Detalle de Mis bailes plásticos, 1918

Fundación Juan March. Castelló, 77. Madrid. Hasta el 18 de enero de 2015.

Para la generalidad de los mortales, el Futurismo es probablemente el movimiento de vanguardia peor conocido de todos. Y el menos reconocido. Podemos buscar la causa en la superación de su lenguaje plástico por el Cubismo, de su radicalidad anticultural por el Dadaísmo y de su ambición totalizadora por el Surrealismo. También la deriva fascista de su promotor, Marinetti, ha contribuido a que fuera observado con más sospecha que atención. Confesemos que incluso la misma figura de Filippo Tommaso Marinetti, resulta un tanto histriónica (carece de la severidad de un Breton o la vitalidad de un Picasso). Y sin embargo, al dar la vuelta a todos estos argumentos descubrimos hasta qué punto el Futurismo fue un episodio fundamental en la historia del arte moderno y el deslumbrante precedente de otros vanguardismos.



Fue el molde en que se acuñarán todos ellos: el primero en redactar manifiestos, en rechazar edípicamente el pasado, en abrazar la innovación estilística, en alentar un ánimo revolucionario... Incluso la admiración de Marinetti por el Duce no es sino la encarnación personal de todas las posteriores adscripciones de la vanguardia a diversas ideologías extremistas. Aunque no nos lo pareciera inicialmente, debemos concluir que el Futurismo italiano fue la 'Vanguardia de las vanguardias'.



Una vez dicho todo lo anterior con la intención de que el lector revise sus juicios sobre el Futurismo, podemos ahora hablar de Fortunato Depero. Es uno de los nombres que aparecen siempre, pero siempre también en cuarto o quinto lugar, cuando se realiza la nómina de los pintores futuristas. Un nombre en el borde del olvido de un movimiento ampliamente ignorado. Si para algo sirve una exposición temporal (y en este sentido las de la Fundación Juan March son modélicas) es para actualizar el conocimiento general acerca de un tema, un movimiento o un artista. Para explorar las grandes zonas de sombra que arrojan los tópicos. Pero volvamos a Depero.



La exposición se propone rehabilitar la figura de Depero de manera modélica

Fortunato Depero (Fondo, Trento, 1892-Roveretto, 1960) conoció a Marinetti en Roma, apenas cuatro años después de que éste hubiera publicado en Le Figaro el Manifiesto Futurista (1909). Poco después entró en contacto con otros dos conspicuos militantes del futuro: Umberto Boccioni y Giacomo Balla. La hasta entonces pintura simbolista de Depero acusó el impacto del dinamismo plástico del primero y la experimentación abstracta del segundo, quedando irreversiblemente transformada.



En 1914, Depero ya es invitado a participar en la Esposizione Libera Futurista Internazionale, junto a Kandinsky, Archipenko y la plana mayor de futurismo: Marinetti, Balla, Francesco Cangiullo, Enrico Prampolini, Gino Rossi y Mario Sironi. Finalmente, en 1915 Depero sería oficialmente admitido en el movimiento futurista (del que se considerará miembro hasta el final de su vida, cuando el resto habían muerto o lo habían olvidado). Ese mismo año será junto con Balla el autor del manifiesto titulado Ricostruzione futurista dell'universo, donde cristaliza la propuesta futurista en toda su potencia.



Se trataba ni más ni menos, como dice el título, de reconstruir el mundo en todos sus detalles: desde el mobiliario a la danza, desde el cine a la cocina. Y, por supuesto, tras liquidar el lenguaje hasta entonces conocido en aras de uno nuevo, la llamada "onomalengua". Encontramos aquí, formulado por primera vez de forma programática, el más acariciado sueño de la vanguardia: fusionar el arte y la vida. Un empeño al que Depero dedicó la suya, con una energía y una capacidad que me hacen pensar que con un centenar de deperos el mundo, efectivamente, sería otro. Perdóneme el lector esta, quizás, exageración. Pero es que la visión del conjunto de su trayectoria es ciertamente impresionante. Y es lo que convierte esta exposición en una experiencia asombrosa: más que la obra de un artista individual lo que encontramos aquí parecería el resultado del trabajo de todo un taller de dotados creadores.



