Vista de la exposición

Galería Heinrich Ehrhardt. San Lorenzo, 11. Madrid. Hasta el 25 de julio. De 1.000 a 5.000 euros.



Nada más asomarse por la entrada de la galería se produce un primer movimiento emocional que apunta a que lo que vemos es, precisamente por su aparente nimiedad, notable por los conceptos que la sostienen. Huele a exposición sustancial, sólida por su fragilidad y significativa por la coyuntura en la que se presenta. Eso no ha impedido a Fernando García (Madrid, 1975) desplegar cierta crítica ironía inherente a su trabajo, ni la exhibición de una comicidad cierta y solapada. El título ya juega al despiste. Suena a grupo folclórico cuando, en realidad, responde a la dirección de su último estudio en Madrid capital, en la calle José del Río, y el que actualmente ocupa en Los Endrinales, en la serranía madrileña, donde ha realizado estas obras.



Los conceptos y propuestas que se gestaron en José del Río, como atestigua el diario fotográfico hecho por el artista, que recoge tomas generales del estudio y detalles de las piezas allí concebidas, y que ha editado en un sugerente volumen, se han llevado a término en un ámbito rural, los montes y prados cercanos al pueblo de Miraflores. Lo que en el centro urbano eran materiales casuales son ahora elementos naturales, trabajados de modo vecino a lo labriego.



Delgados troncos de árboles, ramitas cortadas, piedras, limones, ajos, garbanzos, cuerdas e incluso conchas de bivalvos le han servido a Fernando García para hacer una decena de estanterías sobre las que dispone algunos de los materiales antes enumerados y cuyo sugerente atractivo, como la atención a los pequeños detalles sólo es posible sentirlo y captarlo in situ. Por ejemplo, el distinto y sucesivo envejecimiento de los trozos de ramas con los que confecciona los estantes y que confiere a cada pieza un color diferente. Por así decirlo, pintan el tiempo. También unos cuantos cuadros, enmarcados con rústicas maderas, hechos mediante el repujado, trabajando como un orfebre sobre papeles de estraza pintados con témpera dorada, cual preciosos simulacros del lujo y la opulencia. Finalmente, algunos troncos pespunteados de huesos de aceitunas, que les confiere cierta naturaleza animal, y tres esculturas con botellas de vídrio verde y algunos palos que asientan sobre toscos pedestales de madera.



De cual es su posición frente a la idea de pintura y el mundo del arte ya ha dado muestras Fernando García en exposiciones recientes, como ¡A vueltas con la maldita pintura! o actualmente en Sin motivo aparente, en el CA2M. De las mitomanías personales con Rothko, Pollock o Manolo Millares y la recogida de cosas diminutas próximas a sus estudios o sus tumbas, ha trasladado ideas al campo y a una estirpe muy española en relación con la tierra y lo telúrico, que va de los miembros de la primera Escuela de Vallecas, Maruja Mallo, Alberto Sánchez y Benjamín Palencia hasta García mismo y pasando por nombres esenciales en los cambios de nuestra sensibilidad en los 70 y primeros 80, como Nacho Criado, Adolfo Schlosser, Eva Lootz y Mitsuo Miura.