Instalación de Mitsuo Miura en el Palacio de Cristal. Foto: Joaquín Cortés/Román Lorés

Palacio de Cristal. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 2 de septiembre.

Es uno de los artistas españoles más importantes de las últimas décadas. Uno de los más respetados y más queridos. Mitsuo Miura llega al Palacio de Cristal para levantar unas columnas imaginarias, las que sostienen nuestros recuerdos más allá de la memoria.

Inevitablemente, todos los artistas que han ocupado el Palacio de Cristal se han visto tentados a confrontar el volumen y las dimensiones de su trabajo con las del singular invernadero del parque del Retiro, con resultados, como sabemos, diversos. Entonces llega Mitsuo Miura (Iwate, Japón, 1946) y con la extraordinaria sencillez de su propuesta viene a poner patas arriba la memoria de las precedentes, y a hacer del suyo un modelo ético de intervención artística. No descubro nada cuándo digo que Miura es uno de los artistas fundamentales del panorama español de las cuatro últimas décadas, tanto por su propia producción, su labor educativa y la que ha hecho entorno al mercado y el escenario artísticos, que ha abierto puertas y proporcionado espacios a otros muchos artistas más jóvenes que él. Difícilmente pueden olvidarse las actividades de la galería Ginkgo, a la que por cierto dedicará próximamente una exposición La Panera de Lérida. No extrañaba a nadie verle acompañado en la inauguración de esta exposición por artistas, galeristas, críticos y alumnos de tres generaciones sucesivas, todos admiradores de su persona y obra. Tampoco sorprenderá a nadie que, aún considerando importante la oferta que le ha hecho el Museo Reina Sofía de intervenir en el Palacio de Cristal, piense yo que con ella no se cubre la imperiosa necesidad de que un artista de su importancia e influjo tenga, en esa misma institución, la exposición retrospectiva que realmente le corresponde y que permitiría entender, disfrutar y difundir su imprescindible contribución al pasado y presente del arte español.



Hace años, en un texto sobre Mitsuo Miura cité unas palabras suyas que repican hoy, a la vista de su instalación en el palacio, con clamorosa intensidad: "El placer del vacío puede ser muy fuerte, no hay riqueza ni pobreza, no hay nada, pero a la vez está todo, digamos que es un vacío de placer. Este tipo de actitud es como un soporte de mi obra".



Para "ocupar" el enorme edificio, Miura se ha servido únicamente de 18 discos de madera pintada y tres diámetros distintos apoyados sobre el suelo, que tienen su correlato en otros 18 discos iguales por pares a los primeros, que cuelgan del techo. También, sobre el zócalo perimetral, ha pintado unas breves franjas azul pálido, que lo recorren intermitentemente. Nada cercena la vista exterior. Nada interrumpe, tampoco, la transparencia interna del lugar. Nada se impone a la mirada del espectador o le exige un centro de atención. Lo que esto sea, descansa suavemente sobre el suelo o se eleva frágil y aéreo hacia la cúpula y las bóvedas del invernadero, componiendo lo que el artista ha bautizado como "columnas invisibles". Apenas si nos damos cuenta de que ahí se ha hecho una intervención tan leve como brutal. Sin embargo, esa misma sutileza, ese casi aparecer desapareciendo, desencadena en los espectadores todo tipo de percepciones personales. También de evocaciones. El propio artista reconoce que en su proyecto ha estado siempre presente el recuerdo y la memoria de las intervenciones que han precedido a la suya. Memorias imaginadas, dice, porque la remembranza de lo que hemos visto cambia lo que contemplamos.



Vista un día de sol brillante, me seduce el fascinante juego que las sombras de la estructura metálica del palacio "dibujan" sobre los discos del suelo. Líneas variables, de diferentes densidades, desde el gris perla a las vecindades del negro, que cruzan los discos. También, la gama de colores elegidos. Igual que el azul del zócalo es pálido, lo colores de los discos huyen de los tonos ácidos y luminosos que han caracterizado sus piezas de los últimos años, y se orientan hacia los amarillos, violetas, verdes, anaranjados y azules de delicados tonos pastel. Otro artista volcado en sentir el cromatismo de los paisajes, y con el que comparte galería madrileña, Rufo Criado, apunta su correlato con los colores que cabe descubrir por estas fechas en el parque. Habrá que ver cómo se comportan al paso de los meses y las distintas estaciones.