Image: Juan Vida o la melancolía

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Exposiciones

Juan Vida o la melancolía

10 mayo, 2000 02:00

"Naturaleza de invierno", 2000. Técnica mixta sobre lino, 195 * 175

Galería Almirante. Almirante, 5. Madrid. Hasta el 15 de junio. De 200.000 a 1.200.000 pesetas

Juan Vida nació en Granada en J 1955 y sus primeros pasos como pintor (a finales de los setenta) están documentados como un esfuerzo por conectar con lo internacional, o al menos, como una serie de gestos pictóricos que querían romper con el cerco de lo conocido por todos, con el cerco de la provincia y de sus arquetipos. Aquel pintor granadino comenzó, así, en los primeros ochenta, siguiendo el camino de una abstracción radical, inspirada en los expresionistas abstractos norteamericanos y en la obra de José Guerrero. Juan Vida necesitaba (como muchos de sus contemporáneos) ser moderno a toda costa y hacía una pintura deudora con la obra de otros: aprendía renunciando, razón por la que, quizá, su pintura se hacía aún más provinciana.

El camino recorrido por su obra desde entonces se define ahora mejor que nunca. Las nuevas pinturas, sobre lienzo y papel, permiten comprobar tal proceso; un camino que va haciéndose con paso firme desde principios de la pasada década y cuyo desplazamiento ha consistido en un progresivo arrinconamiento de las ataduras formales propias del que sólo buscaba ser moderno.

La liberación que ha sufrido la obra de Juan Vida se transparenta aquí de manera que ésta se ve definitivamente dotada de una forma propia mediante la cual una narrativa del fragmento aparece, a modo de collage involuntario o muy sintético, sobre fondos anegados de pintura y de texturas matéricas. El lenguaje de Juan Vida sigue siendo dual en su aplicación pictórica. Los fondos de sus obras (vistas evocadas de tierras de cultivo, arrabales, perímetros de viejas fábricas, salinas, estanques, ríos, bosques, montes, caminos...) se construyen a partir de un cuidadoso ejercicio de acumulación de masa en el lienzo o en el papel. En estas últimas obras tales fondos, aunque conservan cierta cualidad espacial, de paisaje, en definitiva, son empujados un poco más hacia lo abstracto y lo irreal por detalles como esos punteados de colores vivos, o las manchas circulares que aparecen en algunas obras.

Sobre ellos vuelven a estar (como ha sucedido durante los últimos diez años) los detalles reconocibles de la memoria, rescoldos poéticos de una serie de temas universales que en este caso tienden también más a lo indefinido y borroso. Así, las figuras humanas habituales en su obra de los noventa, los paisajes de las fábricas abandonadas y de los pueblos andaluces, se han visto sustituidos en buena parte por nuevos temas relacionados con la vida de los animales salvajes. Y, sin que estas nuevas representaciones dejen de ser las ilustraciones de libro escolar, los simulacros de inocencia que eran, si hay aquí un cambio, un viraje que no es sólo de asunto figurativo.

Estos animales vuelven a ser de cromo infantil, de cómic, de lámina de enciclopedia, de paisaje de caza, pero en ellos la habitual narrativa fragmentada de Vida ha desechado en buena parte ciertos aires metafísicos (Hooper, De Chirico) para subrayar una emoción quizá más auténtica: la de lo irremediablemente melancólico.