Gustave Caillebotte: Ropa blanca secándose, 1888 (detalle)

Museo Thyssen-Bornemisza. Paseo del Prado, 8. Madrid. Hasta el 30 de octubre

Tanto para el público francés como para el mundo de arte el apellido Caillebotte ha estado durante casi un siglo ligado a la importancia y trascendencia que para el reconocimiento del Impresionismo tuvo el legado de la colección del pintor Gustave Caillebotte (1848-1894) al Museo de Luxemburgo y el Louvre, y que hoy constituye el núcleo de maestros impresionistas conservados en el Museo d'Orsay. Pero ese gesto de desprendimiento en el que donó setenta obras de Cézanne, Degas, Sisley, Monet, Renoir, Manet, Pisarro y Millet, no incluyendo, por modestia, ninguna de sus propias pinturas, llevó a que se le considerase un extraordinario mecenas y que se le ignorase casi completamente como pintor.



Habría que esperar al último cuarto del siglo XX y más concretamente a la gran exposición que le dedicó en 1994 el Grand Palais para que su figura ocupase el lugar que verdaderamente le corresponde, el de un pintor honesto, indagador y experimentador, que hizo de la pintura el eje en torno al que se orientaban sus múltiples ocupaciones e intereses.



Ahora, organizada por el Museo de los Impresionistas de Giberny, donde se expuso con más obras que aquí, y con la colaboración con el Museo Thyssen, llega por primera vez a España una muestra para apreciar algunas de las principales virtudes del artista. El título quizás habría que haberlo ampliado a Caillebotte, pintor, jardinero y constructor de barcos, y añadido posiblemente también filatélico, pues este hijo de familia bien acomodada, heredero de una cuantiosa fortuna, hizo de sus aficiones una profesión de excelencia con magníficos resultados. Su colección de sellos se vendió en 400.000 francos de la época, su afición a la jardinería, compartida con su amigo Monet, le llevó a la construcción de Gennevilliers, y su dedicación a la náutica y la vela le convirtió en regatista y en constructor de barcos.



Caillebotte era un pintor honesto, que hizo de la pintura el eje en torno al que se orientan sus intereses

De su biografía, en la que hay que señalar su muerte prematura a los 45 años, se desprende el retrato de un hombre afable y generoso, infatigable trabajador en sus distintas facetas y más dado a la investigación de nuevas vías que sometido a la costumbre. Los cuatro capítulos en que la comisaria Marina Ferretti ha dividido la exposición abordan otros tantos momentos vitales distintos, su vida en el París del último tercio del siglo XIX, las vacaciones familiares en Yerres, sus estancias junto al Sena y los viajes a Normandía y, por último, la construcción y el ámbito del jardín de Gennevilliers donde vivió hasta su último día.



De sus escenas ciudadanas destacaría, al margen de lo original de su punto de vista, su interés por los ciudadanos y sus distintas clases sociales, de las que Caillebotte, quizás por origen y formación, no extrae conclusiones políticas ni alude a conflictos sociales, sino que refleja los cambios introducidos por la modernidad. Es en esta apartado donde figuran algunas de sus obras más conocidas que en esta exposición están representadas por sus bocetos preparatorios.



Menos conocida es su muy numerosa obra restante de la que destacan referencias a la jardinería, el remo y la vela y ciertos aspectos formales de estimable valor. Ya he anticipado la intensidad de sus composiciones, tanto en el paisaje como en la naturaleza muerta, hay que añadir la fuerza del color, especialmente en su tratamiento de las flores y, quizás lo que más me importa, su osadía a la hora de afrontar ciertas ideas. Un ejemplo: Ropa blanca secándose, 1888, en que unas formas casi abstractas sugieren las sábanas y otra ropa de cama agitadas por el viento y que casi podemos oír con la mirada. No es un cuadro perfecto, pero si una pintura a la búsqueda de sensaciones inéditas.