Dice Sebastião Salgado (Minas Gerais, Brasil, 1944), cuando le preguntamos por esa energía que desprende con 79 años, que la vida es como una bicicleta: Si paras de pedalear, te caes. Él, desde luego, no ha bajado el ritmo y continúa con esas expediciones que le llevan desde hace mucho a los lugares más recónditos del planeta, esos que, aunque parezca imposible, continúan vírgenes.



Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1998, vuelve ahora a Madrid con Amazonía, un macro proyecto al que ha dedicado los últimos nueve años y que ha sintetizado en 200 fotografías, siete películas y una banda sonora de Jean Michel-Jarre que ambienta los sonidos de esta paraíso brasileño.

Nos lo cuenta con un acento que hace bailar hasta la última de las sílabas, que pronuncia en el Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa, en una pausa en el montaje de la exposición que inaugura el próximo martes, 13 de septiembre.



Pregunta. Después de recorrer con su cámara los lugares más recónditos del planeta, ¿ha sido difícil enfrentarse a un territorio tan vasto como es el Amazonas?



Respuesta. Es un proyecto que me tomó mucho tiempo de mi vida pero que ha sido muy especial. La Amazonía es ocho veces más grande que Francia y es un espacio de muy difícil acceso. He hecho 58 viajes para llevarlo a cabo. Conozco muy bien este territorio. Fui por primera vez en los años 80 y he podido comprobar desde entonces, en sucesivas visitas, cómo se está destruyendo. Después de Génesis tenía claro que debía volver.

"Prefiero el blanco y negro. Los colores vivos eran un obstáculo para captar la dignidad de las personas"



P. ¿Necesita mucha organización para realizar estos viajes?

R. Sí, hacen falta varias autorizaciones para sobrevolar y navegar la zona. No ha sido sencillo, pero ha sido necesario: es un espacio del planeta del que dependemos todos. Muchas de las lluvias que caen aquí vienen del Amazonas, son los llamados “ríos aéreos”. Necesitaba mostrar este tesoro para protegerlo y garantizar que no se destruirá, ni por extensión toda la Tierra.

Una de las imágenes de la serie 'Amazonias'

R. En primer lugar tenía que retratar la parte humana. Hay más de 200 tribus, con sus propia lengua y cultura cada una de ellas. Solo en la parte brasileña del Amazonas hay 102 grupos que no han sido contactados nunca. Después, tenía que enseñar los bosques, los ríos aéreos, el sistema de aguas -el más grande de aguas dulces del planeta-. He tenido que organizarme muy bien para dar una idea del Amazonas puro sin incluir la parte destruida. Solo la parte virgen supone un 82 % del total.

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P. ¿Y no ha visto mucha destrucción?

R. Sí, eso forma parte de otra exposición que circula por París, La herida. En esta muestra de Madrid solo quiero mostrar el paraíso.

P. ¿Le resulta más difícil fotografiar a personas o paisajes?

R. No, los dos pueden ser fáciles o difíciles. Para retratar a una comunidad tiene que haber una convivencia, un respeto, una integración… Pero con los bosques y la naturaleza ocurre lo mismo: hay que amarlos, comprenderlos… Se ha dicho durante mucho tiempo que somos la única especie racional pero es mentira, todas las especies vivas -animales, vegetales y minerales- son profundamente racionales. Hay que intentar comprender, vivir, respetar y tener mucho tiempo. A esta exposición le he dedicado 9 años, siete de ellos continuos.

"La fotografía no es objetiva, es profundamente subjetiva, es el punto de vista de su autor. En cada clic está mi vida"

P. ¿Cómo prepara estos viajes?

R. Hay que tener una gran organización. Viajo siempre con una expedición de 12 o 15 personas. Me acompañan dos hombres que saben vivir en plena naturaleza, cazar, subirse a los árboles, instalar campamentos en medio de la selva. Cuento también con un asistente de fotografía, un cocinero, uno o dos antropólogos que conocen las costumbres locales y me informan de los códigos, un traductor… A casi todos estos lugares solo se accede en piragua, y yo necesito cuatro, que me tienen que autorizar la Fundación Nacional de los Indígenas (FUNAI). Además, tenemos que ser autónomos en la manutención.



P. ¿Cuáles son los retos de aterrizar en estos territorios tan vírgenes?

R. Tengo la responsabilidad del comportamiento y control de todo mi equipo. Visitamos tribus en las que todos están desnudos, por ejemplo. Es muy serio. A esto se suma un aspecto técnico: mis cámaras, mi teléfono satélite, mi maquinilla de afeitar, mi libro, consumen energía y llevo paneles solares conmigo. Normalmente es el cocinero el que se encarga. También viajamos con medicamentos, casi con una farmacia, porque los indígenas no tienen anticuerpos para las enfermedades de fuera, ni nosotros para las de dentro. Nos hacemos un chequeo y pasamos una cuarentena antes y durante el viaje.

