Win McCarthy: It ocurred to me that... Lines 1-3, 2014

Galería Marta Cervera. Valencia, 28. Madrid. Hasta finales de marzo.

En 1923, Marcel Duchamp daba por terminada su trayectoria como artista o, mejor, quizás, como pintor, pintor de "grandes machines", de grandes máquinas, de esos cuadros de historia de tamaño gigantesco que tanto éxito habían tenido en el siglo XIX. Se retiraba para dedicarse al ajedrez, un juego que es pura estrategia y que le ayudó a convertirse en un mito. A Duchamp le había resultado imposible acabar su última pintura o, al menos, esto es lo que han pensado algunos. Sólo más tarde, pudo considerarla finalizada, cuando se descubrió que se había quebrado en un traslado. Era el azar el que la completaba. Como si tuviera algo de broma, ese Gran Vidrio, habitado por una novia y sus pretendientes uniformados, era un cuadro que no tenía ni arriba ni abajo, ni delante ni detrás. A pesar de su transparencia, resultaba difícil de interpretar. Utilizaba un código indescifrable. Aunque muchos hayan intentado desvelarlo, no hay certezas, ni siquiera la de dónde colocarse cuando se está delante de esta Novia desnudada por sus solteros, incluso.



Es este espíritu duchampiano, el de una transparencia que se hace opaca y refleja, como se evidencia en las pinturas sobre planchas de plexiglás de Kyle Thurman que puntúan el montaje, el que parece recorrer la colectiva que el comisario Matt Moravec -estadounidense, aunque reside en Düsseldorf, donde ha abierto un espacio llamado Off Vendome-, ha organizado para la galería Marta Cervera. Una muestra que, de algún modo, presenta a una nueva generación de artistas que trabajan en Nueva York y que se titula como uno de los poemas de carácter autobiográfico de Kenneth Rexroth, considerado padre de los Beats: That Singing Voice (Esa voz cantante). La exposición se articula a partir de obras en las que los recuerdos de los autores, como el propio Moravec advierte, han tomado forma. Este proceso ha provocado la suspensión de su significado, permitiendo que sea el observador el que se lo otorgue.



Así ocurre con el chorro de agua cristalizado de Wim McCarthy que brota de uno de los muros de la galería y que nunca llega a caer. También con la fotografía de un coche, el de su padre, que Bradley Kronz ha montado sobre la trasera de un marco de cartón, que a su vez ha quedado enmarcado, haciendo que, adquiera las cualidades de lo escultórico. Esta interrupción del tiempo y el significado se produce por la superposición de capas, no sólo en las pinturas de Kyle Thurman o las construcciones de Kronz, sino también en la proyección en 3-D de Trisha Baga, Gravity, en la que por efecto de una ilusión, se confunden de nuevo las dimensiones.



La acumulación de referencias de este vídeo, desde Picasso y Sexo en Nueva York a Madame Tussaud y la performance de los 70, rompen la narrativa, no hay principio ni fin, y obligan al espectador a darle un sentido, a querer interpretarlo, tal y como sucede con los objetos humanizados de Sam Anderson, esos tacos de billar que se cruzan como un par de piernas o el juego de ajedrez en el que unas piezas de madera se enfrentan peligrosamente a las herramientas que se utilizan para tallarlas. De este modo, Esa voz cantante invita a hacer propio lo que afirmó Duchamp: aunque no todas las interpretaciones son ciertas, siempre resultan interesantes.