Detalle de La partie d´echecs, de Marcel Duchamp

Patrocinada por Fundación BBVA. Fundación Joan Miró. Parque de Montjuïc, s/n. Barcelona. Hasta el 22 de enero.

¿Podríamos pensar en el arte posterior a los años 60, marcado por el Pop, sin atender a la aparición de la televisión? Entonces, ¿cómo explicar el arte de la primera mitad de siglo XX sin atender al ajedrez? Esta pregunta podría ser el punto de partida de la magnífica exposición que la Fundación Miró de Barcelona dedica al ajedrez y Duchamp como sujetos de reflexión para revisar las vanguardias.



Efectivamente, el ajedrez durante la primera mitad de siglo fue, antes de la llegada de la televisión, un juego social, con olimpiadas y grandes encuentros, y también ocupó el espacio del ocio, del que también participaron los artistas. Un juego que practicaron desde cubistas a dadaístas, desde futuristas a surrealistas: Max Ernst, Kandinsky, Sonia Delaunay, Klee, Man Ray y, por supuesto, Marcel Duchamp.



El artista más influyente en el arte contemporáneo, aquel del que André Breton dijo que era "el hombre más inteligente del siglo XX" fue también un gran jugador de ajedrez, hasta el punto de dejar por una larga temporada la práctica artística y sustituirla por este juego, si es que acaso alguna vez pensó que había alguna diferencia entre una cosa y la otra. Duchamp le dedicó tiempo y obras, desde uno de sus primeros cuadros (Joueur d'échecs de 1910, presente en la exposición, préstamo del Museo de Filadelfia y uno de otros tantos lujos que despliega el recorrido) hasta el último (el suelo oculto de su obra póstuma, Étant donnés, es un ajedrezado).



Duchamp y el ajedrez, ligado a su silencio, son grandes iconos de la historia del arte y las vanguardias, como lo son los cientos de cuadros con tableros, reyes, reinas, caballos y peones como motivo. La perspicacia e inteligencia del proyecto de Manuel Segade es no haberse quedado en lo anecdótico sino hilvanar un recorrido en el que nos obliga a pensar cómo no habíamos caído antes en la importancia del ajedrez. Dicho de otra forma, el ajedrez no es una anécdota ni una excusa, sino que pensar el arte de las vanguardias a través de ese juego de sobremesa, que durante la primera mitad de siglo no estaba recluido en un lugar marginal como ahora, revela claves sobre los desafíos de las vanguardias o sobre la condición política del arte. O, mejor jugado todavía, la ambición de la exposición es convencernos de que así fue. Y para ello no escatima esfuerzos: con la presencia de obras que son grandes clásicos (Kandinsky, Ernst o auténticas joyas como un cuadrito de Jean Crotti, cuñado de Duchamp y protagonista de una historia fascinante con Suzanne Duchamp, dadaístas optimistas fundadores de Dada Tabú); pero también con un esfuerzo discursivo.



Paul Klee: Uberschach, 1937 y a la derecha Sonia Delaunay: Les robes simultanees, 1925

La exposición se inicia mostrando la invención del ready-made como una jugada de ajedrez. No sólo por el desafío, por el intento de matar figuradamente a un rey, la pintura o el arte, sino lingüísticamente: el ready-made es, básicamente, un juego de cambio de significados (lo que en el continuo del mundo y la utilidad significa una cosa, cambiado de contexto significa otra) como si fuese un juego de cambio de casillas, de movimientos que convierten a un peón en reina. Enseguida, un paso impactante: el ajedrez como juego popular durante la revolución comunista, el eco en los artistas de las vanguardias rusas y su voluntad de emancipar al individuo a través de la inteligencia.



Así, la muestra abre el camino para considerar el juego de ajedrez desde el campo político. Es una metáfora obvia la relación entre ajedrez y guerra o entre ajedrez y táctica política, pero también fue más prosaico su uso como elemento de lucha durante la Guerra Fría. De tal manera que, en esa partida de relaciones entre el juego y el arte a través del itinerario que marca Duchamp, el ajedrez alude también la condición ideológica del arte de las vanguardias. Y para acabar, el ajedrez como la referencia que los artistas conceptuales recogen de Duchamp: Yoko Ono, Beckett y Fluxus.



Un siglo después del primer ready-made, Duchamp está de nuevo en el centro de todas las jugadas. Ahora en un proyecto que asume las actuales tendencias historiográficas que rechazan una explicación evolutiva a través de ismos y apuestan por explicaciones más laterales pero más complejas. En este caso, el ajedrez traslada una intensidad común que recorre las vanguardias.



¡Ah, las vanguardias! Inevitablemente la exposición cae de nuevo en esa nostalgia que envuelve a las vanguardias: la muestra de aquellos contextos comunes como el jardín de detrás de la casa de los Duchamp donde se reunían los Metzinger o Gleizes a jugar al ajedrez y discutir sobre pintura, los guiños como una corbata dibujada por Duchamp que regala a Miró o los artistas referencia. Sí, las vanguardias, ese momento cargado de nostalgias ajenas ¿Por qué seguir pensando sobre ellas? Tal vez porque fue el último momento en el que en la comunidad entre artistas revolución y radicalidad parecieron posibles, en el que el arte como el ajedrez podían contribuir a cambiar el mundo... El resto de la historia ha consistido en un auténtico jaque mate.



Una nota final: imposible sustraerse a la idea de que el comisario también ha hecho su propia partida de ajedrez en la exposición, más obvia a nivel discursivo como he señalado, pero en la visita también hay que estar atento a las perspectivas.



@David_G_Torres