Las previsiones de John Landgraf, el presidente de FX Networks, empiezan a cumplirse (“There is simply too much televisión” dijo allá por 2015). El exceso de oferta y la multitud de plataformas de streaming han llevado a un cambio de modelo de negocio en el que la rentabilidad sustituye a la expansión (un crecimiento normalmente vinculado a una mayor producción de contenido original con Netflix a la cabeza en el impulso de ese tipo de aventuras empresariales).

A lo largo de 2023 hemos visto como las plataformas lanzaban suscripciones más baratas que incluían publicidad, un aumento de precios generalizado y la aplicación de políticas restrictivas en lo que a compartir cuentas se refiere. Esas medidas, destinadas a incrementar los ingresos, han ido acompañadas de un ligero descenso en la inversión en material propio y, por primera vez en años, el número de series estrenadas a lo largo del ejercicio fue menor que el del anterior… en Estados Unidos.

En España los ecos de esa onda expansiva con epicentro en el otro lado del Atlántico todavía no han llegado. En el año recién clausurado se estrenaron 47 series nuevas y 22 renovaciones*, un número ligeramente superior al de 2022. Dicho de otro modo, de media, los espectadores tuvieron acceso a una serie nueva casi cada semana y hubo plataformas que lanzaron prácticamente una novedad al mes (Atresplayer, por ejemplo).

['Lawmen: Bass Reeves', la salvaje historia (real) del primer Marshall afroamericano]

Las cifras dan la medida de un modelo aquejado de saturación, con un alto volumen de teleficciones que pasan totalmente desapercibidas y que carecen de cualquier tipo de relevancia, ya sea en lo concerniente a sus cifras de audiencia, en lo relativo a su presencia en la conversación social o atendiendo a su impacto mediático o repercusión crítica.

La lista es larga, pero ahí van algunos títulos que es probable que no tengan un hueco en la estantería de su memoria: Un cuento perfecto, Honor, Los artistas: primeros trazos, Noche de chicas, Mía es la venganza, El grito de las mariposas, Tú también lo

harías

El predominio de la novedad, sumado a la escasa longevidad casi de cualquier producción a excepción de la séptima temporada de Élite o de grandes éxitos venidos

del abierto (Cuéntame, La que se avecina) y sus derivados (El pueblo), indica no solo la instauración de un modelo reductivo (menos temporadas, menos episodios, menos minutos) en el que el estreno se convierte casi en el único aliciente para atraer nuevos suscriptores y retener clientes, sino la ausencia casi total de series destinadas a perdurar, a quedarse en la memoria de los espectadores. Consume mucho, consume rápido y olvídate.

José Coronado y Nona Sobo en 'Entrevías'

Estos cambios coyunturales y de modelo de producción tienen un efecto directo en las series que se producen y del que ya veníamos alertando en pasadas entregas. En un escenario marcado por una competitividad feroz, con un número elevadísimo de operadores peleando por conquistar a un número limitado de abonados – no olvidemos que aquí se mezclan plataformas nacionales y con otras transnacionales, por más que en los dos casos la cifra total de posibles clientes sea finita – y con la rentabilidad como nuevo objetivo, las opciones pasan por ampliar el número de suscriptores (a costa de los competidores, porque todo el mundo no puede pagar todas las plataformas) y por aumentar los precios, o por ambas cosas.

El exitoso regreso de un talent show como Operación Triunfo a Prime Video no solo es síntoma de la cada vez mayor presencia de los programas de telerrealidad en los catálogos de las plataformas –más baratos de producir que las series, y más rentables- sino del retorno a una programación antigua. Poco a poco, la vieja televisión va imponiéndose, también, en el streaming.

OT es solo una señal –brillante, a tenor del espacio que le dedican los medios y de su impacto en redes sociales- pero no es la única. Ahí están los fiables datos de audiencia de las nuevas series diarias de Televisión Española como 4 estrellas o La promesa (siempre en torno al millón de espectadores) o el buen funcionamiento en plataformas de producciones para el abierto que, o bien se lanzan primero en la cadena madre y luego se venden a otros operadores (verbigracia las buenas cifras de Entrevías en Netflix pese a sus 70 minutos por capítulo) o bien se estrenan primero en streaming y luego se emiten en abierto (Días mejores, Bosé, Cristo y Rey).

En esa tesitura, una gran parte de la nueva hornada de teleficciones españolas responde a los estándares de siempre, con los consiguientes ajustes en lo referente al minutaje, pero con unos desarrollos dramáticos convencionales, testados, confortables. Ahora ya no tenemos series de 24 episodios para toda la familia: tenemos tres series de ocho capítulos que buscan audiencias amplias, de ahí el reflote de la comedia de costumbres ya sea en versión geriátrica (Sentimos las molestias), empresarial (Supernormal o Mentiras pasajeras), futbolera (Pollos sin cabeza) e incluso con aspiraciones sociológicas (Sin huellas, Las invisibles).

Hemos asistido, también, al advenimiento de las bioseries (Nacho, Bosé, Cristo y Rey, Camilo Superstar) que parten de referentes reconocibles por un gran público con la intención de conectar con distintas generaciones y atraer al universo del streaming a espectadores nacidos en otra era tecnológica (convendremos que ni Camilo Sesto y Ángel Cristo forman parte del imaginario de la generación Z).

Incluso hemos visto el resurgir de la telenovela con mejores valores de producción que las de antaño (Los pacientes del Doctor García, Entre tierras, El grito de las mariposas o Montecristo). Y no falta, claro está, el revival de títulos otrora exitosos que buscan resucitar el pálpito de la nostalgia en sus antiguos televidentes: UPA Next, Cites Barcelona o El internado: las cumbres.

