Antes del éxito de Fortnite, Epic Games triunfó con la saga Gears of War. Después de explotarla con una trilogía y un spin-off, vendió los derechos a Microsoft por una cantidad astronómica y los de Redmond pusieron a uno de sus mejores equipos a trabajar en exclusiva. La primera incursión en la franquicia de The Coalition pecó de conservadora, pero en Gears 5 el estudio comandado por Rod Fergusson ha dado un paso de gigante, arriesgando con muchas novedades en el esquema jugable y poniendo por primera vez en el papel protagonista a un personaje femenino. Aunque la saga siempre ha tenido un tenue mensaje sobre el ciclo deshumanizador del complejo industrial militar, que convierte a los soldados en engranajes (gears en inglés), piezas sustituibles de una maquinaria interminable, la mayor parte del tiempo se ha centrado en satisfacer los apetitos de un supuesto jugador masculino: por un lado violencia infantiloide (la que lleva a fusionar motosierras con metralletas) y por otro un discurso hagiográfico de la hermandad de las trincheras. Pero en 2019 la fórmula ya no carbura, y no sirve para sustentar una mega franquicia de este tipo. Incluso a los videojuegos de acción visceral como este se les pide más. Mucho más.

La narrativa de Gears siempre se ha mirado en el espejo de Starship Troopers, el libro de ciencia ficción de Robert A. Heinlein que presenta la lucha encarnizada entre los humanos y una raza alienígena de insectos gigantes. Y, como en el libro, los juegos muestran una unión de gobiernos de connotaciones fascistas, una lucha contra un enemigo monstruoso a la que se dedican una pléyade de epítetos peyorativos –con reminiscencias de los términos racistas empleados en otras épocas– y una glorificación del ideal militarista. Pero en Gears 5 la ironía ya resulta inequívoca. La investigación sobre los orígenes de Kait Díaz, protagonista del juego, arroja luz sobre los propios orígenes de los Locust, los monstruos que surgen del suelo, y confirman tanto teorías como responsabilidades en su creación. Estas revelaciones, junto al papel central que juegan el uso de armas de destrucción masiva y los efectos que el pragmatismo militar tiene sobre la población civil, confluyen en un escenario ciertamente complejo en la faceta sociopolítica, aunque muchas veces el pulso del relato, de blockbuster de acción y horror, no permita detenerse lo suficiente en estas consideraciones.

De lo que sí se beneficia por completo el juego es de la decisión de bascular el foco a su protagonista, abandonando al sumamente anodino JD del anterior episodio. Kait ciertamente exhibe aspectos masculinos –algo que se critica mucho a las protagonistas de juegos de acción–, pero su perspectiva supone una andanada de aire fresco a una saga que llevaba desde su concepción sin abrir las ventanas, con un aire viciado que parecía diseñado como espacio seguro de esa identidad gamer tan elitista como acomplejada. Gears no ha sufrido un cambio tan radical como el que hizo el año pasado God of War, pero también es cierto que, con todos sus problemas, la saga tampoco estuvo nunca en un nivel tan furibundamente miserable como la de Kratos y su execrable misoginia. En cualquier caso, resulta esperanzador que franquicias de este calibre no se reduzcan a seguir alimentando los aspectos más nocivos de una época que tiene visos de quedar absolutamente superada, y de cómo el cambio puede aportar valor incluso a juegos con un 5 en el título.

@borjavserrano