Image: Ángela de la Cruz, de luto por la pintura

Image: Ángela de la Cruz, de luto por la pintura

Exposiciones

Ángela de la Cruz, de luto por la pintura

After

16 abril, 2010 02:00

Vista de la exposición en el Camden Arts Centre

Comisario: Michael Asbury. Camden Arts Centre. Arkwright Road. Londres. Hasta el 30 de mayo.

Su historia es bastante particular, y dramática. Esta gallega de nacimiento llegó a Londres en 1989, y tuvo una carrera exitosa bajo la estela de Lisson Gallery, una de las galerías más potente del país. Hace seis años sufrió un derrame cerebral que la ha dejado inmovilizada en una silla de ruedas y con grandes dificultades en el habla. Aunque su cabeza está perfecta, y ha decidido retomar su carrera. Esta exposición en el londinense Camden Arts Centre es su vuelta al mundo del arte.

Los cuadros de Ángela de la Cruz son bulliciosos, tragicómicos y, en ocasiones, abyectos. Un lienzo sentado en una silla admira a su gemelo que cuelga de la pared. Las dos piezas son unos monocromos marrones y pringosos; la de la silla se encuentra destrozada a fuerza de intentar sentarse, con el bastidor partido y el cuadro embutido en el asiento. Self (1997) es un comentario humorístico sobre la ensoñación y el narcisismo, sobre las pinturas en tanto que objetos y las pinturas en tanto que imágenes; y también sobre las pinturas en tanto que seres. Absorta en su reflexión, la pintura mira a la pintura. Pero lo que vemos no son más que unas cosas hechas a base de madera, lienzo y pintura; es decir, algo parecido a un mudo mirando a otro mudo.

Podríamos ver la situación descrita como ejemplo de ese tipo de solitaria identificación que el artista a veces siente con lo que hace. Un día tras otro, el creador se sienta en su estudio, perdiéndose en la contemplación de su obra, encontrándose a veces también en ella; o creyendo que se encuentra en ella. ¡Quién sabe lo que pasa por la mente del artista cuando clava la mirada en su obra colgada en la pared! Todo un enigma. Self es una de las piezas más tempranas de cuantas se exponen en la nueva muestra de Ángela de la Cruz en Londres. Gran parte de la producción de esta artista contiene un marcado componente de bufonada. Son estos unos cuadros de precaria condición artística y cuya triste circunstancia es dramatizada como una suerte de estoicismo. Los lienzos aparecen rasgados o desprendiéndose de sus bastidores; sus superficies presentan cuajos, fruncimientos; a veces están manchados, otras, pulidos y brillantes como prendas para fetichistas. Sus pinturas se encogen e inclinan en las esquinas, o caen exhaustas por la pura tensión de mostrarse en público.

Otras pinturas utilizan los armazones sobrepintados de archivadores de metal y de compartimentos de antiguos armarios art déco. Una de ellas, Still Life, incorpora una vieja mesa de madera que durante años guardé en mi estudio y que regalé a la artista tras mi abandono de la pintura a mediados de los años noventa. Las patas asoman bajo un lienzo marrón grande y deforme. El conjunto se asemeja al cuerpo picoteado de un animal muerto.

Nacida en Galicia en 1965, de la Cruz ha pasado la totalidad de su carrera artística en Londres. Esta pequeña y hábilmente comisariada revisión de su trabajo es la primera que se presenta en una institución pública británica. Cuando la conocí, trabajaba en un estudio tan pequeño y atiborrado que no resultaba fácil distinguir dónde empezaba y dónde terminaba su obra; un lienzo estrujado, arrancado de su bastidor y arrebujado bajo su silla podía, de hecho, ser una obra acabada. En el suelo de la sala vemos algo que nos parece una bolsa de basura negra, un lienzo negro arrugado. Se parece a nada, y así es como se titula: Nothing. ¿Cuándo se convierte la nada en algo?

En una esquina hay un gran lienzo blanco, Homeless, como un niño castigado. La pieza, de grandes dimensiones y de un monocromo blanco roto, emerge como una especie de apoteosis de una larga historia de pinturas blancas de otros artistas -la pureza del cuadrado blanco sobre blanco de Kazimir Malévich; los expurgados blancos de los acromos de caolín de Piero Manzoni; o la larga carrera que Robert Ryman dedicó casi en exclusiva a las pinturas blancas- reinterpretadas en la obra de Ángela de la Cruz en forma de comedia de situaciones embarazosas. Una tradición de higiene estética que se ve sustituida aquí por un descuidado pictoricismo. Un segundo lienzo casi blanco y más reducido ocupa otra esquina consiguiendo, casi, eludir la mirada. Se titula Ashamed (Avergonzado).

Escribí por vez primera sobre Ángela de la Cruz a propósito de Larger Than Life, un gigantesco cuadro que pintó para el suelo de la sala de baile del Royal Festival Hall. El sorprendente despojo, que parecía estrellado contra el suelo de la sala como en un aterrizaje forzoso, era -la artista declaró- como una enorme mujer que, incapaz de bailar, se hubiera caído sobre la pista. Podríamos ver gran parte del trabajo de Ángela de la Cruz como una respuesta a toda esa cháchara sobre la muerte de la pintura que periódicamente se apodera del mundo del arte. La pintura estará muerta, pero no deja de levantarse. Justo al contrario de lo que sucede con la de Ángela de la Cruz, que sí se queda tumbada, o peor: se desploma, se desparrama sobre el suelo y aparece destripada. Sin embargo, por cómico que sea su trabajo, siempre ha exhibido un cierto aire de vulnerabilidad. Su creación es tanto una escenificación de la locura de la pintura como una especie de obra autorretratística. Lo que inevitablemente nos remite a la propia Ángela de la Cruz: al cuerpo de la artista y al corpus de su obra. Deseada por espacios expositivos de toda Europa, en 2005, cuando se encontraba inmersa en la organización de una gran muestra en Lisboa (y en las conversaciones previas a esta exposición) fue víctima de una hemorragia cerebral. En coma durante meses, dio a luz a su hija. Su convalecencia ha sido lenta y, seguramente, nunca se recuperará del todo. El año pasado logró reanudar su trabajo.

Una de las piezas más recientes en la exposición consiste en una silla de plástico y metal de esas que nos encontramos en cualquier sala de espera. Con las patas cedidas, la vemos despatarrada en el suelo, como vencida bajo el peso de alguien. Se trata de una lúgubre declaración. Otra pieza nueva, Hung, consiste en un simple rectángulo blanco con un borde oscuro. Perfectamente pintada, Hung nos devuelve la mirada como lo haría un rostro, otro yo. Pero hay algo extraño en ese bastidor oculto tras la tela, algo que deforma la propia superficie haciéndola más humana.