Camarotes, 1948

El Museo Thyssen-Bornemisza dedica Figuras del exilio al artista alemán que tuvo que huir de su país por la presión del gobierno nazi. Su obra, trágica y sensual al mismo tiempo, que habla sobre el exilio y el dolor que este conlleva permite penetrar en el clima y la esencia de su momento histórico.

"La vida es un juego perdido de antemano", dijo Max Beckmann al acabar la guerra. Razón no le faltaba pero el artista alemán, contra lo que pueda parecer, no era "un pesimista convencional. Sus obras también son sensuales, vitalistas, eróticas y crueles", explica Guillermo Solana, director del Museo Thyssen-Bornemisza que le dedica Figuras del exilio, la primera muestra en España en más de 20 años. Con un corpus compuesto por 52 obras entre pinturas, litografías y esculturas la exposición, hasta el 27 de enero, permite penetrar en el clima y la esencia de su momento histórico. "Beckmann es el gran pintor de la historia del siglo XX y sus obras son el testimonio de los sucesos que van desde la primera a la segunda guerra mundial", sostiene Tomàs Llorens, comisario de la muestra. El exilio, por supuesto, marca un estilo que empieza a estar atravesado por metáforas y alegorías sobre la pérdida de la identidad. La primera sección se adentra en la vida de un Beckmann que vive y trabaja en Fráncfort antes de la Primera Guerra Mundial, unos años en los que empieza a ser reconocido como pintor. Sin embargo, con el ascenso del nazismo en 1933 es despedido de la escuela de arte en la que imparte clases, "los museos tienen que descolgar sus obras y sus futuras exposiciones son canceladas", recuerda el comisario.

Sociedad. París, 1931

En ese contexto se traslada a Berlín en "un exilio interior", donde adopta el tríptico como manifestación para enlazar la pintura germánica del siglo XX con el pasado gótico y renacentista. Allí permanece hasta que en 1937 ve que "es la estrella de una exposición de arte degenerado organizada por el gobierno nazi" en Múnich. Ese mismo día Beckmann decide instalarse en Ámsterdam y dar inicio a una segunda etapa de "exilio real". No solo lo hace "en clave histórica sino que refleja su concepción de la modernidad y la realidad". Así lo dijo él: "Lo que quiero mostrar en mi trabajo es la idea que se esconde detrás de lo que llamamos realidad... busco, partiendo del presente, el puente que lleva de lo visible a lo invisible". Por eso, la segunda parte de la exposición gira en torno a cuatro metáforas, y por tanto las obras se reparten en cuatro salas, que se pueden observar en su obra. La primera, Máscaras, habla de cómo para Beckmann "el exilio es una pérdida de la identidad", y, por ello, "se refleja a sí mismo como payaso, como acróbata, como músico". Se autorretrata asumiendo el papel de un actor, idea ligada con la percepción de que quien ha sido privado de su hogar también lo ha sido de su identidad. En la segunda, Babilonia eléctrica, reflexiona sobre la gran ciudad como lugar en el que la identidad se diluye. "La vida en la metrópoli, la ciudad confusa con su riqueza, es la Babilonia moderna donde se aniquilan las fronteras entre lo rural y lo urbano, entre el día y la noche". La luz de noche es algo nuevo para los campesinos y "supone una ruptura con las raíces", sostiene Llorens.

Tríptico Los argonautas, 1949-1950

Le sigue El largo adiós como sinónimo de muerte. Beckmann no regresa a su país natal, por el contrario, reside en Ámsterdam, París y Nueva York, donde encuentra una relativa felicidad. En los primeros meses de su estancia en la ciudad neerlandesa Beckmann alumbra Nacimiento (1937) y Muerte (1938), dos caras de la misma moneda en las que se ven concomitancias estilísticas y que, no obstante, vende por separado. Para el artista "el exilio es viajar para no volver y esto es parecido a la muerte, un adiós sin retorno". La simbología, por tanto, es parte de la obra de un artista que retrata la desolación de su tiempo y habla de preocupaciones metafísicas. Aunque sus obras también están tocadas por un pincel a ratos colorista con los que retrata figuras alegres y cotidianas. En este contexto el mar se convierte en otra de las metáforas vitales de su obra. Representa el viaje, el exilio, "el mundo y el tiempo, el lugar en el que todo flota pero nada permanece quieto, ese espacio físico que, a su vez, contiene lo desconocido". Durante año y medio Beckmann alumbra un tríptico al que va a llamar Los artistas y que empieza como una tabla individual. Más tarde añade las otras dos y, tras una noche en la que sueña con la leyenda griega le cambia el nombre. "Hoy por fin he acabado Los argonautas, dice el 27 de diciembre de 1950. Ese mismo día el artista muere de un ataque al corazón en Central Park. @scamarzana