En plan serie por Enric Albero

Webworld, un mundo inabarcable

30 marzo, 2018 10:17

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Imagen de la serie Emilia Envidia[/caption]

Vertebrado alrededor del AGADIC (Axencia Galega de Industrias Culturais), el audiovisual gallego va unas cuantas cabezas por delante del resto de sus compañeros autonómicos. No es el objetivo de las siguientes líneas analizar cuestiones referidas a la producción o a la aparición de nuevos talentos, sino, más bien, el de cartografiar ese mapa de la exhibición alternativa que constituye el entramado de festivales que se desarrollan a lo largo del año en Galicia y que la convierten en un crisol de tendencias.

Sería injusto olvidarnos de la labor diaria de difusión cinematográfica que realiza el CGAI, puerto de acogida de autores como Stan Brakhage o Adam Curtis poco dados a atracar en los muelles de filmotecas con una programación de corte clásico y, a su vez, cantera formativa de espectadores inconformistas y, por lo tanto, críticos. Es harto probable que muchos de los directores y programadores de los certámenes que a continuación glosaremos hayan pasado unas cuantas horas de sus vidas en el edificio de la calle Durán Loriga. Lo más interesante de los festivales gallegos es su especialización, algo que les permite no disputarse contenidos y, sobre todo, construir una collage mundi de (casi) todo cuanto sucede en materia audiovisual a lo largo y ancho del planeta. Ahí está Play-Doc, afincando en la ciudad fronteriza de Tui, con esa visión aperturista del documental que este año dedicará la primera retrospectiva al realizador brasileño Aloysio Raulino y presentará películas a competición de directores como Dominic Gagnon o Ruth Beckermann. O fijémonos en el (S8) coruñés, con su vocación experimental y su apuesta por el cine de vanguardia. O en Curtocircuito, un festival de cortometrajes de reconocido prestigio internacional que, en sus dos últimos años, ha llevado a Santiago de Compostela a figuras de la talla de Abel Ferrara o Peter Greenaway (y es que un ‘festival de cortos’ puede ser muchas otras cosas). Por cierto, el formato breve tiene mucho predicamento en Galicia: ahí están los no menos interesantes FICBUEU, el Festival Internacional de Cortos de Verín o el genuino Festival de Cans (hay más).

La lista es amplísima y variada: en sus dos últimas ediciones el festival de Ourense se ha convertido en referencia (con un ojo puesto en Iberoamérica y el otro en las óperas primas, amén de sus focos sobre cineastas como Hugo Santiago, Marilia Rocha o Mariano Llinás), mientras que en Pontevedra, Novos Cinemas ha centrado su actividad en primeras y segundas películas –de nuevo la importancia de crear un nicho– todo ello sin olvidar esa gran muestra que supone Cineuropa, cita a la que todo buen cinéfilo debería acudir para poder ver lo mejor de la cosecha anual.

En un ecosistema como el que acabamos de describir –y cuya oferta es aún más amplia que la aquí reflejada– sería de extrañar que no hubiera espacio para la ficción serial. Ese hueco lo cubre, de manera muy particular, Carballo Interplay que este año alcanza su quinta edición. Definido como “el festival de contenidos digitales más importante de España”, el certamen gallego centra su Sección Oficial en las webseries, aunque su programación trasciende este formato.

Permítanme un excurso en forma de confesión. ME GUSTA DORMIR. Y el mundo se empeña en que no lo haga. Todos. TODOS conspiran contra mi descanso. Netflix estrena una serie cada hora. Las de HBO hay que verlas porque, claro, no es televisión, es HBO. ¿Y con lo que está apostando Movistar + por la ficción nacional te perderás, yo que sé, Félix? Y luego están las de AMC, FX y TNT. Y las de las generalistas. Y sin querer queriendo lees la cada vez más inabarcable colección de textos que se publican sobre temas variopintos relacionados con las series que siempre señalan ESA que es a todas luces imprescindibles y que tú no has visto (pongamos que hablo de Babylon Berlin). Y, sobre todo, lees a los que saben más que tu y, de-manera-totalmente-involuntaria, juegas al apropiacionismo que es una cosa muy posmoderna y es lo que le da calidad a tus textos (porque también hay que producir, no solo ver). A veces también pienso por mí mismo, pero como duermo cada vez menos, empiezo a dudar de si esas ideas fueron realmente mías o se las leí a alguien o a varios y mi cerebro termomix las procesó hasta formar un pensamiento que pasara por original sin serlo. Yo que sé. Lo que sí sé es que NO ME DA LA VIDA (a propósito de esto, la periodista Marina Such preguntaba el otro día en Twitter si alguien veía las series a 1,5x de velocidad, cuestión que me parece fundamental en estos tiempos de oferta apocalíptica. Las respuestas a esa pregunta son abracadabrantes y serán parte de un artículo que adivino fantástico).

