Detalle de Et pourleche la face ronde, 2013-2016

Sala Alcalá 31. Alcalá, 31. Madrid. Hasta el 29 de enero.

Tras la tardía adjudicación hace dos años del Premio Nacional de Artes Plásticas, Carmen Calvo (Valencia, 1950) no tiene nada que demostrar. Quizás por eso ha permitido a su comisario, Alfonso de la Torre, que muestre facetas marginales a su producción, y más bien fruto de su generosidad para colaborar con quienes se lo piden, como un vídeo found footage con fragmentos de sus filmes preferidos y algunos audios con la variada música que escucha mientras trabaja. También puede verse un reportaje donde artista y comisario charlan sobre aspectos de su trayectoria, signada por un lenguaje "caníbal" y desde el principio provocador. Así, la propia artista, habitualmente enmascarada como tantos de sus personajes tras su trabajo, se presenta aquí directamente, próxima y casi podríamos decir, a bocajarro. En esta exposición, el énfasis en la presentación del archivo de imágenes que se han ido solapando en su estudio es casi tan intenso como la afirmación de sus más íntimas obsesiones: sexo, violencia y muerte.



Una exposición rotunda, con una selección de hitos en su carrera y piezas pertenecientes a las más prestigiosas colecciones, que no es un mero recorrido cronológico. Iba de retrospectiva, pero a resultas de esa impronta de extimidad, al tiempo es un zoom sobre la raíz y latencia permanente de su feminismo, expresado a través del motivo del pelo en la obra de Carmen Calvo: una artista políticamente comprometida en el arte, con la transgresión y subversión de sus lenguajes, y como es sabido, desde ahí, comprometida con la memoria de nuestro país, que es también un jirón de la historia de Europa y los desdichados coletazos de su ambivalente modernidad.



Sin título, 1969. Al fondo, Paris Paysage, 1986

De aquí que esta exposición, insospechadamente, tenga una doble entrada. Por la izquierda, encontramos el comienzo "oficial" de su trayectoria, cuando en 1980 es seleccionada por Margit Rowell para la exposición New Images from Spain inaugurada en The Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, con cuadros ya "posmodernos", en donde la pincelada es sustituida por piezas fragmentarias de barro cosida con hilos de empalomar, utilizado también por los arqueólogos, y que la conducirá durante un periodo a composiciones abstractas y clasificatorias. Cuadros que, en todo caso, afirman la tierra y el lugar, la procedencia de la artista valenciana, y lo táctil, el cuerpo. Si elegimos tirar a la derecha, que en el recorrido propuesto funcionaría como una especie de coda final, nos topamos con un guache sobre tabla de 1969, que muestra un cazador (facha) con su presa: una mujer desnuda y amputada, sujeta por el pelo.



Pero sea cual sea el itinerario, a partir de mediada la década de los noventa, cuando Carmen Calvo termina de acuñar su propio lenguaje, todo está poblado de pelo, vello y cabelleras de mujeres. Desde el cuadro Las amigas con mechones ensortijados bajo círculos de cristal, que evocan medallas y colgantes del "amor romántico" durante el franquismo, a las melenas colgadas entre exvotos de la impactante instalación Una conversación, que presentó en el Pabellón Español de la Bienal de Venecia en 1997; de algún modo, pendant del escaparate para la galería Joan Prats de Barcelona diez años después, cuando los mechones son los protagonistas de su serie de collages sobre pan de oro. Y también en sus inolvidables pizarras, donde el cabello se convierte en fusta y látigo, y en sus dibujos-collages sobre papel y tapices poscoloniales de la última década. De hecho, la inmensa pieza Sexo en la cara preside desde el arco superior toda la sala: su Courbet.



Alicia, 2006. Foto: Pedro González

Esta exposición bien podría haberse titulado "ese obscuro objeto del deseo": siniestro y abyecto, negado y ocultado en el ejercicio de la violencia cotidiana durante el franquismo, entonces gracias a los traumas inculcados por el catolicismo, como rememora Valeriano Bozal en el catálogo y en tantas obras ha insistido en recordar esta espigadora y bricoleur incansable. Disciplina sobre los cuerpos, las emociones y los sentimientos que produjeron mujeres rotas, algunas castigadas y rapadas, como sus maniquíes calvos; todas presas en la "cárcel de amor" que todavía hoy engaña a adolescentes y jóvenes. Para las que la artista ha realizado este año una pieza empoderada: un enorme globo terráqueo con voluptuosa melena.



Ante la evidente falta de espacio frente al proyecto, nos preguntamos por qué el Museo Nacional Reina Sofía ha dejado de organizar, como antaño, sus correspondientes retrospectivas a los Premios Nacionales de Artes Plásticas. Y también por qué la sala de la Comunidad de Madrid está asumiendo esta función, cuando su programa declarado es mostrar la trayectoria de artistas "a media carrera", propósito muy chocante en esta exposición con casi medio siglo de trabajo. En este país, necesitamos poner orden y claridad en nuestro panorama artístico. Urge un premio estatal para esa "media carrera". Y no es de recibo que nuestro museo nacional de arte contemporáneo no cumpla sus obligaciones con el país, con artistas, profesionales y públicos; con un programa expositivo respetable, pero aun sin resolver la cuestión del arte español.



@_rociodelavilla