Image: Ghobadi acusa

Image: Ghobadi acusa

Cine

Ghobadi acusa

“La vida en Irán es especialmente insoportable para los artistas”

16 abril, 2010 02:00

Un momento de Nadie sabe nada de gatos persas.

Tras Las tortugas también vuelan, el iraní Bahman Ghobadi regresa a las pantallas con Nadie sabe nada de gatos persas, excelente producción que le ha obligado a abandonar su país.

Todas las tiranías se parecen pero cada una es espantosa a su manera. Bahman Ghobadi (Baneh, Irán, 1969) es uno de los directores de cine más reconocidos del panorama internacional. En 2000 se llevó la Cámara de Oro en Cannes por A Time for Drunken Horses y en 2004 se alzó con la Concha de Oro por la soberbia Las tortugas también vuelan, sobre la que cinco años después dice, con cierta doble intención, "que merecía más premios". Repitió dos años después con Half Moon.

Ahora estrena la película que lo ha obligado a abandonar Irán: Nadie sabe nada de gatos persas, en la que ofrece un horizonte vitalista y trágico de la peripecia de dos jóvenes músicos (un chico y una chica) que quieren dar un concierto con su grupo de indie rock (la etiqueta no deja de ser curiosa) en Londres. Entre la mirada documental y la denuncia tranquila pero enérgica, el filme ofrece "un retrato de esa inmensa parte de la población iraní que está harta de vivir bajo el régimen de los religiosos", asegura el cineasta en el jardín artificial de la estación de Atocha de Madrid.

Ghobadi, bajito y con aspecto de hombre de campo algo melancólico, es un artista rabioso y valiente que actualmente vive en el vecino Iraq, expulsado de su país, en el que están encarcelados varos miembros de su familia, entre ellos su novia y su hermano. Tuvo que rodar su última película en la clandestinidad como única terapia para una depresión que duró tres años y que casi lo lleva a las puertas del suicidio.

Artistas frustrados
Tras conocer a los músicos Ashkan Koshanejad y Negar Shaghaghi (sus nombres reales se mantienen en el filme) decidió plasmar su propia vida de artistas frustrados en un Irán en el que la censura y las leyes islámicas alcanzan un grado de surrealismo trágico: "El 90% de la película tiene un tono alegre. En el cine de mi país no se ve cómo la gente, y muy especialmente los jóvenes, sufren a todas horas al Gobierno. El humor es la única vía de escape".

Los músicos de Nadie sabe nada de gatos persas se adentran en un proceso que Ghobadi conoce bien, como con los interminables trámites burocráticos para lograr permisos. "Los protagonistas son músicos pero también podrían ser cineastas o escritores, la vida en Irán es especialmente insoportable para los artistas. Si nos dejan sin libertad de expresión es como si nos mataran", afirma muy serio. Ghobadi asegura sentirse preocupado por el estado de salud de Jafer Panahi, otro ilustre de una cinematografía que hace unos años brillaba con letras de oro gracias a nombres como Kiarostami o Makhmalbaf. "No sé si Panahi podrá sobrevivir al no poder rodar. Su salud se deteriora", dice el director kurdo.

En Nadie sabe..., muchos espectadores descubrirán lo poco que conocemos de ese Irán que Ghobadi señala como el "real". Los protagonistas son jóvenes de aspecto moderno que no desentonarían en cualquier club de moda de Nueva York, Berlín o París. "En Irán hay más de tres mil bandas de música para las que resulta dificílismo incluso ensayar. Dar conciertos se está convirtiendo en una quimera". Ghobadi, que distribuyó la película mediante dvds gratuitos en su país, dice que ya no tiene miedo, y aunque ha temido por su vida, no piensa dar marcha atrás. Aunque, eso sí, también tiene dardos para Occidente: "Sois un pueblo que ha sufrido y ha logrado grandes gestas. Sin embargo, detecto una falta de respeto absoluta por el pasado y una instrumentalización comercial del arte mayor. La prisa os está matando". Su voz y su cine vibran desde hoy en las carteleras para intentar mostrar la realidad de su país.