Un Jardin d'Hiver, 1974. Fotografía de Matteo Monti

MAMbo. Don Giovanni Minzoni, 14. Bolonia. Hasta el 6 de mayo.

La primera retrospectiva de Marcel Broodthaers en Italia lleva el sello de la comisaria española Gloria Moure. Una gran exposición del artista belga que, con decisión y lucidez, discutió la validez del museo y se enfrentó a su solemnidad tradicional.

Gianfranco Maraniello, a quien conocimos en España en la exposición de Gilberto Zorio que comisarió para el CGAC hace un par de años, me cuenta que la investigación sobre la idea misma de museo es la piedra angular del programa que viene proponiendo desde que asumió la dirección del Museo de Arte Moderno de Bolonia. Bajo esa luz, han pasado por aquí un buen puñado de artistas que han querido ceñirse a las particularidades del lugar desde una perspectiva próxima a la crítica institucional. Ahora, de la mano de la comisaria española Gloria Moure, se presenta la primera exposición retrospectiva en Italia de Marcel Broodthaers (Bruselas, 1924-Colonia, 1976), uno de los artistas referentes de la segunda mitad del siglo XX por su capacidad de reelaboración del lenguaje artístico.



Resulta insólito que se haya obviado la figura de Broodthaers en el país transalpino hasta ahora, teniendo en cuenta los vínculos que mantuvo con uno de sus artistas señeros, Piero Manzoni. En cualquier caso, nunca es tarde si, además, el MAMbo se ciñe con precisión a su ideología programática a través de uno de los artistas que, con mayor decisión y lucidez, discutió la validez del museo, una institución que ya en los 60 ocupaba, como decía Johannes Cladders, un lugar propio en el "banquillo de los acusados". Director desde 1967 del Museo de Mönchengladbach, Cladders fue cómplice y mentor del Musée d'Art Moderne Département del Aigles, uno de los grandes proyectos de Broodthaers, en el que trabajó sin descanso entre 1968 y 1972 y con el que desmontó toda convención vigente. En él, el artista se enfrentó a la solemnidad del museo tradicional con la retranca heredada de Duchamp, revisó a la baja el rigor académico a través de la libertad y el vuelo de la poesía y cuestionó su orden estático con una metodología orgánica e imprevisible, sujeta siempre al fluir azaroso de las ideas.



El museo de Broodthaers fue enriqueciéndose con la suma creciente de secciones. En una de ellas dedicada a trabajos audiovisuales (Section Cinemá) que tuvo lugar en Düsseldorf, el artista presentó sus películas junto con el atrezzo utilizado en sus rodajes, objetos como sillas, mesas o mapas como si fueran obras de arte en sí mismas. ¿No les suena? ¿No vemos esta práctica en multitud de artistas en la actualidad? Lo vimos en la reciente individual de David Maljkovic en Viena, en la que sólo exhibió la arquitectura que da cobijo a sus filmes, y lo vemos en todo el trabajo de Emily Wardill y en el de tantos otros.



Un poeta entre Mallamé y Magritte

Broodthaers antes de Broodthaers fue poeta, librero, fumador y bohemio. A finales de 1963 decidió dar un paso drástico y dotó a la poesía de forma e imagen. Cogió un paquete de 50 ejemplares no vendidos de su último libro de poemas y los embadurnó de yeso creando una escultura informe y rara. Hizo lo propio con un poema de Mallarmé, cuya lectura negó otorgándole visualidad solamente, un espacio suyo y propio. Acudió también a Magritte, algo inevitable, pero no desde la perspectiva surrealista y sí desde la reflexión en torno a las palabras y las imágenes, que saltaban sistemáticamente de soporte en soporte, reventada ya toda noción jerárquica. Es algo que se ve con claridad en sus filmes, que exploran esa compleja relación como en Le Corbeau et le Renard, con toda la parafernalia textual y formal que arrastra consigo,o la maravillosa La Pluie, en la que el texto es sólo una ilusión imposible.



Gloria Moure ha situado a Mallarmé y a Magritte al principio de esta exposición boloñesa del artista belga, subrayando sus respectivos roles inspiradores en una decisión tan sugerente como lógica. Pero el arranque verdadero de esta muestra es una reconstrucción del célebre Un Jardin d'Hiver, una pieza que fue instalada en 1974 en el Museo de Bellas Artes de Bruselas que también marcaba el inicio de una exposición retrospectiva. La pieza revela la vocación escenográfica del trabajo de Broodthaers y constituye un gran acierto curatorial. Macetas con palmeras recorren el perímetro de la sala. De sus muros cuelgan grabados ampliados con motivos de fauna. Un proyector, en el centro de la sala, lanza sobre una pantalla imágenes de una versión anterior de esa misma pieza, que había sido montada en ese mismo museo en el marco de otra exposición nueve meses atrás y en la que Broodthaers había introducido un camello. La situación de este espléndido trabajo en circunstancias similares parece querer continuar esta secuencia. La instalación entorpece el paso al resto de la exposición en lo que constituye una enconada maniobra visual, algo que el artista acostumbraba a hacer en sus montajes.



Un Jardin d'Hiver resume muy bien el universo de Marcel Broodthaers y lleva muchos de sus intereses hasta su límite. La relación entre idea y espacio, las diferentes dimensiones temporales, el salto entre la percepción del museo como lugar del arte y la de un contexto más proclive tal vez a la experiencia... La constante reelaboración de los vínculos entre los signos, las palabras y las cosas, se dan aquí con calculada precisión. Un trabajo deslumbrante.