Cameron Britton como Ed Kemper y Jonathan Groff como Holden Ford en Mindhunter

Mind Hunter: Inside de FBI’s Elite Serial Crime Unit, el libro sobre el que Joe Penhall ha construido esta teleserie producida por Netflix, cambió los protocolos de actuación de la policía federal estadounidense a la hora de enfrentarse a la identificación de asesinos múltiples. La variación sustancial en relación con las prácticas anteriores consistía no tanto en resolver los crímenes a partir de la recolección de evidencias y la aplicación de un proceso deductivo, como en tratar de aprehender sus motivaciones, meterse en su piel y, sobre todo, en su cabeza, para, en la medida de lo posible, anticipar sus fatales actuaciones.

Así pues, Mindhunter hilvana la creación de un grupo de trabajo, formado por los agentes Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) y la psicóloga Wendy Carr (Anna Torv), con la intervención y resolución de casos puntuales, si bien se aparta de cualquier fórmula serial que la aproxime a un procedimental al uso para profundizar en la elaboración de ese nuevo manual de instrucciones para la detección de psicópatas. Un código en el que conceptos como sexo y pulsión de muerte se van asociando y las relaciones con los padres y los traumas infantiles cobran importancia en la génesis de las conductas psicopáticas.

Si el crítico Nando Salvà dijo que Zodiac (David Fincher, 2007) era como pasarse tres horas metido dentro de un archivador, Mindhunter es como quedarse medio día encerrado en una sala de interrogatorios con un señor que estrangula a una mujer porque le gustan sus ‘manolos’. Es esta una serie hablada, en tanto que su carne argumental procede de una sucesión de entrevistas con homicidas que ayudarán a forjar una nueva metodología de trabajo en la que psicología, sociología y trabajo policial irán de la mano. Como es lógico, también se abordan las derivaciones éticas del asunto y las incidencias en la propia biografía provocadas por pasar horas charlando con tipos que le cortaron la cabeza a su madre para luego entregarse a la necrofilia craneal. La eterna pugna entre el fin y los medios o las dudas a la hora de apostar por la honradez profesional en lugar de por el éxito curricular son dilemas recurrentes, como también lo son las consecuencias causadas por el desarrollo de una labor profesional de alto riesgo en el devenir de las vidas de los protagonistas: relaciones sentimentales que van languideciendo paulatinamente, tensiones familiares que rompen los lazos de unión entre maridos y mujeres, padres, madres e hijos o la destrucción de vidas ajenas ocasionada por un error de cálculo.

Así pues, la serie se construye sobre un encadenado de conversaciones, lo que hace que adopte una cadencia muy particular que, en algunos episodios, sobre todo en la parte central, adquiere tintes monótonos, principalmente porque ni Andrew Douglas, ni Tobias Lindholm ni Asif Kapadia se enfrentan con el mismo acierto (y con el mismo rigor formal) a la tiranía de los diálogos como lo hace David Fincher. El director de Seven (1995) se hace cargo de los episodios 1 y 2, 9 y 10; esto es, es el encargado de fijar la huella visual de la serie y de cerrarla. El resto de realizadores, a razón de dos episodios por barba, reproducen las constantes estilísticas establecidas por el cineasta de Denver sin alcanzar su precisión.

No faltará quien diga que esto son paparruchas provocadas por una mala digestión de la teoría de los autores, pero quiero creer que hay suficientes indicios para pensar que la mano de Fincher es la que mueve los hilos de Mindhunter. Veamos. Estamos ante una serie en la que, dado su carácter eminentemente dialogal, los plano contra plano se suceden. Es un recurso habitual (y para mí gastado y cansino) y la forma digamos académica de filmar una conversación. Hay muchas otras, pero esta es la canónica. Esa fórmula fílmica se puede reproducir de una manera mecánica o puede incorporar, sin romperla, matices que superen la función de marco en el que se inscribe una charla entre dos personas. En los dos primeros episodios, la composición interna de cada plano, la ubicación de los personajes en su interior y la altura en la que se coloca cada uno indica qué tipo de relaciones, en este caso de poder, se establecen entre ellos. En los interrogatorios con Ed Kemper (Cameron Britton), el agente Holden, fascinado por su personalidad, siempre ocupa una posición inferior a la del entrevistado, mientras que su colega Tench, que inicialmente desconfía de los métodos de su compañero y de las explicaciones del asesino, está por encima de ambos: es alguien que se siente profesionalmente superior a su homónimo y moralmente superior al reo. Fincher también maneja de manera muy inteligente la distancia que separa a los personajes en función del acercamiento/alejamiento emocional que existe entre ellos. No son pocos los que abjuran de la secuencia que abre la serie (la negociación con un secuestrador con rehenes) y, sin embargo, el uso de ese plano general y cómo la distancia focal va creciendo o menguando según la negociación se tense o se apacigüe, es magistral.   

Pero es que, además, en los dos últimos episodios, el director de El club de la lucha (1999) introduce sensibles variaciones a la hora de enfrentar el rodaje de unas conversaciones que habían quedado codificadas a partir de una sucesión de plano contra plano casi siempre estáticos. Por ejemplo, el uso del travelling de aproximación en el interrogatorio a Richard Speck (Jack Erdie) sirve para generar aún más tensión y para enrarecer una atmósfera ya de por sí turbia. Además, a medida que Holden empieza a hundirse en el abismo que lleva demasiado tiempo contemplando, van apareciendo primeros planos que reflejan los cambios en un rostro que hasta el tramo final de la serie parecía más el de un autómata que el de un ser humano.

