Image: Una incompleta Bienal de Pontevedra

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Exposiciones

Una incompleta Bienal de Pontevedra

Sin fronteras. Convergencias artísticas hispanomagrebís

24 julio, 2008 02:00

Instalaciones de Jamila Lamrani.

Comisario: Abdelkrim Ouazzani. Museo Pontevedra y Pazo da Cultura. Pasantería, 2-12 y Alexandre Bóveda, s/n. Pontevedra. Hasta el 7 de septiembre.




Comenzaré por la que seguramente es la mejor pieza de la Bienal, formal y conceptualmente: los 72 silencios propuestos por Xosé Freixanes. En la sala central del Pazo de la Cultura de Pontevedra se alzan textos solapados por imágenes que versan sobre la extinción. En estrecha complicidad con Chantal Maillard, el artista gallego sitúa como eje de su obra expandida una frase del libro más reciente de Maillard, La tierra prometida: "Lo que no hemos oído nombrar no existe para nosotros; y esto tiene una consecuencia lógica: si no existió nunca, ¿cómo podría extinguirse?". El texto, que destaca sobre una pared dorada, contrasta con el abigarramiento de las otras paredes llenas de textos que conforman identidades tapadas por imágenes que velan así una parte de la historia. Como esos pueblos que desaparecen para construir chalets o parques temáticos, Freixanes nos habla de la extinción de las culturas, acompañándolo todo de un murmullo que en su desesperanza se convierte en grito, en herida desgarrada.

Seguramente, ese solapamiento de una tradición, de una cultura, le ocurre mediáticamente a una Bienal como la de Pontevedra, que ya alcanza su edición número treinta y que ha tenido un sentido crucial para el desarrollo del arte en Galicia. Por la Bienal de Pontevedra han pasado artistas que hoy se presentan como fundamentales para releer el arte contemporáneo internacional y ese sentido y tradición demanda una atención y apoyo por encima de errores y/o citas desafortunadas. Ahora que las bienales se han convertido en una especie de juegos olímpicos del arte y que su profusión acaba por restar relevancia a muchas de ellas, resulta importante reivindicar el papel que ha jugado y debería jugar una bienal como la de Pontevedra, aunque en esta ocasión entiendo que se trata de una bienal con muy poca fuerza que en muchos casos roza un sentido amateur y que sorprende por su carácter conservador. Personalmente, creo que ésta es la peor edición de las celebradas en los últimos catorce años, que son las que pude contemplar de primera mano.

Los motivos de esta aseveración son claros. Por un lado, un montaje soso y bastante cuadriculado, sin alegrías ni sorpresas, negro como el tono dominante de las obras que destilan un gusto muy concreto del comisario Abdelkrim Ouazzani. Por otro, un mensaje demasiado abierto en el título (Sin fronteras) que se esfuma en el momento en que tratamos de destilar los temas que se supone afrontarán las obras: emigración, interculturalismo, globalización… Todo se queda a medias, como si fuese abordado con cierto miedo. Por último, si aplaudimos la buena noticia de que se trata de artistas poco conocidos -representantes de los tres países centrales del Magreb (Argelia, Marruecos y Túnez) y siete artistas españoles-, sorprende la baja calidad de las propuestas que, como he señalado líneas atrás, parecen en algunos casos de mero aficionado. Poco se habla de fronteras, de límite, de religión y, en definitiva, de los problemas de las personas en este universo sin fronteras.

Naturalmente, algunas obras brillan dentro del tono gris. Pienso en la inteligente propuesta escultórica de Carlos Rodríguez Méndez, que convocó para la inauguración a personas mayores de 55 años que midieran 1’55 en una sala del Museo para ser parte de una acción que nos habla de restos, de medida, de cuerpos, de lo vivido y de un territorio invadido. También en la ambigua instalación de colchones de Félix Fernández, en la pintura correcta de M’barek Bouhchichi o los dibujos de Abigail Lázkoz. Mientras, en su relación con el espacio, destacaría la instalación de bloques de cemento de Kader Attia, capaz de crear un interesante efecto óptico, sobre todo desde fuera del museo. Pero en general, aún cuando las obras rozan lo correcto, semeja faltar cierta sutilidad o frescura a la hora de concretar su formalización. Eso sucede en la obra de Nadia Kaabi Linke que pinta un muro y un juego de construcción y destrucción de su propia instalación al permitir al espectador llevarse barcos de papel y sustituirlos por otros; el site-specific de Safa Erruas que interviene en la pared simulando un dibujo, o la instalación de hilos de seda de Jamila Lamrani que trata de sugerir la noción de territorio, de barrera. Estas tres últimas propuestas procuran alcanzar un sentido poético pero les falta sobre todo eso, la tensión propia de la poesía.

Entre tanto, quien sí consigue aunar esa mirada tensa con el tema propuesto, haciéndolo de un modo sutil que puede pasar desapercibido ante tanta mediocridad teñida de negro es la obra de Nicène Kossentini, que trabaja a partir de su ciudad de nacimiento para conformar un ejercicio crítico sobre lo que considera fallido en su desarrollo. Así, partiendo de una triple proyección dominada por un primerísimo plano de un ojo que ve borroso, desvirtúa la realidad actual de su ciudad de nacimiento -Sfax- para modificar y mejorar lo que no le gusta. El título del trabajo, Miopía, enfatiza esa sensación de impotencia de no ver lo que se tendría que ver. Una política de resistencia desde lo mínimo.

En conclusión, que ante la expectativa de una Bienal de Pontevedra curiosa y marcada por el multiculturalismo, con el actualísimo Magreb como protagonista y con puesta de largo del nuevo Museo de Pontevedra, de dimensiones espectaculares en un centro de estas características regionales, nos encontramos ante una decepcionante propuesta que esperemos no empañe la importancia y el apoyo que debe de tener una cita como ésta que desde siempre ha estado marcada por cierto rigor conceptual.