Eija-Liisa Athila: The House, 2002

Centro de Arte Dos de Mayo. Avda. de la Constitución, 23. Móstoles (Madrid). Hasta el 11 de noviembre.

Contarlo todo sin saber cómo es una exposición en formato doble. Por un lado, es una muestra en el CA2M de la Comunidad de Madrid en la que diez artistas trabajan con la pulsión narrativa como idea. Por otro, es una novela, que funciona como catálogo de dicha muestra, donde se asoman muchas de las obras que vemos en Móstoles. Doble lectura a las actuales maneras de narrar en el arte y un giro al concepto tradicional de exposición.

Una de las corrientes importantes del arte de las últimas dos décadas fluye por el cauce abierto de lo narrativo, con un sentido y caudal sin precedentes. El uso de la construcción de historias se ha convertido en algo propio del arte. Abundan narraciones donde imagen y sonido alcanzan en altura a la palabra, y a menudo el texto se convierte en una imagen o un sonido más con el que se construye el discurso de lo plástico. A tal fenómeno no contribuye sólo el hecho de que una parte importante del arte último haya asumido las estrategias, métodos y hasta estilos cine-televisivos en sus más variadas encarnaciones. Va más allá. Tales medios y modelos de representación habrían nutrido la infancia y juventud de los nuevos artistas y comisarios hasta devenir un factor clave en la formación de su identidad cultural y de sus modos de representación y de experiencia estética. Ahora, muchos de ellos se apropian de tal legado visual y de sus instrumentos para generar emoción y tensión. Los usan rebasando sus límites y proponiendo otras maneras de contar.



Lo que intuye y logra generosamente expresar en esta colectiva su comisario, Martí Manen, es que, de algún modo, tal aprovechamiento y pulsión de lo narrativo por el arte se ha convertido en un primordial mecanismo de construcción de las propias formas artísticas y, lo que es más importante, que ello está dando lugar a insólitas maneras de relatar. Así, el arte y sus métodos de exhibirse se habrían convertido en el laboratorio esencial de formas de construir la narración contemporánea, el lugar donde se estarían experimentando otros diseños.



¿En que consisten tales gramáticas y análisis de la narración en el arte? De modo general, acostumbran a ser experimentales a la vez que críticas con los modelos heredados de los mass media. Los artistas se interesan por modos de narración híbridos donde suelen confluir diferentes técnicas y lenguajes propios de los estándares y medios históricos de narratividad, como decíamos, previamente desviados. A ello lo acompaña un deseo por lo expresamente inconcluso y fragmentario, lo intermitente y difuso, lo encontrado por azar y por el error, en un baile donde la cotidianeidad, incluso en sus aspectos más triviales, se reúne a menudo con efectos teatrales, coreográficos, misteriosos o de divisa fabulosa o mitológica.



Esta muestra en el Centro de Arte Dos de Mayo en Móstoles trata de probar todo eso. Lo hace aplicando el mismo método experimental a su propio ordenamiento interno. En este sentido resulta notable una disposición de las piezas que, además de facilitar al visitante la escucha de los diálogos que se dan entre ellas, propone un recorrido no guiado, no lineal. Un desordenado orden coherente con la propia descripción que acabamos de esbozar. Pero el comisario Manen no se conforma con ello sino que, además, introduce un nuevo desplazamiento, una ampliación de su tesis, al proponer como catálogo de la muestra otra narración, a su vez derivativa y fiel al juego planteado en la misma. Martí Manen entrega como texto de apoyo un relato literario, novela bicéfala en la que a su vez van asomando muchas de las obras de la exposición, como si se tratara de nuevos personajes o de paisajes significantes.



En las salas de exposición lo que podemos ver y escuchar es un conjunto representativo y medido de obras de diez artistas que trabajan en ese campo de pruebas, sobre todo, mediante lenguajes audiovisuales y, en algunos casos, usando la fotografía y el contexto literario, periodístico o el libro como dispositivo. Obras de buen nivel y con casos concretos de un calado y potencia notables. Por ejemplo, la apabullante proyección en tres canales de The House, obra donde la finlandesa Eija-Liisa Ahtila (1959) trata uno de esos "dramas humanos", como ella los llama: una mujer transita de la estabilidad emocional y psicológica a una alteración que le hace confundir la percepción de la realidad. La historia oscila entre lo velado y lo explícito, entre lo realista y lo absurdo. O el imponente trabajo de la argentina Rosa Barba (1972), falso documental sobre un islote que se desplaza unos centímetros cada año y las investigaciones de expertos y reacciones de los habitantes en pos de su supervivencia. La información, como en la imagen surrealista, está mutilada y se entrevé un inaprensible mensaje en clave.



Los tres relatos en vídeo doméstico de la israelí Keren Cytter (1977) proponen un abanico de diferentes formas narrativas subvertidas. Sobresale la rítmica Something happened con sus personajes arrebatándose los papeles y líneas de diálogo, su referencialidad cinematográfica y su elementalidad técnica. En finca parecida, más humorística y doméstica, cultiva la alemana Lilli Hartmann (1976), especialmente en Bun in the oven, ese vídeo-western esquemático. El chipriota Christodoulos Panayiotou (1978) analiza la condición de construcción de la historia personal y colectiva.



Ya sabíamos de la potencia de A Room of One's own/A Thousand Libraries de la sueca Kajsa Dahlberg (1973) obra a partir de la fusión de las anotaciones de los lectores en mil ejemplares de Una habitación propia de Virginia Woolf sacados de bibliotecas públicas, hasta conformar un nuevo texto o subtexto y reformular la definición de libro como vehículo comunitario ajeno al autor. Algo más lejos, pero no faltos de interés, se encuentran los trabajos de la bilbaína Alex Reynolds (1978), especialmente en su documental desestructurado Le Buisson St. Louis, los del catalán Job Ramos (1974), mejor en la obra más elemental de la muestra, el pequeño texto Vecinos, y la combinación de dibujo y vídeo (y de sus respectivos sentidos temporales) de la alicantina Rosana Antolí (1981) todavía superior en intención que en efecto plástico. Una pena pero no pudimos ver la probablemente excelente Flash at the Metropolitan del tándem de las inglesas Rosalind Nashashibi (1973) y Lucy Skaer (1975). Compendio de intuiciones y una tesis argumentada.