Claudia AndujarCentro de Fotografía KBR. Fundación Mapfre

Avenida del Litoral, 30. Barcelona. Comisario: Thyago Nogueira. Hasta el 23 de mayo

La imagen de bienvenida al visitante en el Centro de Fotografía KBr en Barcelona es un paisaje de gran formato en la que la vegetación está teñida de un violento y artificial color malva. Se trata de la selva amazónica pero, con esta radical manipulación del color, se introduce un mensaje: la alucinación, lo onírico, lo fantasmático. En efecto, la inmersión de Claudia Andujar en las tierras ignotas del Brasil es –parafraseando a Joseph Conradun viaje al corazón de las tinieblas. Este viaje se realiza con la cámara fotográfica, una ventana al mundo desde siempre asociada a la reproducción objetiva y exacta de las cosas. Y, sin embargo, en el caso de Andujar la fotografía es un instrumento de exploración de lo invisible, del misterio. Más aún, esa atracción hacia el origen y hacia lo primitivo –donde la civilización y el racionalismo pierden su nombre– es un itinerario iniciático a las profundidades del yo. Un viaje equiparable a la ingesta de substancias alucinógenas que, como sucede en los rituales chamánicos, abre el alma y ensancha las conciencias.

Claudia Andujar (Neuchâtel, Suiza, 1931) creció en un cruce de fronteras y culturas, como es frecuente con las familias de origen judío emigradas por la presión del nazismo. Formada en los Estados Unidos, casualmente llegó a Brasil. Entre viajes de ida y vuelta, en la década de los cincuenta empieza a consolidar su carrera como fotoperiodista y fotógrafa. Era el momento dorado de los reportajes fotográficos y de las revistas ilustradas tipo Life, que también arraigaron –aunque por un breve tiempo– en este país. Sus referentes eran Robert Capa, Henri Cartier-Bresson, W. Eugene Smith…

El alucinógeno y la fotografía de Claudia Andujar, lo que ella buscaba, vienen a ser la misma cosa

En América del Sur, Claudia Andujar realizaba concienzudos reportajes –conviviendo incluso con sus modelos– sobre familias de diferente clase social, sobre la homosexualidad, las curas de los santeros, la inmigración campesina… que se muestran al inicio del recorrido de la muestra. Brasil la deslumbró. Para una joven de buena familia y buena educación que buscaba la aventura aquello estaba en el límite de lo bizarro y tenía que atraerle necesariamente. Pero hay más, en Brasil aconteció una revelación: en el corazón de la selva había una comunidad, la Yanomami, prácticamente virgen, incontaminada por la civilización occidental. Para Andujar aquella comunidad significa un mundo mágico, la recuperación de una sintonía con la naturaleza y unos valores que la civilización occidental había devaluado y deteriorado.

Acaso al inicio Claudia Andujar se aproxima a los Yanomami con criterios propios del documentalismo etnográfico, incluso con los principios y reglas de la fotografía de moda a la que ella estaba habituada. Así, a mediados de los años setenta del pasado siglo, Andujar realiza una serie de retratos individuales de jóvenes aborígenes de una belleza extraordinaria. Aunque con otro registro, me ha hecho pensar en las fotografías de Leni Riefenstahl de los Nuba del Sudán. Ambas series no tienen relación posible, pero buscan poner en valor el modelo, persiguen atrapar un ideal, una suerte de arquetipo. Las dos rinden tributo a la belleza escultórica de los cuerpos indígenas, a esas figuras casi totémicas, como esculturas de barro modeladas directamente en la tierra autóctona.

Los yanomami queman sus chozas comunitarias cuando emigran..., 1972-1976. © Claudia Andujar

Poco después, Andujar realizará extrañas fotografías ajenas a criterios esteticistas y con procedimientos muy personales que son las más interesantes de toda su trayectoria. No importa que la imagen resulte desenfocada o sobreexpuesta o tenga una composición dudosa. Si esto es así es porque su propósito es aproximarse al misterio, a lo que escapa a la mirada, lo oculto… De lo que se trata es de invocar los espíritus y hacerlos germinar del bosque. En este sentido, las series más significativas de esta exposición son aquellas que registran los rituales yanomamis de los difuntos. Ceremonias íntimamente relacionadas con la cultura y cosmovisión del pueblo Yanomami y que comprenden la ingesta de substancias alucinógenas, lo que Claudia Andujar experimentó, según su propio testimonio, en sí misma. No se trata de una anécdota. De alguna manera, el alucinógeno y su fotografía –o lo que ella buscaba en la fotografía– vienen a ser la misma cosa. Más aún, la exposición se complementa con dibujos chamanísticos realizados por miembros de la comunidad Yanomami que, como las fotografías –y acaso los alucinógenos–, exploran y son una manera de relacionarse con el misterio de las cosas.

La exposición, no obstante, posee una segunda parte: el paulatino –y dramático– proceso de destrucción y aculturación de la comunidad Yanomami por la presión derivada del desarrollo económico del Brasil. Proceso que Claudia Andujar, esta vez en su papel de activista y comprometida con la causa, registra realizando un trabajo de denuncia. Estas fotografías nos presentan una imagen muy diferente de las de sus primeras series sobre los Yanomami que comentábamos antes. Imágenes de la prostitución, la esclavitud laboral, las epidemias que nos muestran el verdadero corazón de las tinieblas: un agujero negro en el centro de nuestra civilización occidental.