Vivian Suter (Buenos Aires, 1949) vive en la selva guatemalteca desde 1982 y allí, cerca de Panajachel, sobre una antigua plantación cafetera, tiene su estudio. En este entorno tropical, sus obras se van mimetizando con la naturaleza y deja que esta actúe sobre ellas. A la intemperie los lienzos reciben el impacto de la humedad, se ensucian de lodo, se cuelan motas de polvo o se imprimen las huellas de las patas de sus perros. En este sentido, su obra “tiene mucho de autobiografía pero en el sentido de la vida y refleja su relación con la naturaleza”, asegura Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía.

Con su trabajo Suter cuestiona cómo se hacen las obras y también la forma de exponerlas. Ella trabaja rápido, a una velocidad de una obra por día, pero “su procedimiento es lento porque las cuelga en el exterior”, comenta Borja-Villel. A pesar de que Suter apenas sale de su taller y la pandemia, asegura, no le trajo ningún cambio, admite que su aparente aislamiento responde a un gusto personal. El Palacio de Velázquez, en el Parque del Buen Retiro, reúne cerca de 500 piezas que abarcan casi la totalidad de su trayectoria. 

Vista de la exposición. Foto: Museo Reina Sofía

Para Suter era importante instalar una serie de estructuras desde las que cuelgan las obras porque sus pinturas, que carecen de marco y de bastidor, “no se pueden colgar del techo”. La propia naturaleza de su obra hace “imposible mostrarla de un modo tradicional y por eso está todo entrelazado”, asegura el director. A ello se le suma un punto que la artista siempre tiene muy en cuenta y es que “se puede caminar por la exposición y sentirse como en un bosque”. Una exposición ideada no solo para ser vista, sino para ser habitada. 

De la ciudad a la selva

La artista nació en Argentina y durante su infancia solía jugar a esconderse entre las telas de la fábrica de telas familiar. La muestra en el Palacio de Velázquez evoca ese espacio e invita al espectador a jugar con en el espacio. En este sentido, Suter persigue un objetivo claro: “que el espectador tenga un contacto físico con las obras”, igual que lo ha tenido ella a la hora de ejecutarlas o sus perros cuando se posan encima. Sin embargo, la artista sostiene que la influencia de la Estampería Belgran, para la que su madre hacía los dibujos para las telas, ha podido ejercer una influencia “inconsciente”.

Vista de la exposición. Foto: Museo Reina Sofía

Con 13 años su familia se traslada a Basilea, ciudad en la que vive entre 1962 y 1982 y donde se forma, realizando allí sus primeras obras. Sin embargo, en la década de los 80 Suter decide emprender un viaje que le lleva por Norteamérica y Centroamérica, donde finalmente se establece. “No fue una decisión consciente, mi plan era volver pero durante el viaje me quedé”, explica. Su nuevo lugar de residencia desde que abandona Europa es Panajachel, una pequeña localidad de la selva guatemalteca cercana al lago Atitlán. No solo se enamoró del lugar, tuvo hijo y también por él decidió quedarse allí. “Pensé que crecer en la naturaleza sería mejor que hacerlo en una ciudad y para pintar, para mí, también lo era. Me permite concentrarme”, afirma. 

La naturaleza toma el pincel

Pregunta. ¿Cómo cambió su arte a raíz de su traslado a la selva?

Respuesta. Estaba buscando otra cosa, pensé que tenía que salir de las obras que no son cuadradas. En ellas hay mucha densidad y quería liberarme más. Además, son difíciles de transportar. Decidí pintar diferente y no tenía tantos materiales así que todo formó parte e influyó.

Vista de la exposición. Foto: Museo Reina Sofía

P. En sus obras la naturaleza juega un papel importante, casi podría considerarse coautora. En ellas vemos los frutos que caen los árboles, la lluvia, motas de polvo… ¿en qué momento decidió incorporarlo a su obra?

R. Cuando pasaron los huracanes Stan (2005) y Ágatha (2010) se inundó el estudio y estaba todo destrozado. En aquel momento pensé que me moría porque tenía algunas almacenadas en el suelo y otras colgadas y tenían las huellas del lodo. Cuando se secaron me gustó y decidí integrarlo. Así empecé a pensar diferente. 

P. Esto nos hace pensar en la relación que tenemos con la naturaleza y es que no podemos dominarla.

R. No podemos oponernos a la naturaleza, tenemos que ir con ella. Ella nos domina.

@scamarzana