Olney & Lawrence: Beautiful Agony, 2004

Comisario: Gerardo Mosquera. Teatro Fernán Gómez-Centro de Arte/ Fundación Banco Santander. Plaza de Colón, 4. Madrid. Hasta el 24 de julio

Es la gran exposición colectiva de PHotoEspaña y la encontramos, como siempre en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Un completo recorrido por 31 artistas que trabajan con el retrato como elemento de identificación y comunicación.

Con un centenar de imágenes de treinta artistas, Face Contact es la tarjeta de presentación de Gerardo Mosquera como director artístico de PhotoEspaña11, cuya aportación promete un incremento de miradas desde la escena poscolonial, comenzando por Latinoamérica. Pero, sobre todo, una concepción fluida de la gestión de la exposición como argumento visual, donde la ambición conceptual no va reñida con la claridad comunicativa, y el desarreglo hace gala en guiños y quiebros de un disfrute intelectual en abrir jardines que contagia al espectador.



Por eso, Face Contact desborda desde una perspectiva temporal: contiene obras desde los 70, pero las encontramos a mitad de recorrido, como un recordatorio de precedentes que modulan lo que serían opciones demasiado planas en el presente. No elige escuelas, sino que despliega abanicos formales. E incluso contiene la pequeña y ajena muestra "Quinceañeras" dentro de la propia exposición, a modo de excursus e inflexión hacia un planteamiento social que supera el retrato individual, para explorar la actualización del retrato de parejas y de grupo, e incluso paradojas en la personificación simbólica de valores e ideologías.



Comienza con una confrontación cara a cara, con los interrogantes que plantea el género del retrato después de su lectura conceptual: un diálogo elocuente y abierto al gran público que enuncia el cuestionamiento de la identidad desde la otredad y desde su revisión histórica. Y donde también asistimos a la crisis del sujeto, subrayando el vacío de su individualidad sustantiva y las posibilidades de su representación, así como al suspenso de su definición genérica y sexual. Un mosaico discontinuo que, más adelante, ejemplifica bien el panel-llavero con tarjetas de fragmentos de rostros del canadiense Jerôme Fortin. Podemos elegir, pero la imagen unitaria es imposible de reconstruir.



Lo igual y lo diferente, lo que nos une y lo que nos separa es la pregunta que queda indicada por la pieza humorística y en tono menor Una libra de fresas de Hans-Peter Feldmann. Y su resolución es sorprendente y valiente. Mosquera ha estado dando vueltas a la importancia del término inglés face (cara) en la cultura popular contemporánea, dominada por los nuevos medios de comunicación. Hablamos de interfaz, mientras Facebook es la red social más popular en la web, como traduce Mosquera: "literalmente, un libro de caras conectadas entre sí a escala global". Y en la web ha encontrado el sitio Beautiful Agony, donde los usuarios se inscriben para colgar sus orgasmos, a condición de registrar únicamente la expresión de su rostro. Entiéndase que no estamos hablando aquí de pornografía comercial. Como mucho, de registros dirigidos a amantes virtuales. Más bien, de un archivo, de un legado de jóvenes del siglo XXI. Generalmente, parece tratarse de sexo en solitario, quizás la experiencia individual más común en los seres humanos, incluso entre otras necesidades para la supervivencia como, por ejemplo, la alimentación, en principio más connotada culturalmente.



Pero en esta exposición se dan dos o tres pasos más: se discute la autoría y la definición de lo artístico. Y se lleva al límite el retrato como representación que nos mira mirar. La sala circular con una docena de monitores ofrece una experiencia colectiva distinta a la que se obtiene desde un ordenador personal, afirmando con rotundidad la quiebra de la barrera entre lo privado y lo público. En la sala magenta, es chocante compartir la visión de lo que acostumbramos a ver en directo, en la complicidad de la intimidad, y cuyo morbo incluso justifica la atracción sexual, por curiosidad voyeurística de cómo se distorsiona e ilumina el rostro de alguien, cuando se supone que no puede (ni quiere) controlar su expresión. ¡Y tantos a la vez! En el transcurso hacia la petite morte el vivir se define como la fusión entre sufrimiento y placer, y también a través de los pequeños acontecimientos durante, antes y después: espera, ansiedad, relajación. Al final, los chicos parecen morir, descansando con los ojos cerrados; casi todas ellas, satisfechas sonríen alegres ¿a quién?