Vista de sala

Azkuna Zentroa. Plaza Arriquibar, 4. Bilbao. Comisaria: Carolina Grau. Hasta el 20 de enero

Ángela de la Cruz (La Coruña, 1965) llegó a Londres en 1987, sin terminar sus estudios de filosofía en Santiago de Compostela. Se fue buscando algo que previamente la había seducido en las cintas de Cabaret Voltaire y de muchas otras bandas del momento. La pintura estaba ahí, pero todavía no había sentido el clic que la llevó posteriormente al Chelsea College of Art, a Goldsmiths y a la Slade School of Art.



Poco a poco llegó el reconocimiento y citas como Manifesta 5 en San Sebastián o la instalación Larger than Life en el MARCO de Vigo, ambas en 2004, la devolvieron por primera vez a la península. Tras esto, un ictus y un largo coma la mantuvieron inactiva hasta 2009 y, con la recuperación, llegó también la nominación al Premio Turner a raíz de After, la exposición individual que el Candem Arts Centre le dedicó en 2010. En 2015 Escombros reunió, primero en la Fundación Luis Seoane en La Coruña y después en La Panera en Lérida, una selección de obras realizadas entre 2009 y 2014. Inaugura ahora Homeless en el Centro Azkuna de Bilbao, su primera gran retrospectiva, que cubre un período que va de 1996 hasta la actualidad. Son veinticinco trabajos que conforman un amplio repaso a su carrera, sin caer formalmente en un itinerario cronológico y sin perder el carácter instalativo ni el estrecho diálogo entre obras que se reparten a lo largo de este amplio período.



Esta muestra es como un huracán. Apenas media docena de piezas cuelgan rectas, como se espera de la pintura

De la Cruz cuenta cómo, en 1995, trabajando de camarera muy cerca de Trafalgar Square, llegó a visitar hasta en veintiuna ocasiones la celebrada muestra individual de Luc Tuymans en el Institute of Contemporary Arts. Fue la defensa de la pintura y el poder que cobraban en ella las imágenes que a diario ocupan las páginas de los medios lo que le interesó del artista belga. Ella habla de un punto de inflexión, de la indignación vital y la impotencia por la pérdida que la llevó a desmembrar físicamente la pintura, a entenderla como objeto articulado en estrecha relación con sus propias proporciones. Data este hecho en 1996, cuando empotró literalmente un gran lienzo contra un muro del estudio de la Slade, condenándolo a no colgar, sino a apoyarse en una esquina, sin una pared precisa que lo sostuviese, como se espera de todo cuadro. Lo tituló Homeless, como esta exposición, en recuerdo de los últimos años del thatcherismo en que De la Cruz recorría Londres subsistiendo como podía, observando los coletazos finales de aquella conflictividad social que había dado origen a fenómenos como el punk o el National Front. Homeless fue presentado aquel mismo año en una colectiva, y allí lo vio por primera vez Carolina Grau, que ahora comisaría esta exposición y que ha acompañado durante estos veintitrés años el trabajo de Ángela de la Cruz.



El montaje se divide en tres momentos, tres diálogos como tres escenas de una representación teatral. Y en ellas se articula un encuentro intergeneracional que conecta en primer lugar una violencia que todavía late acelerada, con una violencia que ella asume como "serena". Es la violencia que caracteriza sus últimos diez años de producción, los que van desde la vuelta al trabajo en 2009 hasta hoy mismo, esos que se corresponden con las actuales limitaciones físicas de la artista. No obstante todas ellas, las unas y las otras, en mayor o menor medida, mantienen una sensación de frescura que a ella le obsesiona.



Shelf, 2001

Trabaja en series abiertas, que se solapan temporalmente, como sus Commodity Paintings, que reúnen desde 1997 una serie de trabajos cómodos o vendibles, esos con los que se pagan los alquileres o el colegio de una hija. De la Cruz no obvia el importante papel del mercado en todo esto, y asume que la pintura se hace para ser vendida. Tampoco condiciona su manera de hacer a lo que el mercado dicte, y por ello el grueso de esta exposición responde a una idea de detritus, a pinturas menos cómodas que han ido cobrando forma a partir de un proceso de reciclaje que ella extiende a todos los pintores. Por eso en su estudio de Londres, desde sus inicios, nada se tira, porque todo es susceptible de terminar cumpliendo alguna función, como ocurrió entre 2003 y 2005 con sus Clutter, amasijos de telas o armarios que funcionan como contenedores de sí mismos. A estas series más características se suman algunas rarezas, es el caso de Painting and a Half and a Parasite I (1996), o según la traducción que ella le da, "pintura de puta madre con un parásito". Una pintura apoyada directamente en el suelo, sobre la que se sitúa otra, del mismo modo que ocurre en Reach (Red/Black) (2002) mediante la superposición violenta de dos grandes telas.



Homeless es ahora, en Azkuna Zentroa, un huracán que semeja haber barrido la sala. Apenas media docena de piezas cuelgan rectas, como se espera que cuelgue la pintura. El resto se muestran dignas, apoyadas mediante lo que De la Cruz llama abiertamente "apaños", como en un hospital de campaña, en medio del conflicto bélico que ha supuesto sobrevivir a más de treinta años expatriada. Porque la identificación de Ángela de la Cruz con la inestabilidad social responde a un reflejo íntimo, al inconformismo que la sacó de una Galicia de luchas sindicales y la llevó a viajar por dos meses a Inglaterra para no volver jamás. Responde a haber elegido la pintura en un instante en que la pintura afrontaba otro de sus ya cíclicos cuestionamientos.



Lo más interesante de esta reunión es entender en qué medida cobra presencia la figura de la artista, descifrar qué hay de autobiográfico en todo esto y de qué manera ella misma se identifica con la figura del sin techo. Tras su paso por Bilbao, Homeless viajará en febrero a Santiago de Compostela, a un CGAC que asiste silencioso al actual desmantelamiento de las instituciones gallegas.