La novela La mitad del Credo (Alrevés, Barcelona, 2025), de Emilio González Déniz, se inspira en la historia real de Juan García, “El Corredera”. Es una historia trágica que comienza con una muerte en el pueblo de Telde, Gran Canaria, durante la Guerra Civil Española, y termina casi veinte años después con una injusticia más en la mendaz y cobarde “España en paz” de la interminable posguerra del franquismo.

En defensa propia y de su familia, Juan García mata a un falangista abusador. Se da a la fuga y desaparece. La voz popular afirma, en voz baja, que ha huido a Venezuela y escapado de la muerte. Dejan de buscarlo. Pero Juan García está escondido en las medianías de su pueblo, Telde. De vez en cuando y cubierto por la complicidad silenciosa de la gente, baja a su pueblo.

Hace tiempo que, en el resto de Gran Canaria, esa historia se ha olvidado: Juan García no existe más que en la leyenda de “El Corredera”. Casi veinte años después un desgraciado accidente de caza lo delata. Lo reconocen, lo hieren y lo detienen. Será juzgado a toda velocidad por el franquismo y asesinado a garrote vil en el año 1958, creo recordar.

La mitad del Credo es la novela de esa leyenda. La primera edición de este relato es de 1989, y fue la segunda novela que se ocupaba del caso del Corredera en Canarias. En 1976, Plaza y Janés publicó en Barcelona —tal y como cuento en la magnífica reedición de este año de la novela de González Déniz— mi relato Estado de coma: Siaka García, “El Jabalí”, era la traslación narrativa a la literatura del Corredera y su leyenda.

La diferencia de mi novela con La mitad del Credo, es que la novela González Déniz es mucho mejor: la historia de Buganvilla, que es el claro trasunto literario de Juan García, posee una prosa fuerte, concisa, sin concesiones a los deleites barrocos y otras historias que son Estado de coma, una prosa apegada y propia para escribir una leyenda de estas dimensiones; los personajes, cada uno de ellos, convierten la novela, en cierta medida y con toda suavidad, en relato coral cuya capacidad narrativa de tensión dramática se acerca a la tensión teatral.

Es una de las señas de identidad de la novela de González Déniz. Buganvilla, una vez leído y digerido, resulta inolvidable para el lector de verdad; las descripciones del lugar donde tienen lugar los hechos de la realidad y la ficción son un cuadro impresionista de primera dimensión y ayudan, diría que a la perfección, al interés de la totalidad del relato; el resto de los procedimientos narrativos avalan un conocimiento profundo de la literatura por parte del novelista español (español y canario) y retratan la verosimilitud literaria de la historia.

La novela tiene un aliento profundo y firme: todo esta al servicio de la ficción narrativa que surge de la leyenda y la realidad escondida del protagonista. Y, finalmente, el relato tiene sabiamente las páginas que debe tener: ni más ni menos. Y el cuidado del detalle, como buscaba siempre Nabokov.

"En las Islas Canarias está ocurriendo algo importante: una erupción literaria que parece un volcán irreductible"

Esto es todo en cuanto a la novela. Con respecto al novelista, a Emilio González Déniz, he de recordar ahora que ha escrito y publicado quince o más novelas, lo que demuestra, al menos desde mi concepción de la novela, que el novelista tiene una voluntad de hierro, como pedía Henry James, y la tenaz vocación de un escritor que está por encina de fracasos, frustraciones, golpes de pecho y otros llantos peculiares de cientos de nuestros escritores y los del mundo entero.

Contra y frente al estrecho contexto literario de Canarias y ante una falta de lectores suficientes que es escandalosa, ajeno a todos los fantasmas perniciosos de la isla, como decía de nuestra tierra la novelista Carmen Laforet, con una sonrisa que va más allá de la ironía pero no termina por entrar en el sarcasmo, además de una memoria de la tierra de lo más veraz y profunda, el novelista González Déniz ha corrido, corre y estoy seguro que correrá su aventura de novelista irredento con una vocación de granito conseguida a través de un trabajo totalizador y estrictamente literario. Como pedía Roberto Arlt, González Déniz es de los novelistas que trabaja todos los días, aunque alguna vez sea solo un párrafo.

Termino confirmando una vez más que allá abajo, en las Islas Canarias, está ocurriendo algo importante: una erupción literaria que parece un volcán irreductible. Sigo sin comprender por qué las grandes editoriales, y muchas de las pequeñas, no han ni siquiera descubierto la mina de oro que puede haber para ellos y para la literatura actualmente en Canarias. En fin, pónganse como quieran: yo sé y he visto y sigo viendo lo que digo. Y Emilio González Déniz es la cima narrativa de ese volcán vivo. Y la punta del iceberg que tenían que haber descubierto hace más de veinte años los editores españoles.