Montmartre, 1930-1931

Fundación Mapfre. Diputació, 250. Barcelona. Comisario: Peter Galassi. Hasta el 13 de mayo

Brassaï tiene una serie de fotografías particularmente extraña que consiste en personajes durmientes. En cualquier rincón, no importa dónde, su cámara capta figuras abandonadas a sí mismas, ausentes e indiferentes al exterior. ¿En qué sueñan? Aunque Brassaï trabajó por encargo -existe un Brassaï, si se quiere, comercial- nunca fue un periodista gráfico. Sus imágenes no poseen un carácter documental. Son, al contrario, indicios, señales que nos apuntan a algo que está más allá de la realidad. Acaso lo que soñaban esos durmientes no sea otra cosa que ese mundo que Brassaï reveló con su cámara y que se despliega en esta exposición en 12 series.



Una de las más populares es la dedicada a París de noche. Técnicamente fue un golpe de audacia. A principios de los treinta no era fácil fotografiar en aquellas condiciones de luz. Ni las cámaras poseían tales prestaciones, ni las placas que se comercializaban tenían la sensibilidad necesaria. Brassaï aplicó ingeniosas estrategias que lo hicieron posible. Pero más allá de las cuestiones de cocina de taller, interesa señalar la dimensión onírica de aquel París nocturno, un espacio en el que desplegar los sueños.



Entre finales del XIX y principios del XX, otro fotógrafo, Eugène Atget, registró el Vieux Paris, la ciudad antigua destinada a desaparecer por las reformas urbanísticas. Frente a la voluntad inventarial que cabría suponer, Atget no plasmó una imagen tópica de la urbe, sino que, más allá del cliché, captó lo apartado, lo insólito, lo que pasaba desapercibido: las calles desiertas, los escaparates, los pasajes comerciales... El París de Atget resultaba familiar, pero al mismo tiempo extraño, desconocido. Esta revelación de lo Umheimlich freudiano o "lo maravilloso" bretoniano fascinó a Walter Benjamin, tan afín al universo surrealista. El París de Atget era una geografía extrañada, metafísica, cercana a la pintura de De Chirico. Así también el de Brassaï.



Este fotógrafo, en sintonía con los surrealistas, configurará una nueva geografía de París a través de sus callejeos nocturnos por la ciudad, revelando en sus edificios, plazas y monumentos signos que conducen a la experiencia de lo maravilloso, aquellos encuentros fortuitos, guiados por el "azar objetivo", que propician una experiencia singular, una apertura a la vida inconsciente. El París de Brassaï es el París de Nadja, el famoso relato de Breton, el de la Tour Saint-Jacques, los muelles del Sena, los cafés donde se encuentran los enamorados, los cabarets que frecuentaban los surrealistas. Son también sus extraños escaparates, una ventana a lo surreal: maniquíes que semejan seres humanos, prótesis de piernas con medias, corsés, sombreros, objetos comunes que, descontextualizados, se invisten de una inquietante extrañeza.



Para los surrealistas, la ciudad es un laberinto de signos, sólo hace falta una predisposición a lo irracional, una porosidad a la sorpresa y lo desconocido, para que estos se revelen. Brassaï buscaba estos signos. En este sentido, una de sus series más significativas se la dedica a los grafitis, que se nos aparecen como una metáfora de esa ciudad onírica, llena de mensajes y signos herméticos. Son los sueños sumergidos tras las cosas que, en la noche, afloran a la superficie.