María Cantó
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Un cuadro oculto durante décadas ha reescrito la historia del arte contemporáneo. El Retrato de Elisabeth Lederer, pintado por Gustav Klimt entre 1914 y 1916, ha sido vendido recientemente en la casa de subastas neoyorquina Sotheby’s por 236,4 millones de dólares, convirtiéndose en la obra de arte moderno más cara jamás subastada y la segunda más valiosa de todos los tiempos, solo por detrás del Salvator Mundi de Leonardo da Vinci.

Contra todo pronóstico, Klimt ha superado a Andy Warhol, y a su retrato de Marilyn Monroe, Shot Sage Blue Marilyn (1964), que se vendió en Christie's en Nueva York en 2022 por 195 millones de dólares, y también a Picasso y su Les femmes d’Alger (Version O), que alcanzó los 179,3 millones de dólares en 2015.

Más allá del precio, ¿qué hace tan especial a este retrato? El caso de Elisabeth Lederer, protagonista del lienzo, es inseparable de la historia europea reciente.

Hija de una de las familias judías más influyentes de la Viena de principios del siglo XX y mecenas de Klimt, Elisabeth fue el segundo miembro de la familia Lederer en ser retratado por Klimt, después de su retrato de 1899 de su madre, Serena.

Después de la anexión nazi de Austria en 1938, la familia Lederer se vio obligada a huir y su valiosa colección artística fue requisada.

Para librarse de la persecución antisemita, Elisabeth logró acreditar ante las autoridades que era hija biológica de Gustav Klimt, lo que le otorgó un certificado de "sangre germana".

Esta identidad inventada, apoyada por una declaración formal de su madre y la asistencia de un ex cuñado bien posicionado en el régimen nazi, le permitió permanecer en Viena, donde fallecería a causa de una grave enfermedad el 19 de octubre de 1944.

Tras ser confiscada, la obra permaneció fuera de la vista pública hasta su reaparición, primero en la colección privada del magnate Leonard A. Lauder y, ahora, como objeto de especulación y de fascinación internacional.

En palabras del historiador del arte Kelly Grovier, “la extraordinaria historia de la obra difumina la realidad y el simbolismo en un tapiz visual ricamente cargado, cuya intriga se extiende dentro y fuera de la superficie del cuadro”, escribe en un artículo de la BBC.

Klimt es célebre por su Período Dorado, concretamente por piezas como El beso o el retrato de Adele Bloch-Bauer. Sin embargo, en este lienzo, la opulencia formal deja paso a una paleta fría y a una mezcla de influencias menos evidentes.

Retrato de Elisabeth Lederer, Gustav Klimt.

El vestido de Elisabeth, largo y perlado, aparece decorado con motivos que evocan tanto la estética oriental como el mundo de la biología microscópica: "Dentro del diseño de la elaborada túnica y vestido de Elisabeth, Klimt tejió una encantadora conspiración de formas”, explica Grovier.

Estos elementos no son casuales. Klimt frecuentó círculos científicos y asistió a conferencias de anatomía, contexto que influyó en la integración de motivos celulares y formas biomórficas.

Para el historiador, “la joven parece una mariposa a punto de romper su crisálida”, lo que conecta el legado pictórico con la biografía de la retratada, marcada por la necesidad de reinventarse para sobrevivir a la persecución racial y política de su tiempo.

A pesar de que el mercado del arte lleva años mostrando signos de agotamiento y muchas subastas pasan desapercibidas o no alcanzan los precios esperados, este retrato demuestra que hay excepciones.

En un mercado ansioso por iconos y piezas con identidad, Klimt responde a todos los requisitos. Su nombre es valor seguro porque la escasez de obras semejantes en el circuito público multiplica el deseo y el precio pagado cuando, como ahora, aparece un cuadro único.