La jaima de Federico Guzmán dentro del Palacio del Retiro. Foto: J. Cortés/R. Lores.

Palacio de Cristal. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 30 de agosto.

La jaima, como construcción efímera y lugar de reunión de los pueblos nómadas de Arabia tiene un largo imaginario en la literatura y el arte occidental. En él se funden las fábulas narradas bajo la jaima con el exotismo pintoresco proyectado por el colonialismo, que alcanzó su apogeo en las artes plásticas a lo largo del siglo XIX. Precisamente, en 1887 se construye el Palacio de Cristal en el madrileño Parque del Retiro para albergar una exhibición de plantas exóticas traídas para la Exposición General de Filipinas, aún colonia española, cuyo contraste entre contenedor y contenido acentuaba el ideal de modernidad industrial y el dominio del mundo desde Europa. Partir del origen de este espacio ha sido fundamental para que Federico Guzmán (Sevilla, 1964) ubicara en él una gran jaima con el fin de plantear la situación de los pueblos en los confines del Sahara Occidental, a donde huyeron tras la cesión de soberanía de España a Marruecos en 1975, sin que su independencia haya sido reconocida, a pesar de los esfuerzos de la ONU.



Muchos artistas han intentado dialogar con el etéreo Palacio de Cristal. Pero, a pesar de las diversas tentativas que se han sucedido en las últimas décadas, nunca antes la intervención de un artista había resultado tan vaporosa. En la colorista jaima, diseñada con la ayuda de las arquitectas Charo Escobar y Maripi Rodríguez, las bellas melhfas que diseñan y usan las mujeres para su vestimenta figuran las paredes transparentes y flotantes. Alfombras voladoras, como las de Las mil y una noches, cubren el suelo, sobre el que se han dispuesto en una estructura circular asientos recubiertos de brocado y cojines, un cofre de tesoros y un juego de te de plástico... en el colmo del exotismo kitsch.



Nada tiene que ver con las jaimas apenas distinguibles en el desierto y casi herméticas contra el viento de arena que no cesa. Y el vídeo promocionando la campaña de venta de ladrillos del Sahara para denunciar el muro que separa al pueblo saharaui en la zona ocupada por Marruecos y en la liberada por el Frente Polisario (el muro de más longitud después de la Muralla china y el más peligroso, ya que se estima que contiene la mayor densidad de minas antipersona) apenas es visible, al no estar protegido el monitor de tanta luminosidad. Pero sí resulta un lugar donde se hace evidente el agrado de visitantes españoles y extranjeros, quizás unidos en esta ocasión por el imaginario de Al-andalus.



Sin embargo, Federico Guzmán (que, digámoslo ya, es un artista de la alegría y de la ilusión del corazón), conocedor de la frialdad cínica de nuestra sociedad y después de trabajar en los campamentos saharauis más de siete años, con ARTifariti, Festival de Arte y Derechos Humanos del Sáhara Occidental y ESA, Escuela Saharaui de Artes, no ha encontrado otro marco mejor para invitar a la obra coral que es su proyecto Tuiza. En hassanía (el dialecto del árabe que hablan los saharauis) significa la sororidad y solidaridad de las mujeres que dedican un día a un trabajo colectivo, como levantar una jaima o ayudar a los necesitados, y que termina en la alegría de la fiesta.



A la manera de otros artistas que emplean la denominada estética relacional, lo importante es la participación en las actividades propuestas: recitales de poesía y música por artistas que merece conocerse, ceremonias del te y conferencias de importantes historiadores, antropólogos y teóricos para deshacer la imagen del pueblo saharaui como lejano y pobre, con la esperanza de compartir momentos de un auténtico intercambio entre culturas. Para hilar conversaciones y deseos más allá del ensueño.