Naturaleza muerta, h. 1917

María Blanchard. Cubista. Fundación Botín. Pedrueca, 1. Santander. Hasta el 16 de septiembre.

Este año, María Blanchard protagonizará dos grandes exposiciones. La primera,en la Fundación Botín de Santander trata de su etapa cubista, y la segunda, en el Museo Reina Sofía de Madrid será la mayor retrospectiva de esta artista hasta la fecha. Dos ocasiones para conocer a esta importante artista de las vanguardias.

Como antesala de la que será la gran retrospectiva que el Museo Reina Sofía dedicará a María Blanchard el próximo otoño, la exposición dedicada al periodo cubista de Blanchard merece una visita a Santander porque, para empezar, es precisamente esta producción de la pintora cántabra la menos conocida en España, aunque en su momento fuera la que le proporcionara su integración como pintora profesional en el París vanguardista y con la que se diera a conocer en individuales y colectivas junto a sus correligionarios en Centroeuropa y en Latinoamérica. Pero sobre todo, por el descubrimiento de un periodo de apenas cinco años (1915-1919) prolífico e intenso, en el que pueden detectarse al menos dos o tres momentos de inflexión, y a lo largo del que Blanchard va desplegando toda su maestría, con un muy alto nivel de calidad en el medio centenar de pinturas y algunos dibujos que han sido seleccionados por María José Salazar, comisaria de la última retrospectiva de Blanchard, que se celebró en 1982 en el Museo Español de Arte Contemporáneo, y autora del catálogo razonado de su obra en 2004.



María Blanchard (1881-1932) no fue la primera artista española afincada en París como pintora profesional. Antes de ella, a finales de la década de los años 80 del siglo XIX se había establecido María Luisa de la Riva (1859-1926), especialista en bodegones, que formó parte de la Unión de Mujeres Pintoras y Escultoras de Francia. Ni tampoco la primera en formarse en París: en 1901 la noucentista Lluisa Vidal (1876-1918) ingresa en la mítica Academia Julian y entra en contacto con el grupo feminista que editaba el diario La Fronde. Pero sí fue la primera mujer y española que se apropió y sobresalió en el estilo vanguardista más radical del momento: el cubismo. En cuanto a su relación con las mujeres, sin que haya llegado a probarse su vinculación feminista, como es sabido, las mujeres no solo protagonizaron como tema su pintura, también fueron sus compañeras de formación, estudio y residencia, como la pintora rusa Marie Vassileff, en cuya academia entró en contacto con el cubismo; y al final de su vida, fueron sus hermanas y sobrinas "las bocas que tenía que alimentar". Un entorno femenino que a menudo se ha explicado por la deformidad congénita de la pintora, mistificación biográfica que hasta hace poco ha empañado la comprensión y la valoración de la obra también de otras artistas muy destacadas, como Frida Kahlo, siempre víctimas.



En 1915, María Blanchard vuelve por tercera vez a París, iniciando su residencia definitiva. Deja atrás su renuncia a una cátedra en Salamanca que acababa de ganar, y comienza su incursión cubofuturista con las dos versiones en gran formato de La dama del abanico, que todavía firma como "M Gutiérrez". A partir de entonces, rompe con su orientación expresionista, densa y oscura, y se convierte en una pintora parisina, su paleta se aligera y se hace más clara, conoce a Juan Gris, con quien mantendrá una firme amistad, e inicia una larga serie de bodegones, adscritos según los historiadores al cubismo sintético, y que van desde la pura abstracción al collage, con llamativos detalles decorativos, incluso en relieve, algunos francamente femeninos como papeles pintados o simulados de flores, o bien incluyendo texturas minerales, a la manera de las utilizadas entonces por Moholy-Nagy.



Una producción por la que en 1916 es seleccionada por André Salmon para la exposición L'Art Moderne en France, que se presenta en el Salon d'Antin de París y en la que Picasso muestra por primera vez Las Señoritas de Avignon, junto a Severini, Metzinger, Lipchitz y Rivera, con quien compartió vivienda y estudio y junto al que había estado unas semanas en el verano de 1914 en Londres. Entonces, firma un contrato con Léonce Rosenberg, el marchante que mantiene al grupo cubista en la Primera Guerra Mundial y cambia su firma por Blanchard. Esta vertiente profesional es la que explica algunos bodegones azules y ocres en pequeño formato, perfectos pero prácticamente seriados y en los que, durante los años cuarenta, según Kahnweiler, algunos desaprensivos cambian su firma por la de Gris, para sacar mayor rentabilidad.



Hay cuadros muy originales, como el nocturno Composición cubista. Naturaleza verde con lámpara, bodegones con figura, generalmente femenina, destellos de humor y diversas paletas de color, una pastel, que influye en André Lhote, y otra más cálida, por su proximidad con Rivera. Una exposición para disfrutar.