Una de las instalaciones centrales de la exposiciones

Galería Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta el 10 de enero.

Cuenta la historia que cuando Adán y Eva estaban en el Paraíso tenían prohibido comer de uno de los árboles del jardín. No podían ni siquiera tocarlo. La serpiente, que era uno de los animales más astuto de los que había creado Dios, y a los que había dado nombre Adán, se acercó a Eva para preguntarle por qué no podían comer los frutos de ese árbol. Eva no sabía cuál era el motivo de esa prohibición. La serpiente, sin embargo, sí había comprendido cuál era la razón por la que Dios había establecido esa ley. Si Adán y Eva comían de ese árbol, alcanzarían la sabiduría. Era el árbol del conocimiento, el que les permitiría distinguir el bien del mal. Se lo explicó a Eva y ésta tomó uno de sus frutos y lo mordió, ofreciéndole otro a Adán. Dios los descubrió y les castigó por haberle desobedecido. También a la serpiente, a la que condenó a arrastrarse sobre su vientre y comer el polvo que levantase. De este modo, la serpiente se convirtió en el símbolo del pecado original.



Éste es uno de los relatos que el reconocidísimo artista brasileño Ernesto Neto (Río de Janeiro, 1964) subvierte en la exposición O protesto e a serpente, su cuarta en Elba Benítez y la primera en una galería después de la retrospectiva que le dedicó el Museo Guggenheim este mismo año y que le confirmaba como uno de los artistas de Latinoamérica, si esto quiere decir algo, más destacados de su generación. Para Neto, la serpiente, esa que preside una de las salas fundida en acero, no es el símbolo del pecado y del mal, sino que es un animal que trae la luz y da la vida, igual que sucede en muchas culturas no occidentales, como la tribu amazónica de los huni kuin, con la que el artista ha estado en contacto y para los que la Pitón es la sabiduría.



Así, ese acto de desobediencia al que alentó la serpiente en los habitantes del Paraíso, para Neto es el momento en el que Adán y Eva se hicieron humanos porque tomaron una decisión, la de enfrentarse a una ley que no entendían porque era arbitraria, que no tenía más explicación que la del control, que era una simple muestra de poder... Una muestra de poder que para él queda reflejada en la cruz, otro símbolo al que da la vuelta y que también como escultura, domina en otra de las salas. La cruz ya no habla del sacrificio, sino que se convierte en un instrumento de tortura, como las porras policiales con las que aquí está asociada, herramientas de la represión.



Aunque el trabajo de Neto siempre había sido político, político porque rompía con el privilegio occidental de la mirada y apelaba a todos los sentidos (el del olfato, el tacto, el oído e, incluso, el gusto), siguiendo el camino que habían marcado artistas neoconcretos como Lygia Clark y Hélio Oiticica, que además involucraban directamente a los espectadores en sus obras, buscando quebrar su pasividad, esta vez la intención de Ernesto Neto es explícita, se hace obvia (quizás demasiado al convertirse en un tema) en lo que parece el principio de un cambio en su trayectoria. Neto llama a la desobediencia: "Sea vándalo, sea héroe", puede leerse en los dibujos hechos con plantilla (una técnica utilizada para hacer las pancartas en las protestas) que se han incluido. Es una invitación a la revuelta que se produce como reacción a los acontecimientos recientes en Brasil, pero que aquí adquiere mucho significado porque también "los héroes están en la calle", como afirma el neón enmarcado al que acompaña una máscara anti-gas.



Esta actitud, tener una posición crítica, es la que el artista propone como la única capaz de resolver el conflicto entre naturaleza y cultura que ataca al conocimiento, entre libertad y control, entre las hojas caídas y las piedras que cubren el suelo, entre la serpiente y la cruz, en el que se mueve toda la muestra. Sin embargo, Neto no renuncia a lo que ha caracterizado su obra hasta este momento, esa sensualidad que le lleva a transformar los espacios con sus esculturas de formas orgánicas que parecen vivas. Esta vez están realizadas en ganchillo y rellenas de piedras semipreciosas cargadas de energía o de una relajante lavanda que impregna de olor la galería. Son obras que se sitúan del lado de la serpiente. Es la naturaleza la única que puede curarnos, nos dice. Volver al Paraíso, pero siendo sabios.