Pues eso, que si con la tele normal y las plataformas y el cine y los libros y escribir y Catalunya, y pensar, y tomarme vinos con mis amigos; si con todo eso no tenía suficiente, ahora llegan las webseries (mejor dicho: ahora llego yo a las webseries). Solo les diré que en la Sección Oficial de Carballo Interplay hay 42 a competición. 42. Cuarenta y dos. Y ya siento decirles que, a pesar del FOMO (esa nueva patología que se llama miedo a la exclusión digital) no las he visto todas. Eso sí, he descubierto un mundo que me era prácticamente ajeno: apenas conocía Flooxer (sí, por Paquita Salas) y que festivales como Cinema Jove ya abrían un hueco en su programación para ellas. Y ahora me han soltado en otro océano del que no atisbo su límite, y mientras me ahogo voy bebiéndome sorbos de series que llegan de aquí y de allá y trato de concluir algo aunque sé que es imposible.

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Dos protagonistas de Si fueras tú[/caption]

Por ese estanque gallego de ficciones digitales nadarán producciones de Argentina, Australia, Canadá, Chile, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Holanda, Italia, Líbano, México, Nueva Zelanda, Reino Unido, Suiza y Uruguay. Y las españolas, claro (hay una división competitiva entre ficción nacional e internacional). En el apartado patrio cobra importancia la creación, por parte de las televisiones, de plataformas de contenidos solo para internet. Ahí están la ya mencionada Flooxer, del grupo Atresmedia; PlayZ que pertenece a RTVE o MTMAD (Mediaset), entre otras (aunque esta última está más centrada en el docureality, los influencers y una suerte de producciones rosa que me interesan menos). Pero vayamos a lo importante, ¿qué demonios están produciendo? Aquí trato de resumir, de manera superficial e incompleta, unas cuantas características después de un primer rastreo/visionado:

  1. BREVEDAD. Hay una flexibilidad en la duración, si bien en ningún caso hay episodios de más de 25 minutos. Tampoco hay un estándar temporal definido: por ejemplo, en Inhibidos hay capítulos de 12 minutos y de 25. Eso sí, que duren poco, que vayan al grano, que no nos quiten tiempo.
  2. GÉNERO. La comedia y el thriller son las estrellas. En PlayZ están Si fueras tú, Dorien o Inhibidos (thrillers) y también Mambo, Colegas o Neverfilms (comedias), por no hablar de Buster (Flooxer).
  3. NUEVAS TECNOLOGÍAS Y RRSS. Pensadas, y muchas de ellas creadas, por nativos digitales, la mayoría de ellas utilizan para la ficción las propias redes sociales o canales (Instagram en Dorien, YouTube en Mambo) de manera que narración y soporte se retroalimentan.
  4. Muchas de ellas desarrollan su narración en varios soportes (web, APP y redes, por ejemplo) y generan contenido extra que complementa al producto principal.

Webspañistán

Las series de PlayZ o Flooxer no parecen traer nada nuevo, son más bien apuntes sobre lo que nos puede deparar el futuro. En Dorien, los hermanos Prada (co-productores de Pieles), se marcan una versión instagramer de El retrato de Dorian Gray. Sus reflexiones sobre la exposición permanente en las redes, los males del nuevo periodismo o el consumo de series son tan superficiales como el universo 2.0 que retrata. Sus guiños al terror de serie B no compensan una acuciante falta de ritmo (esa entrevista televisiva del primer episodio que va interrumpiendo el fluir dramático).