En líneas generales, la sensación de dejà vu es constante y, si exceptuamos un par de thrillers convencionales filmados con cierto pulso (La red púrpura, Memento mori), tampoco nos encontramos con ningún gran ejercicio de televisión tradicional: nuestra Nolly, nuestro Harry Bosch o nuestra The Newsreader están por hacer.

María León en 'Noche de chicas'

Si además contamos con una larga lista de títulos cuyos guiones parecen no haber sufrido prueba de estrés alguna, la fotografía de conjunto es descorazonadora. Destarifos (perdonen el valencianismo) sobre la gen-z como Urban, la venganza feminista… contra la lógica interna del guion que es Noche de chicas, imitaciones almodovarianas de bazar especializado en productos de quinta gama (Mentiras

pasajeras), adaptaciones descafeinadas de best-sellers luctuosos con jóvenes

traumatizadas (La chica de nieve, La chica invisible)…

Podríamos seguir con Hasta el cielo: la serie, El Silencio, Un cuento perfecto o la insufrible Berlín. Sí, todas ellas son de Netflix, y pueden añadir las nuevas entregas de Sky Rojo, Valeria, Sagrada familia y Bienvenidos a Edén (prescindibles todas ellas), de hecho, ni un éxito como El cuerpo en llamas, con sus metáforas párvulas y sus no pocos momentos de comedia involuntaria, entra en los dominios de lo rescatable.

Pero está black list no solo se nutre de las producciones financiadas por la gran N roja, también pueden incluir Camilo Superstar, Todos mienten, Por H o por B o Mía es la venganzaEl compendio de desastres es demasiado vasto como para ignorarlo y esto viene a evidenciar otro síntoma: las famosas series de nicho que, teóricamente, las plataformas iban a producir en masa para satisfacer a públicos diversos son cada vez más escasas.

¿Por qué? Pues, básicamente, porque hay un exceso de oferta que ya colma las expectativas de cualquier fan de la ciencia-ficción, el anime o el terror (y porque si esas series no funcionan pasado el impacto del estreno, a ver a quién se las colocas: seamos claros, es más fácil vender Entrevías que La ruta).

De hecho, si hablamos estrictamente de series de nicho en relación con el género, la segunda temporada de 30 monedas -de la que ya hemos hablado de más en este blog- y la incomprendida Romancero serían los dos grandes exponentes de la última cosecha.

[Diez series para 2024: de la adaptación de 'Reina roja' al regreso de 'True Detective']

En cuanto a las series de autor –y aquí entiéndase la autoría como sinónimo de riesgo, independientemente del resultado final- quedan en manos de Movistar Plus + (que ha reducido notablemente el cupo de sus producciones premium), Atresplayer (que dentro de una estrategia de diversificación tiene una línea más autoral) y, en menor medida, Filmin, que este año entregó Selftape manteniéndose fiel a un sello propio.

Raúl Cimas y Juan Maidagán en 'Poquita fe'

La plataforma de Teléfonica ha abierto su paraguas -al menos si comparamos sus producciones iniciales con las de ahora- y, por un lado, estira hasta las tres temporadas sus éxitos de audiencia (La unidad: Kabul, Rapa), cubre flancos antes casi totalmente desatendidos –la comedia para todos los públicos o la soap opera de corte moderno– y sigue conservando un espacio amplio para las propuestas más rompedoras como La Mesías o El hijo zurdo (ambas ya comentadas en este espacio).

De todos modos, donde sigue abriendo nuevos caminos para la ficción española es en la comedia más autoral. Profundizando en la veta abierta por Vergüenza o Mira lo que has hecho, en 2023 surgieron Poquita fe y El otro lado, dos ejemplos claros de que la comedia adulta, crítica (valleinclanesca) y que no renuncia a modulaciones novedosas (la horror comedy en el caso de la miniserie de Berto Romero) tiene más que decir que la enésima aventurilla familiar con risas al fondo.

Y es que cuando el género se aparta de las sendas trilladas encontramos propuestas como Déjate ver o Esto no es Suecia (que a servidora le exaspera) que, más allá del resultado final, marchan a la contra de esa masa de producciones dominantes, y que, en casos como el de Pobre diablo, no renuncian a conectar con públicos exoespañoles a partir de una mezcla de referentes muy diversos.

Por su parte, Atresplayer pasó de La ruta a Las noches de Tefía, la ampulosa e insostenible revisión histórica sobre la dura experiencia en los campos de reclusión

levantados por el franquismo, dirigida por Miguel del Arco. Pese al descalabro, hay una

clara apuesta por una mirada autoral como refrendan la segunda temporada de CardoVestidas de azul –la factoría de los Javis produciendo a pleno rendimiento- o una bioserie como Nacho, sin duda la más arriesgada en su (sub)género y, con mucho, la más atractiva.

Visto lo visto, y sin olvidarnos de fiascos como Los Farad, una deslavazada visión sobre la Marbella ochentera con una familia dedicada al tráfico de armas como protagonista, no queda sino concluir que en un año en el que la producción ha alcanzado los casi 70 títulos el balance cualitativo es más bien pobre y, sobre todo, se detecta una cada vez más clara aproximación a los estándares de las teleseries generalistas, eso sí, con un mayor número series más concentradas, lo que desemboca en una saturación de mediocridad.

Si las previsiones de Landgraf se cumplen también en España, el año que viene la producción irá a menos, es decir, a mejor. Hoy por hoy, tenemos demasiada teleficción.

* El listado incluye, también, algunas coproducciones como, por ejemplo, El grito de

las mariposas o Montecristo, y remite únicamente a series de ficción.