Vista de la exposición con el cuadro Diamondftware en el centro

Galería Parra & Romero. Conde de Aranda, 2. Madrid. Hasta el 25 de marzo. De 2.400 a 50.000 euros.

La primera mirada de quien nunca se ha enfrentado al trabajo del alemán Thomas Scheibitz puede no revelar nada en exceso desconcertante. Conviene tener paciencia, pues no es una abstracción al uso. Sus obras son más complejas de lo que parecen y requieren, efectivamente, un esfuerzo algo mayor por parte de un espectador que deberá mirar siempre más allá de lo que ve.



Su exposición en la galería Parra & Romero de Madrid es el resultado de una extensa y minuciosa investigación realizada en el Museo del Prado en torno a la pintura de nuestro Siglo de Oro. Pero hay algo más, pues a esa reflexión se une el modo en que el pintor hace visible su propia experiencia vital, sus recorridos diarios y los incesantes estímulos que suscitan. Por el rabillo del ojo, durante un paseo matutino por el centro de Madrid, Scheibitz percibe un haz de luz frente a la trama racionalista de cierta arquitectura o queda fascinado ante el reflejo de una señal de tráfico en el cristal de un anodino escaparate. El papel que juegan estos pequeños instantes perceptivos son tan importantes como cualquier estudio en profundidad de un asunto concreto.



Desde muy joven, Scheibitz comenzó a coleccionar imágenes, que acumuló sin orden ni jerarquías, en la línea de Richter o Feldmann. Una de las obras en la exposición muestra una amalgama caótica de fotografías, un montón de retales que nunca generan un cuerpo cerrado porque su trabajo está armado a partir de un complejo sistema de asociaciones entre fragmentos que se imponen siempre a la totalidad.



Esta es, sin duda, una de las claves de su trabajo, la estrecha y fluida relación entre las imágenes basada en la "buena vecindad". No es fácil saber en qué dirección avanzan estas formas abstractas, o cuál es su punto de partida y su posible destino. Hay geometrías que pierden paulatinamente su rigor -sorprenden ciertas formas circulares que se tornan como afrutadas…- mientras que otros cuerpos, aparentemente orgánicos, se yerguen hieráticos, ofreciéndose a un múltiple y simultáneo escrutinio.



En esta línea encontramos el rastro de El Greco, su gran maestro español, y de su Vista y plano de Toledo, que Scheibitz lleva años investigando. En ella se reúnen muchos de sus intereses. El dibujo, en este caso arquitectónico, como germen de toda creación futura, la relación entre lo particular y lo general, ya explorada por el propio pintor cretense, y entre la idea y la forma... La respuesta de Scheibitz a El Greco parte de volúmenes exuberantes rotundamente delimitados que se disponen siguiendo un sistema de estratos y que tienen, en esencia, tanto de geométrico como de orgánico. Pero, claro, a diferencia de El Greco, que deja que la mirada se pierda en el tumultuoso horizonte de la ciudad, el alemán deja escasa opción a la profundidad regodeándose en el plano bidimensional.



En su persistente especulación en torno a la forma no podían faltar alusiones a la óptica cubista o la herencia surrealista. Deténganse ante un cuadro titulado Diamondsoftware. ¿No ven acaso la ductilidad de las formas de Jean Arp y el acento melancólico de De Chirico?