Murillo: Cuatro figuras en un escalon, h. 1655-1660 (Kimbell Art Museum, Fort Worth, Texas)

Dos ambiciosas exposiciones cierran en Sevilla el Año Murillo. IV Centenario reúne en el Museo de Bellas Artes importantes préstamos internacionales y Aplicación Murillo, comisariada por Luis Martínez Montiel, Pedro G. Romero y Joaquín Vázquez, "quita caspa" a los temas del pintor con más de 600 obras contemporáneas distribuidas en siete sedes.

Acabar con el cliché de Murillo como pintor de Inmaculadas y edulcorados niños ha sido, desde el principio, el objetivo de la celebración del IV Centenario del nacimiento del pintor celebrada en Sevilla, en donde se calcula que antes de las recién inauguradas exposiciones a modo de colofón, ya han participado dos millones de visitantes. Además, la operación Murillo ha servido para restaurar imponentes lienzos, como El jubileo de la Porciúncula, del Museo Wallraf-Richartz de Colonia, que permanecerá en Sevilla hasta 2026. Y también para adecuar la Sala de Murillo en el Museo de Bellas Artes y el espacio expositivo del CICUS, una de las siete sedes de la muestra Aplicación Murillo. Un despliegue único, y que bien vale una visita de al menos dos días a la capital andaluza.



La selección de cuadros de Murillo da una visión de su obra absolutamente deslumbrante

Hasta mediados del siglo XIX, Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682) fue el pintor español más valorado fuera de nuestro país. Aunque el expolio napoleónico se llevó cuatro decenas de lienzos, en realidad, la exportación de sus obras comenzó en su propia época, a través de los ricos comerciantes extranjeros que fueron sus clientes en una Sevilla que pasó de ser el mercado central del comercio con las Indias al declive, a favor de Cádiz, acentuado tras la epidemia de peste en 1649 que diezmó su población. Un contexto inevitable para entender la evolución de su pintura que comienza bajo la influencia de un naturalismo tardío a la sombra de Caravaggio y Zurbarán, se afirma en un barroco que cumple por completo los sueños de la Contrarreforma hasta preludiar el rococó y, desde ahí, vuelve a la austeridad sobria y tenebrista, más cercano a Ribera, en amplios encargos como el de la Hermandad de la Caridad, y las telas costumbristas con niños sucios y harapientos y, sin embargo, plenos y felices, como subraya Hegel en su Estética, calificándole por ello como el primer pintor moderno.



Si este fue el planteamiento cronológico de la muestra en el Museo del Prado celebrada en 1982 con ocasión del III Centenario de su muerte, la actual exposición en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, comisariada por María del Valme Muñoz e Ignacio Cano, ha apostado, sin embargo, por un enfoque temático. Con una selección de cincuenta y cinco obras, muestra una visión de conjunto de su obra absolutamente deslumbrante y sorprendente. Nunca antes Murillo había parecido un pintor tan italiano y, a la vez, tan norteño, gracias al conocimiento adquirido a través de las colecciones de sus clientes, como Justino de Neve o Nicolás Omazur. Ni tan barroco, con escenas de banquetes de la década de los años sesenta, como en La disipación del hijo pródigo y Las bodas de Caná, dos de los veinte cuadros nunca antes vistos en España, entre la treintena de préstamos procedentes de museos principales de Europa y Estados Unidos.



Gego, Tejedura 91/37, 1991

Como también sorprendente es la alegre escena Cuatro figuras en un escalón, de factura fotográfica. Nadie como Murillo ha representado la ilusión adolescente y las muecas, o el pan en las bocas entreabiertas de los niños, como en Invitación al juego de la argolla o Vieja despiojando a un niño. Una relectura de su obra en la que predomina la etapa de madurez y su último periodo, y donde también merecen destacarse la llamada Virgen gitana procedente de Roma, antítesis de la coetánea Virgen con el Niño de Liverpool, ambas de principios de los años setenta y ante las que palidecen sus manidas Inmaculadas. Entre bocetos y versiones, en esta exposición también podemos apreciar la contribución de su taller, que llegó a contar con más de una decena de oficiales y aprendices, y el desapego con que se tomaba el encargo de retratos de "personas principales" en Sevilla, él que era tan audaz retratista, como se admira en el inefable Ecce Homo, de la Colección Colomer.



Pocas veces podemos asistir a un acuerdo tan bien pactado entre la solemnidad que merece la celebración de un centenario y la perspectiva inevitablemente subvertidora desde el arte contemporáneo para rechazar la imagen kitsch a la que se redujo la obra de Murillo tras su declive. Primero internacional, por obra de impresionistas y vanguardias que prefirieron a Velázquez y Goya, y, después, por el nacionalcatolicismo.