Si fueras tú es un intento de convertir la interactividad plataforma-espectador a través de las redes sociales en material para desarrollar la ficción. Me parece atrevido pronunciarme habiendo visto sólo el piloto, pero como estrategia, apropiarse de esa fórmula que ya explotaban los libros de Elige tu propia aventura adaptada al contexto actual, me parece inteligente. Ahora que los nuevos espectadores tuitean o postean mientras miran una serie y generan contenido sobre ella, la interactuación de las cuentas de las propias series con su público da pie a generar este tipo de propuestas: que la audiencia elija cómo va a seguir. Que Javier Olivares, Annaïs Schaaff y Javier Pascual estén detrás es sinónimo de un interés por experimentar estas nuevas formas: los responsables de El ministerio del tiempo son pioneros en la narrativa transmedia en España. Por cierto, la webserie puede verse en formato serial o como película de 80 minutos.

Mambo (PlayZ) y Buster (Flooxer) son las dos nuevas comedias desarrolladas por Diffferent Entertainment, etiqueta detrás de la que se esconde David Sáinz AKA El tipo que creó Malviviendo. Mambo es como un sing-along protagonizado por Joselito hoy. Estamos ante el falso biopic de un cantante infantil que pierde su mojo cuando le cambia la voz y trata de relanzar su carrera uniéndose a su primo. Ensalzando el poder de YouTube como ventana para mostrar el talento al margen de la industria, la webserie va saltando de un género musical a otro sin cortarse y acumulando parodias (de Andy y Lucas a Izal). Mambo guarda no poca relación con Colegas, otra comedia de PlayZ en la que el actor Manuel Feijoo juega la carta autobiográfica y muestra, convenientemente maquillada, su propia caída en desgracia después de Compañeros y su intento por recuperar un puesto en una industria que se desmorona y que no sabe cómo enfrentarse a fenómenos audiovisuales como Soy una pringada. Por cierto, el piloto de Mambo tiene más de 420.000 visionados en el citado canal de internet (sin contar los que la hayan visto vía PlayZ).

Buster es como tomar laxante por placer. Píldoras de poco más de cinco minutos de humor entre negro y escatológico, incómodo siempre. Con estructura de sketch, va tocando un tema por capítulo (sexo, drogas, youtube,…), estirando la comicidad hasta casi hacerla desaparecer para recuperarla en el último momento: por ejemplo, Buster (Manuel Noguera) bailando solo en un pub tratando de demostrar que uno puede pasárselo bien sin ayuda psicotrópica. Su episodio 3 conecta directamente con el 4 de Mira lo que has hecho: bienvenidos a la dictadura del follower.

Emilia Envidia

Si miramos fuera de nuestras fronteras, los proyectos de series online están menos codificados y se acercan más a la hibridación. Veánse, por ejemplo, los casos de Middlemarch: the series o Bright Summer Night, dos adaptaciones realizadas por gente muy joven (pongan insultantemente delante si lo desean y si me comprenden) de obras ‘consagradas’ a un nuevo formato realizadas. En el primer caso, la alumna de Yale, Rebeca Shoptaw utiliza la estética del vlog para poner en imágenes la novela de George Eliot a lo largo de 70 breves episodios. Por su parte, las cuatro chicas neozelandesas que forman The Candle Wasters, crean una versión millenial (tenía que salir el palabro), descarada y feminista de Sueño de una noche de verano de William Shakespeare. ¿Quién dijo miedo?

Y en esa liga de agradables rarezas juega Emilia Envidia, dirigida por Martina López Robol y co-escrita junto a Iair Said, que vehicula, a lo largo de siete episodios, una reflexión sobre qué supone hacer cine hoy; esto es, se establece un discurso sobre lo cinematográfico desde la plataforma digital (la pueden ver entera en YouTube). Mientras Emilia (Valentina Rata Zelaya) lleva dos años para terminar el montaje de su ópera prima, su compañero Nacho (Iair Said) es seleccionado para tomar parte en una sección paralela del festival de Berlín. Esa línea casi invisible que separa el éxito y el fracaso sirve para delimitar las expectativas y las posibilidades de una generación de creadores que cada vez tiene más difícil formar parte de una industria que no permite contar determinadas historias. La serie, narrada en clave intimista, señala, someramente, los vicios del ‘mundillo’ –los egos, la necesidad de contactos, el funcionamiento de los labs– y reflexiona sobre la batalla entre el talento y el esfuerzo, la realidad y el deseo en un entorno determinado por el capitalismo. Para algunos cineastas las películas son la vida, Emilia Envidia parece decirnos que muchos de ellos ya han empezado a vivir fuera del cine.

 

 

 

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