados de míticas películas de terror buscando a Dance Mom, metáfora de la situación de pánico que en ese momento experimentan Kayla y Jimmy, que deben hacer que la beoda nueva estrella del show de Deborah llegue a tiempo para la emisión (tampoco es casual que la encuentran en el set de Mujeres desesperadas).

En resumen, la comedia estrella de HBO Max —creo que esta semana todavía sigue llamándose así— brilla como nunca.