Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Vista exterior del conservatorio y escuela de idiomas en Melilla

Tras una década continuada de trabajos, el arquitecto madrileño Ángel Verdasco acaba de terminar en Melilla un complejo educativo (conervatorio, idiomas y escuela de adultos) que pretende servir de puente en una sociedad diversa.

La línea entre España y Marruecos resulta, desde el punto de vista económico, la más desigual del mundo, pero Melilla no es tanto una ciudad de frontera como una frontera hecha ciudad. Su forma urbana refleja las diferentes expansiones de la inicial península amurallada (Melilla la Vieja) en una serie de asentamientos militares. En las colinas y llanos que se extienden al norte del monte Gurugú coexisten cuatro culturas: musulmana, cristiana, judía e hindú. Es aquí donde, en 2008, el arquitecto madrileño Ángel Verdasco (1967) decidió presentarse a un concurso. Con el país en crisis, a Verdasco le brotó un primer premio en la solapa.



De entre las muchas cuestiones que puede suscitar este complejo, quizá una de las más interesantes sea la definición de su carácter público. Aquí no se refiere tanto a la fuente de financiación como a su propósito. El nuevo edificio aglutina, en el solar de un antiguo mercado, distintos servicios culturales y educativos: un conservatorio, una escuela de idiomas y un centro de formación para adultos. Verdasco mantuvo la antigua fachada -un par de naves abandonadas que aún arrendaban la memoria del vecindario-, vació el resto e hizo crecer el programa hacia arriba. Más que imponerse al entorno, el edificio sirve de encuentro entre dos cotas físicas y sociales: los flecos del burgués ensanche modernista y el caótico trazado del Monte María Cristina, un barrio mayoritariamente musulmán con un notable índice de desempleo. Los 8000 m2 se organizan en tres volúmenes diferentes (uno para cada uso), y los más espigados (el centro de idiomas y el de adultos) se conectan con las calles del barrio alto mediante pasarelas. Aunque el proyecto se identifica por un sobretodo común, una celosía de rombos inspirada en la rejería original del mercado, son los huecos hexagonales con los que el patrón horada la fachada los que expresan un vínculo más sutil, al transparentar el reflejo coloreado de las aulas que dialoga con el caserío. Por muy nuevo que sea, el edificio es de todos.



Vista interior del conservatorio y escuela de idiomas en Melilla

Tras la exhibición exterior, un visitante casual puede quedar sorprendido por la lógica espartana de los interiores. Ese pragmatismo, aliviado por puntuales destellos de ingenio, como el patrón estrellado de escayola en los vestíbulos de acceso, resulta una decisión valiente, en tanto refuta esa querencia demagógica -y promovida, sobre todo, por los propios arquitectos- que museifica la arquitectura pública a partir del dispendio espacial o tectónico. El Antiguo Mercado se propone como una opción realista y, sin embargo, pese a las necesidades que venía a subsanar, ha tardado una década en hacerse sólido, tras una horda de ajustes y la quiebra de un par de constructoras. A España le dio tiempo a ganar un Mundial en África antes de que Verdasco viese realizado su encargo; la suerte, en arquitectura, es un cáliz de esta guisa. Compromiso es una palabra gastada, pero el autor parece haber entendido las crisis de su propio proyecto -la simplificación de la trama de fachada, la corrección del trazado de las pasarelas o la búsqueda de materiales baratos- como oportunidad para construir una necesaria identidad común. Las tribulaciones de un edificio apoyado en principios tan incontestables y la obstinación necesaria para llevarlo a cabo deberían incitar a la reflexión. Aquí la convivencia no es opcional.