Una de las fotografías de la serie 'Amazonias'

R. Es muy relativo, de uno a cuatro meses. Sabemos el día que salimos, pero no cuando regresamos.



P. Volviendo a los detalles creativos, ¿por qué prefiere disparar en blanco y negro?

R. El color me encanta, lo utilicé mucho cuando trabajaba en agencias, pero me suponía gran sufrimiento. Los colores vivos me desconcentraban y eran un obstáculo para captar la dignidad de las personas. Cuando me pasé al blanco y negro todo se transformó en gama de grises y pude centrarme en lo que realmente me interesaba. Me daba paz. Además, cuando yo empezaba, las fotografías en color las revelábamos en diapositivas y solo se guardaban las buenas. Sin embargo, las imágenes en blanco y negro quedaban todas recogidas en una plancha de contacto, eso me ha permitido conservar toda la secuencia, la historia. Las revelaba yo mismo y las de color tenía que llevarlas a un laboratorio y no tenía dinero.

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P. ¿Cómo es su relación con la fotografía digital, a la que se pasó hace unos años?

R. Empecé en 2008, hace ya 15 años. Era un gran enemigo de lo digital pero hubo un momento en el que fue el único camino que encontré para no abandonar la fotografía. Después de los atentados del 11 de septiembre pasar por los aeropuertos se convirtió en un infierno de rayos X. Las películas se estropeaban. Recuerdo por ejemplo volviendo de Sumatra, que paraba en diez aeropuertos, es decir, diez peleas, y al final no podía más. Enfermé. Fue en ese momento en el que probé con lo digital y descubrí que la calidad era mejor que la de mi negativo. Tenía entonces que descubrir cómo hacer las impresiones como a mí me gustaba.



P. ¿Y lo consiguió?

R. Dedicamos más de un año a investigar cómo conseguir un negativo a partir del archivo digital. Toda mi vida he trabajado con una película Tri-X de Kodak, la que se solía usar en prensa, que no era de buena calidad, tenía mucho grano, pero era muy sensible. Cuando miraba una imagen perfecta hecha digitalmente inmediatamente echaba de menos el ruido. Un pequeño laboratorio de París consiguió trabajar mis archivos digitales con el grano del Tri-X. Así creamos un sistema que me ha permitido trabajar en el sistema moderno siendo un viejo fotógrafo.

"Estamos perdiendo nuestra memoria con esa diarrea de imágenes del móvil que acaban en la basura"

P. ¿Hay otros fotógrafos o artistas que le hayan inspirado?

R. Muchos. Me encantaba la luz de las pinturas de los hermanos franceses Le Nain, la parte social de Géricault, la fotografía de Cartier-Bresson, de Josef Koudelka, de Manuel Álvarez Bravo… pero nada de esto ha hecho mi obra. La fotografía es la historia de una persona, todas las herencias, las luces y las tempestades de la infancia, mis padres, la escuela, los amigos, la cultura… Nací en Minas Gerais, el estado más barroco de Brasil mi fotografía es profundamente barroca. Todo esto ha construido mi “aparato de ideas”. En cada clic está mi vida. La fotografía no es objetiva, es profundamente subjetiva, es el punto de vista de su autor.



P. Ese “aparato de ideas” que mencionaba marca una línea de trabajo muy comprometida...

R. Nací en un país subdesarrollado, viví hasta los 16 años en una hacienda en el campo a 8 horas a caballo de la ciudad más cercana. Migré a la urbe, me metí en los movimientos sociales de izquierdas… mi fotografía debía tener una coherencia con mi origen. Se dice mucho en esta parte del mundo que he fotografiado la miseria, pero no, yo he retratado el lado del planeta del que procedo, donde la gente vive con dignidad y eso que lo tiene muy difícil.

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P. ¿Qué le interesa provocar en el público que visita sus exposiciones?

R.  Tenemos que ser conscientes de que la vida en Madrid es una excepción. La gran mayoría del planeta está donde yo fui a tomar esas fotografías. Aquí todo es maravilloso, las infraestructuras, los museos… se han acumulado las riquezas de todo el planeta. En el caso de España se ha construido a lo largo de los siglos con lo extraído de Latinoamérica, o de África, en el caso de Francia. Intento mostrar en mis fotografías la dignidad del mundo, del pueblo, la belleza de una persona es su dignidad.

Una de las fotografías de la serie 'Amazonia'

P. Estamos en un momento en el que el discurso ecologista invade la actualidad, ¿cree que el arte puede exceder sus límites y provocar algún tipo cambio a través de la visibilización de todas estas cuestiones?

R. Con la destrucción del planeta nos arriesgamos a nuestra propia destrucción. Es el momento de que toda la sociedad, no solo los artistas que reflejan lo que está ocurriendo, tomen conciencia. 

P. ¿Qué opina de los cambios sufridos por la fotografía de los últimos años, desde el bombardeo de imágenes hasta su democratización a través del teléfono móvil? ¿Ha habido un cambio de paradigma?

R. No, el número de fotógrafos sigue siendo el mismo. La fotografía es el espejo y la memoria de la sociedad. Es un bien, un objeto que podemos tocar. Es el recuerdo de nuestra infancia. Con los teléfonos móviles se ha producido un cambio, acumulamos muchas imágenes pero no son fotografías, son otra cosa, son una forma de comunicación. Estamos perdiendo nuestra memoria en medio de esa diarrea de imágenes de móvil que acaban en la basura. Si hoy los niños no tienen su álbum. ¿Quién contará su historia?