“No cederé a la servidumbre de la resignación”, escribe en su nuevo libro Jacintos y galletas (Ediciones La Palma, isla de La Palma, 2025) la poeta Tina Suárez Rojas. Cada verso, cada poema de este volumen exhala, cincela y dibuja con palabras el grito de la pérdida irreparable, definitiva, la ruptura definitiva de la vida, el sentimiento del vacío, el alarido poético por la muerte de la madre: “madre, mamá, mamaíta”, se escucha de cerca y de lejos el llanto de la poeta, palabra sobre palabra y verso a verso. De modo que no cabe la resignación en el verso, por eso hay también, en la línea poética de Tina Suárez Rojas, un irrefrenable deseo de rebelión, de profunda rebeldía, frente a lo irreparable del tiempo y sus consecuencias biológicas.

La poesía elegíaca tiene larga tradición clásica en Occidente, desde el griego Tucídides y sus geniales himnos a los muertos hasta Jorge Manrique y sus Coplas por la muerte de su padre. Hasta hoy: ahora el llanto poético de Tina Suárez Rojas en Jacintos y galletas, título inspirado en el verso de Carl Sandburg que abre la lectura de los poemas del libro: “Poetry is the synthesis of hyacinths and biscuits”. Dedicado, in memoriam, a su madre, la poeta escoge el poema como bálsamo siquiera temporal para el luto definitivo: “Cuánto estropicio de amor me dejas/cuánta belleza tu ausencia”.

Siempre fue un problema para la poesía elegíaca de verdad, la que llega profundamente al alma del lector porque es poesía eterna —siempre rodeada de abismos sentimentales y psicológicos—, el que simples lloradores sin lecturas ni fondo verbal, sin vocación ni oficio (en el fondo, sin dolor real y sin amor ni conocimiento por la palabra), es decir, doloridos intrusos de ocasión, entraran a caballo, como elefantes, en el salón de lujo de la poesía elegíaca.

Doble pecado con el que no hay que transigir nunca: pecado contra la poesía y pecado contra la elegía, el llanto de luto de la palabra poética. Es poder y obligación del crítico y del lector avisado desenmascarar al farsante, signo de diferencia vital, estética y ética, porque no hay una sin la otra, ni viceversa.

Por lo contrario, conviene al lector de poesía y al crítico —informado, leído, cultivada su vida por la lectura de poesía— señalar el auténtico grito poético del dolor verdadero: Tina Suárez Rojas y Jacintos y galletas.

Queda señalado: en cada palabra, cada verso, cada poema de este volumen plenamente poético, está la sensibilidad del recuerdo, el llanto doloroso de la pérdida, el cuidado delicadísimo de la música elegíaca. La poeta ni se pasa ni se queda corta: llora en su trance, en su luto, en su recuerdo, en un abrazo a la madre que ya no está pero como si estuviera a su lado, escuchando su llanto.

Es muy difícil ser exactos en un poema elegíaco, pero la poeta lo consigue en medio de las turbulencias de sus propios sentimientos

Créanme: es muy difícil ser exactos en un poema elegíaco, casi siempre desbordado por las emociones que convulsionan en alma. La poeta consigue exactamente ser exacta en medio de las turbulencias de sus propios sentimientos y recuerdos, en medio de cercanías aparentes y lejanías definitivas. El llanto poético por la muerte de su madre es la definición de ese sentimiento de pérdida tan contradictorio: la madre se fue para siempre, pero desde ahora estará para siempre en la poeta a través de su poesía.

“He sido una buena hija”, declara la poeta en su canto XXIV. Y termina el poema, tras narrar con suma delicadeza estética la vida cotidiana con su madre, “¿he sido una buena hija?”. El homenaje poético de Tina Suárez Rojas a su madre en el peor momento de su vida lo demuestra: no sólo ha sido una buena hija, sino que, sin proponérselo tal vez, escribe quizá los versos más hermosos de su vida, la confesión poética de la fidelidad filial, siempre y todavía, por utilizar esta vez a Machado, más allá de la vida, en la palabra y la eternidad del poema, en el verso y en la realidad eterna de la poesía.

He leído y releído por dos veces Jacintos y galletas con creciente emoción y con una empatía que he sentido pocas veces en los últimos años, en todo este tiempo despreciable del siglo que llevamos viviendo horrorosamente.

Cuando leí los primeros libros de poemas de Tina Suárez Rojas llegué a la conclusión de que había ganado para mí, lector siempre revenido, una certidumbre poética y literaria. Me enamoré de su forma de escribir, del tratamiento verbal de cada verso, de la exigencia y obligación de equilibrar —en cada uno de esos versos, como manda la tradición clásica que la modernidad de los años no ha sido capaz de romper ni olvidar— la estética y la ética personales y definirlas y describirlas en la poesía escrita, la verdadera literatura. Ahí descubrí a Tina Suárez Rojas: Jacintos y galletas me da la razón. Lean ese libro y me darán la razón.