Miguel Ángel Campano: Omphalos I, 1984

Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 18 de mayo.

Organizada por el Reina Sofía y coincidiendo con la muestra de la colección de los 80 que el museo acaba de inaugurar, la exposición presenta en el Palacio de Velázquez del Retiro cerca de 50 obras de Juan Navarro Baldeweg, Manolo Quejido, Ferran García Sevilla, Miguel Ángel Campano y Alfonso Albacete. Cinco ideas de la pintura de 70 y los 80. 'Pintura fuerza'.

Un columpio suspendido y vacante, a medio vuelo, frente a un gran ventanal diseñado como un cómic -obra de Navarro Baldeweg- nos saluda al entrar a esta exposición de pintura-pintura. La pieza, a medio camino entre el readymade y la cultura visual, funciona como una declaración de intenciones: detener el momento decisivo y esperanzado de un grupo de creadores, la mayoría procedentes de prácticas conceptuales, empeñados en darle otra vuelta de tuerca a la pintura, desde actitudes lúdicas e incluso irreverentes, con ilusionada expectación ante el reto de desbordar viejas convenciones, volando con ligereza, hasta rozar la euforia de estrellar la retícula de la representación pictórica.



El momento perfecto, detenido, es el corto periodo desde 1978 a 1984, poco más de cinco años de la Transición en España cuando, después de las primeras elecciones democráticas, entre el sobresalto (23-F) y el entusiasmo colectivo que llevaría a la victoria de 'la izquierda' en 1982, todo parecía posible. El público, decepcionado hoy ante la quiebra definitiva y el peso grave y denso del legado de aquel periodo, se sentirá reconfortado durante su recorrido por esta exposición ante este estallido de color, en donde magníficos cuadros que no se veían desde hace décadas, respiran y dialogan entre sí.



La instantánea propuesta por su comisario, Armando Montesinos, a modo de ensayo, reconstruye un grupo que nunca existió como tal. Tras el arquitecto y ya maduro Juan Navarro Baldeweg (1939), se evidencia la proximidad entre los amigos Miguel Ángel Campano (1946) y Manolo Quejido (1948) con Alfonso Albacete (1950), todos ya con una década de trayectoria a sus espaldas y seleccionados en las exposiciones que marcaron la ruptura: 1980 y Madrid D.F. Y recurrentes, junto al más disidente Ferrán García Sevilla (1949), en el pequeño círculo de galerías promotoras del entonces arte emergente: Central, Ciento, Egam, la etapa última de Juana Mordó y el comienzo de Juana de Aizpuru en Madrid. Como afirmó en su momento José Luis Brea, "un grupo generativo más que generacional". Después, cada cual comenzaría a encontrar sus propias estrategias alegóricas o narrativas y se afirmaría en derroteros exclusivos hasta la actualidad, cuando continúan siendo protagonistas de la pintura que se hace hoy en nuestro país.



Pero durante el momento pregnante evocado en esta exposición, fue sólo la pintura-pintura lo que estuvo en juego. Los integrantes de lo que Brea denominó "la constelación Transconceptual" intentando tender puentes con las transvanguardias posmodernas en el ámbito internacional, utilizaron el cuadro como escenario de reflexiones provisionales. En telas pintadas en un día, pero no por ello ingenuas, desfilan apuntes varios sobre la historia de la pintura, como mero repertorio puesto a disposición para nuevas traducciones: de Velázquez y Poussin a Jasper Johns y Motherwell y las imaginerías de otras culturas no occidentales utilizadas por García Sevilla. Todo reconvertido en signos para nuevas lenguas babelianas. Antiguos dilemas de la Modernidad polarizada se entrecruzan: figuración y abstracción, contenido y forma, en la epidermis de una superficie utilizada para "organizar apariencias sin profundidad".



Escépticos y apasionados, a un tiempo, como el columpio cuando desciende y vuelve a elevarse, incluso el motivo del pintor en el estudio, que casi todos comparten, se diluye en la "des-semantización y aflojamiento de la fuerza alusiva del signo" (sigue Brea). La idea: pintura-fuerza de plasmar pathos y energías confiere a estos cuadros una cualidad de estampación ligera, flotante. Una suspensión que continúa hoy en buena parte de la mejor pintura del panorama internacional actual y de la que, si no fuera por las todavía fronteras infranqueables del arte español, estas tentativas serían consideradas precursoras. El hecho de que los autores de las poéticas de las dos calas que el Museo Reina Sofía ha realizado hasta el momento sobre el periodo (la primera sobre la nueva figuración madrileña mal titulada Esquizos), Quico Rivas y José Luis Brea, ya hayan desaparecido nos devuelve a la cruda realidad tras este luminoso festín de pintura.