Amos Oz siempre mantuvo la misma postura en el problema palestino-israelí. La solución estaba (y para muchos de nosotros) y sigue estando en dos estados con los mismos deberes y los mismos derechos.
El escritor judío fue señalado durante años como un gran traidor por muchos de los suyos, que no eran exactamente los suyos, sino los que siempre consiguen que las guerras se mantengan por los siglos de los siglos: los ortodoxos, los radicales, los nacionalistas, los fanáticos.
No es la primera vez, ni será la última, que un escritor es condenado por parte de la opinión de su país como un traidor, incluso hay algunos que se han adelantado a su lapidación señalándose ellos mismos como “traidores de la patria”.
El poeta mexicano José Emilio Pacheco llegó a escribir y publicar un poema así titulado Traidor a mi patria, en el que viene a desvelar todo lo contrario, el profundo amor que siente por su país alejándose de fáciles y embusteras patrioterías utilizadas siempre por los políticos y los nacionalistas fanáticos.
Ni qué decir tiene que no a todos les gustó ese poema de Pacheco, aunque perdonaran la letra y el espíritu pasional de esos versos afirmando que no “era el mejor poema del poeta mexicano”.
Regresemos a Oz. Su postura lo fue activamente. En más de una ocasión, y siempre con voz alta y clara, pidió que Israel abandonara los territorios que había ocupado a los palestinos, y en todas esas ocasiones cayó sobre él ese anatema cuyo paradigma es el personaje de Judas: real de traición.
No es casualidad que Amos Oz haya escrito una novela de tesis así titulada Judas, en la que reivindica el papel necesario del apóstol de Jesús.
Señalado por los sagrados profetas, Judas Iscariote es un personaje necesario para que se cumplan todos y cada uno de los episodios que dan a la vida escrita de Cristo, las características de Hijo de Dios.
¿Se vio Amos Oz en el papel de Judas al escribir su novela del mismo nombre? Sostiene el novelista judío que lo único que hace Judas es cumplir con las profecías de las Sagradas Escrituras. En ellas, todos los pronósticos son sagrados, como su propia letra.
En la novela de Oz, Judas Iscariote no es un traidor (o lo que entendemos como tal hasta hoy desde el principio de los tiempos), sino alguien que cumple su destino, alguien fiel a su vida y a las santas profecías que lleva a cabo una aparente traición en la persona de su mejor amigo, Jesús, porque así está escrito por Dios desde que el tiempo es tiempo.
De modo que todo tiene que cumplirse y Judas, contra lo que la visión cristiana ha trasladado durante siglos, no es más que un ejecutor de la visión divina de las cosas.
El cristiano puede transigir y escoger una posición nada neutral: Judas fue un mal necesario, pero —al fin y al cabo— un mal. Oz, judío, por el contrario escoge el papel del destino para Judas, y mira más allá de la religión y la moral para restituir en el Iscariote los valores sagrados que le da el libro sagrado.
¿Treinta monedas de oro por el Maestro? Oz sostiene que Iscariote era íntimo amigo de Jesús el Nazareno, que procedía de una muy buena familia judía y que gozaba de toda la confianza de Jesús.
Dice incluso en su novela que se entendían hasta con gestos, lo que viene a traducirse de un modo absoluto: estaban de acuerdo en todo.
La frase “lo que has de hacer, hazlo pronto” es al mismo tiempo un pacto entre los dos, aunque parezca una orden a los ojos de los demás discípulos.
En definitiva, mi impresión como relector de Amos Oz y de Judas, en estos momentos de guerra eterna entre Hamás y el Estado de Israel, es que el escritor se mira en el ejemplo del Iscariote para señalarse a sí mismo y excluirse como traidor a Israel y a los judíos.
Es buena noticia recordar que Oz no estuvo ni está solo en sus tesis sobre el interminable conflicto judío-palestino.
Situarse por encima del fanatismo (de los dos fanatismos, el judío y el palestino) es la postura de la inmensa mayoría del mundo occidental que, por otro lado, ha hecho más bien nada por intentar resolver el problema.
¿Qué pensaría Oz hoy de Trump y su papel como emperador del mundo? ¿Qué pensaría de un emperador que le da las armas necesarias a Israel para que haga la guerra y siga exterminando a los palestinos, a los civiles sobre todo pero también a los militares y terroristas, y al mismo tiempo, y cuando le da la gana, les exige esa paz sin justicia que queda en el aire y conteniendo la respiración?
