Five Eggs, 1951

Sala Azca. Fundación Mapfre. Avda. General Perón, 40. Madrid. Hasta el 20 de enero.

La Fundación Mapfre expone hasta el 20 de enero una muestra dedicada a la fotógrafa estadounidense Imogen Cunningham, la primera gran retrospectiva que se realiza en Europa. Una auténtica pionera de la imagen visual.

Ciertamente, no sé qué resulta más fascinante, si la arrebatadora belleza de sus fotografías o la personalidad y la biografía de su autora, la norteamericana Imogen Cunningham, nacida en Portland, Oregon, en 1883. Fue una mujer pionera, estudiante de química, viajera por Europa -publicó su tesis doctoral en Alemania, en 1910-, atraída por la fotografía apenas cumplidos los veinte años y fundadora de su propio estudio dedicado al retrato. También esposa, amiga y compañera de artistas; miembro asociado del principal grupo americano de fotografía nítida de lo real, el f/64, al que perteneció Ansel Adams; participante en las más relevantes exposiciones internacionales de primera época, como la Film und Foto, de 1929, en Stuttgart, y con una trayectoria profesional -¡70 años!- sin perder jamás el pie de la contemporaneidad ni abandonar el ideario rompedor y progresista con el que se comprometió durante toda su existencia.



Sin duda Imogen Cunningham es una de las mujeres que más ha contribuido a que la mujer desempeñe un papel social lo más igualitario posible con el hombre y, también, es indudable su destacada actitud feminista-no en vano, la artista vivió todas las transformaciones sociales y todos los cataclismos internacionales del siglo XX-, pero su posición ante la vida, sus valientes incursiones en la verdad y la belleza de lo humano, nos incumben por igual a hombres y mujeres, y poseen una misma fuerza transformadora para unos y otras.



Three Dancers, Mills College, 1929 (detalle) ©The Imogen Cunningham Trust

La exposición, comisariada por Celina Lunsford -y organizada en colaboración con La Fábrica, que estos días exhibe obras de una de sus discípulas, Sally Mann- muestra unas 200 fotografías, algunas de ellas inéditas y otras muy poco conocidas, que van desde sus orígenes pictóricos, entre 1906 y mediada la década siguiente, hasta sus retratos de finales de los años sesenta, dividiéndolas, de modo clásico, en apartados temáticos, ordenados sin sumisión alguna a la cronología.



Pero, ya sean catalogadas como Vida y arquitectura urbanas, como Flores, paisajes y bodegones, como El cuerpo y la danza o como Retratos, de cada una de ellas brota su calidad e innovación técnicas, la inventiva inagotable de Cunningham y su permanente relación con la modernidad -que hace perenne y libre del tiempo sus tomas- en la que se anuncian procesos y modelos que reconocemos como conformadores de la vanguardia en sus distintas etapas. Un aspecto que destaca por encima de otros es su relación con el cuerpo, tanto masculino como femenino: en su libertad visual -¡se autorretrató desnuda en la puritana América de principios del siglo XX!-; en la empatía que demuestra con sus modelos y en su textura formal, pétrea y cálida en un mismo instante.



Recorriendo la exposición, catalogamos una inmensa sucesión de antecedentes visionarios de modos y maneras que se volvieron auténticos descubrimientos años y décadas más tarde. Sus tomas urbanas sitúan, desde un primer momento, los personajes en el "lugar significante"; sus flores, recortadas, precisas y fuertemente iluminadas anuncian a Robert Mappelthorpe; algunas tomas domésticas, sin suciedad ni desechos humillantes, a Tracy Emin; los cuerpos alumbrados por el sol entre las persianas a los interiores de Eric Fischl; sus depósitos y edificios a los aislamientos de los Becher, y así casi interminablemente. Palpita contemporaneidad.



Cuentan que Cunningham firmaba sus fotografías con un sello en caracteres chinos que con las tres sílabas de su nombre I-mo-gen componían un ideograma que significa "ideas sin fin", una rúbrica exacta para una labor infinita.