Artista polifacético, como señala Manuel Fontán del Junco en el catálogo: "fue incansablemente pintor, escultor, dibujante, dramaturgo y escenógrafo, escritor, poeta, ensayista, diseñador gráfico y publicitario, creador de arquitecturas tipográficas y pabellones de ferias, libros, revistas y logotipos comerciales, juguetes y tapices, empresario cultural e inventor de uno de los primeros libros de artista de la historia".



Sabido (y visto) todo esto, resulta aún más extraño el papel secundario que ha ocupado el artista en la constelación futurista, donde parece que en realidad brilla con mayor intensidad que otros nombres más conocidos. Probablemente la causa resida en una visión "pinturocéntrica" (el término es de Fontán), que ha privilegiado la pintura sobre cualesquiera otras creaciones. Y esta perspectiva contiene un profundo malentendido de los movimientos de vanguardia, que por llevar el arte a la vida desarrollaron una amplia variedad de propuestas en el campo de las artes aplicadas y el diseño, sin enfocarse necesariamente en la pintura. Yo creo que el malentendido no afecta sólo a la vanguardia. La manía modernista de la pureza de los lenguajes, de la supremacía artística de aquellas creaciones que carecen de utilidad práctica, han extirpado del canon o convertido en personajes excéntricos a toda una panoplia de interesantísimos creadores.



Detalle de uno de los carteles que hizo para Campari

Si volvemos a Depero comprobaremos las consecuencias. Por ejemplo, su importante aportación a la tipografía, su poesía visual y fonética y su trabajo como publicista no han engrandecido su figura sino que han dibujado un perfil de diletante. Y sin embargo podríamos verlo como un antecedente de tendencias que han marcado la segunda mitad del siglo XX. Pensemos en la Factory de Warhol o en los happenings de Fluxus. También fue un adelantado a su tiempo al percibir la importancia de Nueva York como centro de gravedad artística, antes de que París fuera despojado de su titularidad al acabar la segunda guerra mundial. Depero se instaló en Nueva York entre 1929 y 1931, y regresó luego en 1947.



La exposición que comentamos se propone rehabilitar la figura de Depero de forma incontestable. Para ello ha reunido una abrumadora selección de piezas, más de 300 entre objetos, documentos y fotografías de Depero y otros artistas del periodo 1909-1915, procedentes de instituciones y colecciones internacionales. El montaje concede importancia al color, el de la bandera italiana y el de la enseña futurista. En el recorrido hay tres espacios de enorme interés. El primero es la recreación de la escenografía del ballet de Diagilev El ruiseñor (1917), donde comprobamos el calado artístico de sus propuestas como diseñador. El segundo espacio habla por sí sólo: se ha recreado (de forma puramente imaginaria) el espacio de trabajo en que Depero, como un industrial de la imaginación, producía tanto portadas de revista como textiles para tapicería. Un auténtico taller poblado de operarios que adelanta en un siglo a los de Olafur Eliasson o Damien Hirst. El tercer espacio es, ya al final, la emisión de su lírica radiofónica, cuya audición es verdaderamente una rareza.



Una colaboración fundamental para llevar a buen término esta vasta empresa ha sido el CIMA (Center for Italian Modern Art), una institución recientemente creada con sede en Nueva York, cuyo objetivo es promover el conocimiento del arte italiano en el ámbito internacional, y que en el año 2014 ha dedicado sus esfuerzos a investigar y difundir la figura de Fortunato Depero.



Para terminar querría mencionar el monumental catálogo, que cuenta con una importante nómina de especialistas (algunos muy jóvenes) que tratan de las diversas facetas del artista y en el que se reproducen los textos fundamentales (y muy poco conocidos) de Depero en castellano e inglés. Es una verdadera pieza de creación, por el original diseño y el alarde de tipografías. Palabras en libertad, como las llamaron los futuristas, que permiten ver y no sólo leer esa utopía de vivir creativamente, que hoy por hoy sigue igual de lejos que hace un siglo.