No puedo volver a casa, 1977

Comisaria: Teresa Grandas. MACBA. Plaça dels Àngels, 1. Barcelona. Hasta el 23 de octubre.

La exposición arranca con un laberinto, una lábil estructura realizada en plástico transparente de color naranja en la que el espectador puede introducirse. A la luz de las obras que se exhiben en la muestra, esta figura implica una dimensión lúdica a la vez que valores muy presentes en el trabajo de la artista, como la experiencia, lo efímero, la ampliación de los formatos tradicionales… Pero, además, hay otro aspecto en este laberinto, que da título a la exposición, y que nos señala que lo que aquí hallaremos es una aproximación a la artista en toda su complejidad. Es luego, cuando calificaciones como la de conceptual asociada a Àngels Ribé (Barcelona, 1943) tienen que revisarse a la fuerza. Su obra se nos presenta como algo que no es lineal ni transparente, sino que posee, como los laberintos, múltiples derivaciones.



En el laberinto: Àngels Ribé 1969-1984 se propone estudiar la década de los 70 de esta artista, precisamente su periodo conceptual. Posteriormente -dicen- su obra vira hacia otras problemáticas. En aquel periodo, en París primero y en Nueva York especialmente, Ribé sintonizó con el espíritu de su tiempo. Abandonó los procedimientos tradicionales para experimentar con lo efímero, el cuerpo, la espuma, la sombra, la acción… Ella misma ha explicado que, precisamente, al no haber pasado por ninguna Facultad de Bellas Artes se había dirigido sin prejuicios al arte de innovación. Ribé se interesó de una manera espontánea por las esculturas de fieltro de Morris, los trabajos de Hans Haacke, Dennis Oppenheim o el Land Art…



Pero la renuncia al soporte tradicional no significa tanto una disolución o una negación, como otra manera de plantear la obra, susceptible de vehicular igualmente contenidos emocionales y simbólicos. Éste es el mensaje que sobrevuela la trayectoria de Ribé, por lo menos en sus piezas más personales. Hay en su trabajo una depuración, una sensibilidad por el silencio y lo inadvertido que, por su delgadez, resulta punzante como el filo de una navaja.



La exposición incorpora dos instalaciones, Esconded las muñecas, que pasan los ladrones y No puedo volver a casa, ambas de 1977, que son dos de sus trabajos más citados. Son piezas complejas y herméticas en las que explora sus fantasmas, un universo entre la palabra y la imagen que remite a la difícil poesía de Mallarmé, a un lenguaje simbolista que, con sus silencios, posee una particular fuerza evocativa.



El recorrido de la exposición quedaría incompleto sin mencionar una sala en la que Ribé recupera el soporte tradicional. Para algunos, representa una crítica al arte establecido. Para otros, al contrario, como el Cuadrado blanco sobre fondo blanco de Malévich, culmina su trayectoria de los 70. En todo caso, esperamos que se realice una retrospectiva de esta interesante artista, pues una lectura de conjunto alumbraría su interpretación.