Hannah Gross, Anna Torv... Y Charlize Theron. Las mujeres como guía

Estas sutiles decisiones de puesta en escena, unidas a las características de cada personaje, también evidencian que estamos ante una serie incuestionablemente feminista. Los roles interpretados por Hannah Gross y Anna Torv no solo son más inteligentes que sus colegas o sus compañeros sentimentales, sino que ocupan posiciones superiores en muchos planos en los que se dirime quién está al mando, ya sea del equipo de investigación o de una relación de pareja. Ellas están por encima de los hombres en cuanto a conocimientos (profesionales y vitales) y así queda plasmado cuando, por ejemplo, Wendy Carr aparece sentada sobre una mesa mientras sus compañeros masculinos ocupan sus sillas de despacho. La foto inferior también es un buen ejemplo.

Anna Torv como Wendy Carr en Mindhunter

Pero además la serie reclama la necesidad de que las mujeres se establezcan como timoneles de una sociedad a la deriva que solo ellas parecen capaces de reconducir. La mujer como guía de una masculinidad despistadísima, explicando desde cómo practicar un cunnilingus a cuestionar todos los prejuicios inherentes a una hombría mal entendida, basada en la imposición de roles trasnochados, como el desarrollo de las tareas domésticas o la asunción de las relaciones románticas de manera asimétrica, relaciones en las que la igualdad no es posible porque solo vale la adoración. Una serie en la que el romance que la atraviesa termina con una vuelta de tuerca de un concepto tan vigente como el mansplaining: Debbie Metford (Hannah Gross) aprovecha las dotes deductivas de Holden para que ponga fin a una relación que ella quiere dejar. Es decir, “como eres tan listo y parece que yo no, tú mismo te vas a explicar por qué te dejé; pero te lo vas a explicar a ti mismo, aunque creas que me lo estás explicando a mí”).

No sé hasta que punto la carga feminista de esta teleserie que puede verse en Netflix está relacionada con la presencia de Charlize Theron como productora ejecutiva. De todos modos, se establece una jugosa conexión entre personajes como los de Wendy Carr y Debbie Metford, y los de Imperator Furiosa o Lorraine Broughton, ambos interpretados por Theron en Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015) y Atómica (David Leitch, 2017). Mujeres que no solo cuestionan el statu quo patriarcal, sino que, directamente, lo enfrentan y demuestran estar por encima de sus compañeros en todos los terrenos.

Más detalles

Aunque, como ya hemos dicho, se le puede reprochar cierta monotonía en su parte central y la recuperación de esos flashbacks orales en la secuencia que cierra la serie, Mindhunter está plagada de detalles. Desde la música compuesta por Jason Hill –siempre en segundo plano, huyendo de cualquier subrayando obsceno, casi el hilo musical de la sala de espera de un dentista con la cara de Corbin Bernsen– hasta la minuciosa reconstrucción de la América de los 70; desde los guiños a la series de televisión policíacas de la época o la fijación con la evolución tecnológica de los aparatos de registro (grabadoras, vídeo, etc.) hasta la obsesión por el lenguaje técnico, algo que emparenta esta producción de Netflix con Manhunt: Unabomber.

Aunque mucho menos cinética que la teleficción dirigida por Greg Yaitanes, existen numerosos puntos de unión: la creación de una terminología y unos métodos nuevos y específicos para dar con los criminales (aquí se acuña el termino de serial killer, inexistente hasta entonces); la figura de un agente de la ley maquinizado y absorbido por su trabajo, un ser refractario a la empatía (los papeles interpretados por Sam Worthington y Jonathan Groff en una y otra serie tienen mucho en común) y las citas a dos clásicos modernos del género como El silencio de los corderos (la visita a la celda en el episodio noveno es muy similar a la que le hace Clarice Starling a Hannibal Lecter) y, claro está, la ya citada Zodiac. David Fincher se erige, primero, como conector de dos propuestas muy relevantes, y, sobre todo, como el autor que con mejor fortuna ha cultivado ese subgénero del noir que son las ficciones sobre asesinos en serie, puesto que además de Zodiac, Seven o esta Mindhunter, también tocan esa temática El club de la lucha (1999), Los hombres que no amaban a las mujeres (2011) o Perdida (2014), e incluso de manera más tangencial, La habitación del pánico (2002).

Por cierto, y para acabar, entre esos ‘detalles’ que mencionábamos también debe figurar ese ejercicio de mimesis actoral llevado a cabo por Cameron Britton a la hora de ponerse en la piel de Ed Kemper (ver vídeo). Una actuación tan breve como crucial que sirve como muestra del alto nivel del resto de actores y aquí reduzco la enumeración de manera interesada para citar únicamente a Holt McCallany y, ya que estamos, reivindicar la magnífica Lights Out en la que bordaba el papel de púgil vencido. Duró solo una temporada, rastréenla, les dejará como si Ed Kemper les diera un abrazo. Prometido.

P.D.:

La mejor línea de diálogo de Mindhunter justifica la importancia del manual policial que ha dado pie a esta serie.

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