Una carta de amor a la fotografía. Cada imagen que descubre el ojo de José Guerrero (Granada, 1979) es sintética, esencial, minimalista; parece buscar la belleza desesperadamente, pero sin que se note, con una falsa humildad. Disfraza sus fotografías de geometrías y escalas, de juegos entre la ficción y la realidad, pero lo que busca, en el fondo, es la imagen sublime. Y la consigue.
Destila sus paisajes desdeñando la figura humana, un estorbo para la contemplación de la infinitud. Conecta con la tradición del paisaje romántico del tiempo subjetivo, con la memoria e historia de los lugares que disecciona.
Y no puede evitar trasladar a ellos, discretamente, su pasión por las estructuras y los materiales, ya que se formó en Arquitectura Técnica y trabajó hasta 2002 en la empresa Ferrovial-Agromán como jefe de producción. Es entonces cuando decide abandonar los planos de hormigón por los de luz, y comenzar a estudiar fotografía en la Escuela de Arte de Granada, una vocación verdadera.
A propósito del paisaje es su retrospectiva más importante hasta la fecha. En ella recoge su trabajo entre 2003 y 2025. La muestra, incluida en la programación oficial de PHotoEspaña, reúne algo más de 130 obras que repasan dos décadas de investigación sobre el paisaje a través de seis grandes series: Horizontes, Roma 3 Variazioni, Carrara, Brechas, BRG y GFK.
Guerrero transita desde los prosaicos campos de Castilla-La Mancha hacia la abstracción de glitch digital (un error o anomalía inesperada en un sistema o dispositivo digital).
Su poética es liminar: desplaza sutilmente lo arquitectónico por lo geológico y lo insignificante hacia lo majestuoso.
La serie Horizontes (2009-2012) abre el recorrido expositivo acercándonos a la tradición decimonónica del paisaje –ese agreste páramo castellano, evocador del espíritu cervantino– pero lo renueva desde la ausencia de la presencia humana, y desde una feliz contención; la del encuadre perfecto, la luz tamizada y la cadencia del color.
'La Mancha #01, #02', 2009. Colección particular. Foto: © José Guerrero, VEGAP, Madrid, 2025
Las líneas del horizonte cercenan los cielos y las tierras, siembran los ocres en dos mitades casi exactas.
Esta dualidad cielo-tierra es un anclaje constante en la obra de Guerrero, capaz de adentrarse en las entrañas de la roca –por ejemplo, en Roma 3 Variazioni (un vídeo, casi un análisis, un ascenso desde las profundidades de la tierra hacia el cielo, producido durante su paso por la Academia de España en Roma), en Carrara o en Brechas–.
Sus series y sus preciosos dípticos como el que forman las fotografías Sierra Nevada #11 y Sierra Nevada #12 (2015) funcionan como una pintura informalista de Clyfford Still, Karl Otto Götz o incluso el primer Rafael Canogar.
Guerrero cierra el objetivo de su cámara en busca de texturas y colores, como un pintor que traduce su obra a una paleta y a unas formas propias. Este cromatismo sorprende en la serie Carrara (2016).
El artista no se recrea en el níveo mármol de la cantera toscana ni en la genealogía de la escultura occidental –el David de Miguel Ángel nace de ese mármol–, sino que alude al coste geológico de la extracción.
Carrara es una serie majestuosa y turbadora que desplaza el cliché de la blancura impoluta de esta roca metamórfica evocando una reflexión más profunda: la oscuridad de las profundidades ocultas. Además, destaca su montaje sobre paredes ocres que intensifican esa sensación de viaje al centro de la tierra.
'Brecha #01', 2024. Del políptico Brechas I. Foto: Cortesía de la Galería Alarcón Criado © José Guerrero, VEGAP, Madrid, 2025
Seguimos atravesando cavernas y grietas en la elegante Brechas (2020–en curso). Como cantó Leonard Cohen en su tema Anthem, “hay una grieta en todo. Así es como entra la luz”. Las de Guerrero son luminosas y miran al cielo.
Tomadas en canteras calizas granadinas, las fotografías se elevan en contrapicados radicales: el paisaje se lee ahora de abajo arriba. Aquí el formato horizontal, históricamente propio del género, cede el cetro al vertical, reservado al retrato y la figura humana.
Entre sus series más reconocibles, BRG (2020-2025) confiere un papel esencial al color. En ella, la arquitectura del mexicano Luis Barragán dialoga con la pintura metafísica de Giorgio de Chirico.
Para ejecutarla, Guerrero construyó maquetas que luego fotografió al aire libre, logrando verosímiles efectos de espacio y atmósfera. Estas imágenes dislocan nuestra percepción: ¿contemplamos un edificio real, un juguete a escala o una pintura que se oculta tras la cámara? El juego ficción-realidad se lleva al extremo y podría prolongarse ad infinitum.
'BRG-071', 2022. Cortesía de la Galería Alarcón Criado. Foto: © José Guerrero, VEGAP, Madrid, 2025
Por último, la serie GFK (2024-2025) reflexiona a partir de la imagen generada digitalmente. Guerrero utiliza los errores de almacenaje del archivo de la cámara, los glitches cromáticos para producir enormes lienzos que evocan tapices.
Responde así a la profusión de imágenes digitales y a la devaluación de su formato. Sus paisajes (a propósito) devienen islas de contención. Sin excesos, ni artificios, se convierten en una sólida apuesta por lo esencial.
