“Si no hubiera un mínimo soplo de arte, un cierto sentimiento poético, a lo más habríamos hecho buena construcción, no arquitectura”. Estas palabras definen bien la personalidad de Julio Cano Lasso, figura clave en la renovación de la disciplina del siglo XX en nuestro país. Se ha cumplido ya el primer centenario de su nacimiento y la Fundación Telefónica le dedica Cano Lasso. Arquitectura telefónica, una muestra con los proyectos que hizo para la empresa entre los años 60 y 70. La Estación Terrena de comunicaciones por satélites de Buitrago, Fuentelarreina y las centrales de la compañía en el barrio de la Concepción de Madrid y en Torrejón de Ardoz son ejemplos de lo que el visitante podrá ver hasta el próximo 31 de octubre.

La muestra no quiere ser un reconocimiento nostálgico de su figura sino una cita que divulgue su pensamiento y su obra entre las generaciones que no conocen su trabajo. Lucía Cano Pintos, hija del arquitecto y fundadora del estudio Selgascano, cuenta que durante el fin de semana su padre se recluía en su estudio a leer, a dibujar, a pensar. “Era una persona sencilla y austera en términos materiales pero sentía mucha curiosidad por saber, por investigar”, asegura. Allí observaba la luz que entraba por la ventana o la lluvia que golpeaba sobre el cristal, minucias que él denominó “los detalles humildes” y que “están presentes en su casa estudio, su obra más personal”. Desde este espacio íntimo desarrolló las bases de su trabajo que luego extrapoló a sus proyectos. 

Entre las características de la obra de Cano Lasso está la sostenibilidad y el cuidado de la naturaleza. En este sentido la frase “la tradición no es adorar las cenizas si no alimentar el fuego” resume, según el arquitecto y crítico de El Cultural Enrique Encabo, su manera de trabajar, “su conexión con la historia y la arquitectura del momento y lo demuestra en proyectos que demandan una gran capacidad de innovación”. Para él, el trabajo de Cano Lasso para Telefónica se puede dividir en dos familias: la arquitectura con espacio exterior y las centrales, lugares más funcionales en los que trabaja con la carcasa del edificio.  

Uno de los proyectos para Telefónica fue la Estación de comunicaciones por satélite realizada en Buitrago de Lozoya en 1967 junto a Juan Antonio Ridruejo. En este trabajo tuvieron muy en cuenta el material constructivo y su integración en el paisaje, una de las obsesiones de Cano Lasso, para el que “la arquitectura colaboraba con la naturaleza”, recuerda Encabo. Aunque este lugar ya no es una estación de satélites, la empresa le ha dado una nueva vida y lo ha convertido en un espacio para el intercambio de conocimientos. 

Cano Lasso dibujaba de manera incansable, “encarna el entendimiento creativo, el cuidado a la ciudad, la atención al detalle, el amor por Madrid y por toda la arquitectura española”, afirma Manuel Blanco, director de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. En la misma ciudad intervino en las viviendas de la calle Basílica y junto al acueducto pero también en el barrio de la Concepción, donde se construyó una central telefónica, que aún hoy sigue en funcionamiento. Este bloque de ladrillos se encuentra rodeado de viviendas y mantiene su aspecto de castillo moderno sin apenas ventanas y 16 torres de ventilación. “Construir estos volúmenes desnudos es un goce para el arquitecto”, dijo Cano Lasso. Su proyecto no fue un mero capricho si no que, como dice la fundación, obedece a las especificidades del propio espacio para la ubicación y mantenimiento de los equipos. Por eso, creó espacios diáfanos internos con condiciones especiales para el aislamiento del polvo, la temperatura y la humedad.

En el caso de la central de Torrejón de Ardoz, realizada entre 1970 y 1971, el arquitecto se adaptó a los criterios de Telefónica: sencillez y economía. De modo que el edificio es una masa de ladrillo visto que se levanta como una muralla para el que buscó inspiración en las antiguas fortalezas de ladrillo castellanas. Esta solución responde a que Cano Lasso “no resuelve con heroísmos, también lo hace con materiales humildes”, destaca Encabo. A pesar de que algunas centrales son menos conocidas, estas “demuestran el interés que tenía de trabajar con el ladrillo y además de ofrecer un servicio técnico también denotan cierta belleza”, amplía el arquitecto. 

Y es que, según su hija, “Cano Lasso no trataba de imponer nada, era muy receptivo y escuchaba”. Era una persona permeable a la que le movía la curiosidad, la investigación y el aprendizaje. Estas características se pueden observar en los proyectos para Fuentelarreina, en los que también trabajó con Juan Antonio Ridruejo y que se pueden ver en la muestra. En los años 70 la empresa buscó trasladar su sede a la calle Fuentelarreina con la idea de crear un campus empresarial para agrupar todas las oficinas de Madrid. Sin embargo, la crisis económica de 1973 paralizó el proyecto. “La primera maqueta se presentó en 1968 y el concurso se falló en 1971. A lo largo de esos años va evolucionando y vemos cómo en la segunda propuesta hay menos edificio y más paisaje. Las piezas se van fundiendo, crea curvas de nivel y va puliendo su propuesta”, asegura Encabo. En definitiva, las dos maneras de entender la arquitectura de Cano Lasso remiten al campo y a la ciudad, “dos mundos en los que trabaja de manera muy acertada”, concluye.

“Su figura todavía no se ha descubierto y no se ha valorado lo suficiente su categoría como arquitecto”, se lamenta Alberto Campo Baeza. Entre sus influencias, detalla el prestigioso arquitecto, estaban tanto Alvar Aalto como Mies van der Rohe. Sin duda, aclara, “era un arquitecto de primer orden que se adelantó a muchos preceptos como la sostenibilidad”. Algo que, matiza Campo Baeza, él siempre ha defendido que responde a la lógica y al sentido común. 

@scamarzana