Sueños inclinados, 2009

Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 29 de diciembre. De 10.000 a 60.000 euros.



El círculo, forma pura y esencial, sirve como representación del todo, de la condensación, de la tensión en equilibrio. A la vez, evoca la suavidad y lo vital. Su imagen se repite una y otra vez a lo largo de la dilatada trayectoria plástica de Victoria Civera (Puerto de Sagunto, Valencia, 1955), al menos desde el momento en que, allá por 1987, se estableciera en Brooklyn junto a su marido, Juan Uslé. Acaso junto a la presencia de la figura de la mujer, tal representación geométrica sea una de las constantes en la obra de la artista, conformando una suerte de mantra y mandala en cuya redondez evoca ciertos valores que precisamente evocan un infinito femenino.



Vista de la exposición

Una y otra vez descubrimos círculos en esta muestra. No es de extrañar, pues la exposición describe eso, un círculo: una línea que después de dar vueltas en el tiempo se encuentra a sí misma y se cierra. El tiempo oficial de colaboración entre la artista y la galería Soledad Lorenzo rondará los 20 años (su primera individual en este espacio fue en 1994) y termina aquí. Toda la individual desprende un halo de homenaje sensible, de recuperación de momentos, de intimidad, miradas cómplices hacia la intrahistoria de una relación que se adivina de hermandad y que se prolonga más allá de esa oficial, hasta aquellos primeros años en Nueva York.



Las obras que aquí se presentan recorren ese camino que va de 1987 hasta hoy. El vehículo de Civera rueda sin estridencias entre esos cuadritos tan diminutos (unos 20 cm de diámetro) y en muchos casos con formato de tondo (Atadillo gris, Caronglo, Delimitado, Solitario, Ojo ciprés, Nunca tan sola, Ojito de mochuelo, Aninimo, Humo y zinc...) y una pieza hecha para la ocasión como Castigada, sillita infantil cuyos ejes son prolongados con planos de color y que ha sido vuelta contra la pared guardando un secreto en el ángulo oculto. En medio, encontramos más enigmas, más claves y códigos a medio desvelar. Veinticinco años surcados por obras como esos pedestales-caja que también podrían guardar un misterio interior y sobre el que se posan objetos mínimos, aquellos dibujos tan sencillos como deslumbrantes, fechados entre 2003 y 2008, con temas entre lo doméstico y lo familiar y lo profesional, y no más claros cuanto más figurativos, o esa gran instalación escultórica Sueños inclinados, que ya exhibió en la gran muestra dedicada por el IVAM en 2011 y que parece mantenerse en equilibrio de balancín. Esfinge, parece expresar más por lo que no pronuncia.



Gabinete 01, 02 y 03, 1987

Todo completa esta muestra donde el círculo acaso no sea regular sino que trace el contorno del presentimiento o sentimiento que anuncia su título. Objetos, más o menos (pero siempre) pictóricos que, como raras cápsulas del tiempo, se cuelan en el revés de las cosas, se apropian de lo nimio y revelan los círculos-ojos que construyen la intimidad callada, susurrante y rotunda del mundo. El inmejorable homenaje a Soledad.