Image: Una coda para el Euskalduna

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Arquitectura

Una coda para el Euskalduna

30 mayo, 2014 02:00
Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

La ampliación del Euskalduna en primer término

El Palacio Euskalduna de los arquitectos Soriano y Palacios se construyó en 2000 como oportuna respuesta al modelo Bilbao. Tras quince años, los autores vuelven a la ría sin caer en la tentación de imitarse a sí mismos, lejos de facsímiles o nostalgias estériles.

Un relato apócrifo señala al Palacio Euskalduna como una eficaz anomalía del sistema. En el concurso de 1992, los miembros del jurado, quizá divertidos por el muy bilbaíno lema El buque fantasma... naturalmente, otorgaron el primer premio a un par treintañeros convenientemente inexpertos, Federico Soriano y Dolores Palacios (Madrid, 1961 y 1960). Es muy posible que quedasen seducidos por la vibración poética del gran casco de acero corten, una caja escénica fondeada sobre los antiguos astilleros del Nervión, y apostaran así por ellos como respuesta autóctona al Guggenheim de Frank O. Gehry. Salió bien y comieron perdices: el proyecto se acabó en 2000 y otorgó premios y prestigio a sus autores.

El tiempo pasa y tras casi quince años, el Euskalduna, como nuestras propias esperanzas milenaristas, necesitaba un impulso renovado. Como bien explican sus arquitectos, las necesidades funcionales de un palacio de congresos han cambiado algo en este devenir; en épocas de convenciones y sponsors las áreas de intercambio necesitan de unas superficies que revelan a los antiguos vestíbulos como insuficientes. Para remediarlo, se ha levantado un nuevo volumen que colmata la alineación con la Avenida de Abandoibarra, añade 6.000 m2 de superficie al conjunto e introduce una nueva sala multiusos de 400 plazas de capacidad.


Imagen del nuevo vestíbulo

Al crecer, el Euskalduna no intenta ocultar sus costuras, sino que opta por la adición de piezas independientes y perfectamente diferenciadas. "Lo que he aprendido es: hazlo de manera intuitiva, no como creas que tiene que ser para cumplir con lo anterior", dice Soriano. Se trata, en realidad, de conocerse a uno mismo: nuestro aprendizaje no se basa sólo en la reproducción imitativa de los gestos que observamos, sino en una comprensión más profunda de las intenciones del otro. Por ejemplo, empezamos a hablar cuando entendemos, más allá de copiar una mera colección de sonidos, cómo aplicar los matices de un contexto y tono a un discurso. Análogamente, una buena forma de evitar el pastiche en arquitectura consiste en captar los procesos que conducen a la forma sin vincularse a las formas mismas. Si se atiende a la propia mecánica interna del proyecto se establecerán relaciones de semejanza con lo preexistente sin caer en la literalidad. El Euskalduna, por tanto, no se amplía, sino que cambia de estado: sus distorsiones y trazados oblicuos mantienen la entropía del edificio original; las nuevas salas parecen haber sido sorprendidas in fraganti, abandonadas durante un instante por los operarios de los astilleros. Esta impresión se traslada a la cubierta -una fachada más, dado el desnivel entre la calle y el solar-, donde la disposición de los materiales rememora una maderada fluvial con sus gancheros ausentes, quizás buceando en el vestíbulo.

La obra de Soriano y Palacios también nos interroga sobre otro cambio: el de nuestra relación con los tiempos de la arquitectura. Quizá el Euskalduna era lo que necesitaba una ciudad aún ignorante de su propio papel en la arquitectura por venir. Desde entonces, el efecto Bilbao ha sido sacralizado y demonizado por igual, y carece aún deveredicto ecuánime. De la misma forma, la propia tipología de auditorio ha degenerado en MacGuffin político, pasando a ser convenientemente escrutada por una mayoría silenciosa. Bilbao estuvo antes y llega después de todo eso. "Nuestra historia es el material de construcción del futuro", dijeron los arquitectos a finales del siglo pasado, sin saber cuán acertados estaban.