La partida, 2017

Galería F2. Dr. Fourquet, 28. Madrid. Hasta el 10 de marzo. De 2.500 a 11.000 €

Hay algo de medieval en la obra de Diego Delas (Aranda de Duero, 1983). La simbología, los materiales, el homenaje a la arquitectura vernácula de su tierra con los que da forma a un reconocible "imaginario Delas". Al explicar su obra arroja una clave esencial: "trabajo para no olvidar" partiendo de la base de que la memoria es algo subjetivo. Si en su primera exposición en la galería F2, en 2015, nos transportaba con enormes clavos maestros hechos de cera de abeja y óleo a las antiguas casas de adobe, en 20.000 toneladas de mármol, la instalación que presentó en Generaciones 2017, recorría la altura de las salas de la Casa Encendida con pósters de madera tallada que funcionaban como estilizados caballetes. En ellos se mostraban lienzos hechos con yeserías, celosías de tela y figuras de hojalata. Bebía también de la artesanía y el patrimonio en su intervención en el madrileño Centro de Interpretación de Nuevo Baztán con piezas exentas a caballo entre la escultura y la pintura, hechas con materiales de construcción, con las que creaba un "amuleto-ornamento".



En todas estas piezas ya aparecían las estrellas de cuatro líneas, los círculos o las inscripciones, motivos recurrentes de nuevo en Cielo y sol dorado de la siesta, su segunda exposición individual en F2, una invitación del artista a entrar en el "desván" de sus recuerdos, en homenaje a la tranquila vida de pueblo. Un proyecto más maduro en el que encontramos La culebra en las glorias (2017), una maqueta de barro sin cocer de una vivienda construida por sus habitantes, arquitectos improvisados, a lo largo del tiempo. Larga sobremesa (2018), un collage en tres dimensiones de maderas de cerezo, pino, iroko y roble con las que crea una sutil policromía con doce piezas ensambladas a modo de juego infantil. O La partida (2017), una pieza cargada de humor en la que una pintura de formas geométricas hace las veces de tablero de juego de mesa, apoyado en un anciano taburete entre cuyas patas sobrevuelan seis colillas de cigarrillos. Todo en esta exposición conecta con La poética del espacio de Bachelard que localiza los recuerdos en el espacio -en lo que el francés llama la casa-cuna- que tiene la capacidad de conservar el tiempo detenido.



@LuisaEspino4