Precisamente es esa imaginería barata y popular de la baja cultura en almanaques, vitolas de tabaco, estampas y etiquetas la que sirve para coser la Aplicación Murillo. Materialismo, charitas, populismo, un conjunto de muestras que con un enfoque también temático se propone desmontar viejos mitos infundados. "Para quitarle la caspa a Murillo", como declaró Pedro G. Romero en su inauguración, al tiempo que para vincularle con vídeos, fotografías, esculturas, instalaciones, performances y pinturas de artistas contemporáneos. Una propuesta posicionada que ya ha levantado ampollas ante las leyendas de la hasta ahora versión tradicional, pero no menos politizada. El resultado visual es despampanante, con asociaciones lúcidas y eruditas que quizás solo puede aportar un artista archivero como Romero, que ha manejado junto a los otros dos comisarios cerca de seiscientas piezas de artistas muy destacados en los ámbitos internacional, español y sevillano, jugando con destreza entre lo global y lo local. Aunque el discurso teórico, abigarrado, tienda a desbordarse en derivas que poco aclararán y sí confundirán mucho a quienes sigan el prolijo folleto de la Aplicación.



De izquierda a derecha, Isidoro Valcárcel Medina: No necesita título, 1990. Robert Morris: House of Vetti II, 1983

Para dar idea de este complejo mosaico, hilvano algunas impresiones. Comenzando con la idea de materialismo en el Espacio Santa Clara, la muestra recoge testimonios de la asimilación de Murillo en la historia del arte: desde la versión del saqueo por el pintor orientalista del s. XX J. F. Lewis al collage First Lady (Pat Nixon), de la serie Trayendo la guerra a casa de Martha Rosler; aunque el plato fuerte es el desmontaje de la adscripción de Murillo al nacionalcatolicismo reconstruyendo su presencia en las Misiones Pedagógicas, con excelentes copias de Ramón Gaya.



El resultado visual de Aplicación Murillo es despampanante, con asociaciones lúcidas y eruditas
Además, se aborda el reparto material con la imponente instalación de la habitación For Sale de Ilya Kabakov. Otras cuestiones son: la "epifanía del trabajo", en alusión al Murillo pintor infatigable y fundador de la Academia de Bellas Artes de Sevilla ripiado, entre otros contemporáneos, por Carlos Pazos con la serie Voy a hacer de mí una estrella. Y la importancia de lo textil en sus cuadros, en donde abundan cestillos de labores, con piezas tan interesantes como Tejedura de Gego y, sobre todo, la aportación de tapices y otras piezas de Teresa Lanceta, quien ocupa un lugar destacado en el conjunto de estas exposiciones; así como Paula Rego, muy buena conocedora de Murillo al residir en Londres frente a la Dulwich Picture Gallery que ha prestado varias telas en la exposición histórica, y que también nos habla de la influencia de Murillo en la tradición de la pintura de género desde Hogarth hasta la propia Rego.



Quizás el capítulo más cuajado sea Charitas. Murillo trabajó para las dos ideologías que rivalizaban en su época sobre la mejor vía para alcanzar el cielo: la fe o la caridad, que dio lugar a diversos comportamientos, entre la vida lujosa y el compromiso real con los pobres. Aquí se desgrana en ociosidad, afectos y un plus: "el castillo de la pureza", dando pie a una interesante reinterpretación de la Inmaculada con una gran pieza de fieltro de Robert Morris, y la irreverente secuela sobre libertad sexual y prostitución en el arte contemporáneo. También en la Sala Atín Aya es muy impactante la muy poco conocida instalación de Isidoro Valcárcel Medina que reproduce un comedor social, cuyos platos se cambian cada día en colaboración con comedores de Sevilla. Así como la pila de cartones, resultado de la convivencia de Julio Jara con jóvenes en albergues, que ellos mismos escribieron y en la inauguración portearon al Hospital de la Caridad: donde también se comprueba la inspiración de Pepe Espaliú para Carrying en una tela de Murillo y en un palanquín de época.



En CICUS, dedicado a la dimensión más popular de Murillo, es formidable lo planteado sobre la familia, rescatando de los fondos del Museo Reina Sofía joyas como el cuadro Conciencia tranquila de J. Romero de Torres. Y no se pierdan las sorpresas en el resto de sedes: los Venerables y la recreación del divertido duelo Murillo/Velázquez llevado a cabo en 1992 por el colectivo francés 4 Taxis en la Facultad de Bellas Artes.



@_rociodelavilla