PHG.02_I, 2013

Sala Comunidad de Madrid-Alcalá 31. Alcalá, 31. Madrid. Hasta el 24 de noviembre.

Thomas Ruff es uno de los fotógrafos internacionales más importantes de los surgidos en los últimos veinte años, y uno de los más enigmáticos y prolíficos de la conocida como escuela de Düsseldorf. La Sala Alcalá 31 muestra, hasta el 24 de noviembre, 59 imágenes en distintos formatos y tamaños que nos acercan a una figura central en la fotografía contemporánea.

No se tiene certeza de quién inventó el telescopio. Algunos afirman que fue Hans Lippershey (1570-1619) por el hecho de que fue el primero en solicitar, en 1609, una patente, aunque fuera rechazada. Otros prefieren no fiarse de un documento perdido y dan otros nombres. Sin embargo, sí parece haber acuerdo en que fue Galileo Galilei (1564-1642) el que lo perfeccionó y le dio un uso científico. Nuestra mirada a eso que se ha dado en llamar el espacio se amplió. Se acabó de algún modo con la idea de un horizonte insuperable. Ahora se podía ir lejos, aunque fuera sólo a través de los ojos. Las estrellas, los planetas y los satélites se acercaban, algunos parecían quedar a solo unos pasos, otros a una caminata. Un instrumento que, junto a otras novedades de la óptica como el microscopio, creado apenas un par de décadas antes, provocó que cambiara nuestra mirada: lo macro y lo micro se hicieron de algún modo abarcables, aunque sus contornos todavía no quedaban del todo nítidos. Lo grandísimo y lo mínimo siempre han resultado atrayentes, a pesar de que a veces provoquen miedo, el del vértigo de una caída al abismo. Lo infinito y lo infinitesimal pertenecerían al ámbito de lo sublime, una categoría estética que se formó a lo largo de ese siglo XVII, que se piensa tan oscuro, y se estableció en el siglo XVIII, que se cree luminoso, aunque proyectara muchas sombras.



Se cuenta también que fue en una cena en honor de Galileo cuando uno de sus amigos le dio nombre. Antes al telescopio se le llamaba lente espía porque se usaba con fines militares; servía para estudiar los movimientos de las tropas enemigas en el campo de batalla. Una lente espía y 'mira lejos' que utilizaba Thomas Ruff (Zell am Hamersbach, Alemania, 1958) cuando era un adolescente y todavía no sabía manejar una cámara fotográfica. Espiar y mirar lejos o, mejor, más allá como base de su sistemática investigación sobre el estatuto de la imagen y la fotografía como medio. Esa investigación que se aproxima al método científico, como reconoce el propio fotógrafo y los comisarios de la exposición, José Manuel Costa y Lorena Martínez de Corral, parece haber querido subrayarse en la idea de serie que da título a esta exposición.



Vista de la exposición

El de Ruff es un sistema de trabajo que habla de proceso y, por qué no, también de obsesión. No basta un ensayo para demostrar una hipótesis, sino que se necesita insistir, repetir el experimento una y otra vez para llegar a la demostración. El artista se aleja de la imagen única, del registro de un instante decisivo, de un momento casual que dominó e incluso pareció definir la práctica fotográfica hasta finales de los 60 del siglo XX, y explota un asunto, como hicieron Bernd (1931-2007) y Hilla (1934) Becher, sus maestros en la Escuela de Düsseldorf, hasta casi extenuarlo. Una forma de enfrentarse a la fotografía que busca poner en cuestión el concepto de 'verdad' al que se ha asociado, obviando que siempre hay alguien que decide qué hay que mirar e incluso cómo se debe mirar, y evidenciar que la representación y lo representado no son lo mismo.



Así sucede con esas imágenes de la superficie de Marte (2011-13) realizadas por la NASA y de las que Ruff se ha apropiado, alterando la perspectiva para que simularan las vistas desde una nave espacial que aterriza sobre el planeta rojo y convirtieran al espectador en un astronauta siempre en vuelo. O las que de Saturno y sus anillos ha tomado la sonda Cassini-Huygens (2008-11), modificadas y recortadas para resultar aún más abstractas de lo que ya lo son en origen, tanto como las fórmulas algebraicas trasladas digitalmente al lienzo de Zycles (desde 2008). Fotografías sin fotógrafo, podría afirmarse, o en las que el papel del fotógrafo ya no es disparar la cámara, sino elegir entre todas las imágenes posibles y editarlas. Fotografías que provocan la sospecha, como las de Nacht (1992-96), en las que utiliza un dispositivo de visión nocturna para llevar la guerra a la puerta del hogar: Düsseldorf como territorio de batalla.



Son series que hablan también del modo en el que se conforma lo real, como ocurre en la conocidísima jpegs (desde 2004), que igual que muchas de las anteriores, lleva lo virtual, -ahora el viaje infinito por la Web, la navegación sin fin por la Red- al ámbito de lo objetual, la fotografía de gran tamaño, en la que se han magnificado los píxeles para señalar lo que de construcción tiene cualquier imagen. Finalmente, otra vez, la fotografía como la herramienta, la lente espía, con la que mirar lejos o, mejor, más allá.