Imagen de la campaña del Museo Thyssen para restaurar una pintura de Canaletto de su colección

Restaurar un Canaletto en el Thyssen, comprar un Daniel Canogar para el Museo Universidad de Navarra o apoyar los Encuentros de Arte de Genalguacil está ya en mano de todos. Son cada vez más las iniciativas que, tímidamente, están generando una cultura de apoyo a las artes.

Mientras el mundo del arte prepara la nueva temporada entre esperanzado y temeroso, atento a los movimientos del ministro de Cultura conducentes al desbloqueo de la prometida ley de Mecenazgo, nos fijamos hoy en el casi inexistente mecenazgo artístico español en su segmento más modesto, un ámbito en el que queda poco por inventar, aunque casi todo esté por hacer.



Hace ahora un año la Subdirección General de Industrias Culturales creaba la Unidad de Cultura y Mecenazgo, que en sendas jornadas de noviembre y junio pasados se esforzaba por animar a los agentes culturales a ensayar fórmulas de micromecenazgo y ponía en marcha distintos instrumentos para fomentarlo. A pesar de las dudas sobre si es esto lo que deben hacer los poderes públicos, de los que se espera más bien que subsanen la deficiencia presupuestaria y legislativa, la verdad es que la necesidad de levantar la participación y el patrocinio del segmento intermedio está bien detectada. El crowdfunding es un modo de generar sentido de pertenencia e implicación de los públicos que puede contribuir a incentivar el compromiso con la cultura que falta en nuestro país. Por eso, el micromecenazgo tiene interés más allá de su éxito en las campañas de financiación.



Sin embargo, las iniciativas son todavía escasas. Existen campañas en marcha lanzadas por instituciones como el Museo Thyssen para restaurar uno de sus Canalettos, que se propuso lograr 1.000 participaciones de 35 € y en tres meses ha superado ya el 90% de su objetivo. Le ha ido mejor que al Museo Sorolla hace tres años, que buscaba 43.000 € para comprar El almendro en flor y logró sólo 26.305 € (el resto lo aportó el Ministerio de Cultura). El Museo Universidad de Navarra ha ensayado también una fórmula de micromecenazgo para adquirir Sikkah Ingentium, de Daniel Canogar. De modo similar a como después ha hecho el Thyssen, la financiación total se dividió en 2.400 participaciones (correspondientes al número de DVDs que componen la pieza), de las que después de ocho meses de campaña se han cubierto 1.250. Por último, en pocos días esperamos el lanzamiento de la campaña del Museo del Prado para comprar Retrato de niña con paloma, de Simon Vouet, por un precio de 200.000 €.



Crowdfunding y galerías

En realidad, en países con sistemas artísticos más maduros que el nuestro, hace tiempo que el micromecenazgo funciona con normalidad. Instituciones como el Louvre o la National Portrait Gallery de Londres cuentan con exitosas campañas a sus espaldas. La novedad en estas plazas está siendo que el sistema se empieza a ensayar en ámbitos no públicos, o directamente mercantiles. De hecho, algunos medios lo presentan como una posible solución para los problemas de supervivencia de las galerías de pequeño tamaño.



Pionera en este aspecto está siendo la veterana y siempre innovadora galería neoyorquina Postmasters, que el pasado abril anunció una campaña a través de la plataforma de crowdfunding Patreon, especializada en creación artística. Según anunció Postmasters, su propósito era complementar el negocio basado en ventas yendo hacia un modelo híbrido, a medio camino entre lo mercantil y la creación de una comunidad. La campaña (accesible en patreon.com) ofrece diversos niveles de contrapartidas similares a las habituales en las asociaciones de amigos de los museos. Así, lanzó su campaña con el objetivo de lograr 2.000 suscriptores que aportaran un mínimo de tres dólares mensuales, lo que le daría un ingreso regular de 5.700 (descontada la comisión del 5% de Patreon). Después de cuatro meses de campaña el resultado todavía es modesto. 78 suscriptores suponen a la galería un ingreso mensual que apenas supera los 1.000 dólares (Artnet.com). La iniciativa de Postmasters ha sido secundada poco después por la también neoyorquina Theodore:Art y por la berlinesa Jarvis Dooney a partir del pasado mayo.



Aparte de las posibilidades de éxito, lo interesante del modelo es que obliga a la galería a una actitud hacia su comunidad orientada a reforzar el sentido de pertenencia, haciendo del espacio un lugar de encuentro e intercambio que invita a ir más allá de la visita ocasional. Acentuar lo local es útil como contrapeso a lo global y deslocalizado en un sistema del arte en el que la dimensión digital es siempre creciente. Como dice Tim Schneider en su reciente libro The Great Reframing: How Technology Will -and Won't- Change the Gallery System Forever (Kindle, 2017), caminamos hacia un modelo (bricks & clicks lo llaman algunos) en el que lo presencial debe evolucionar, proporcionando el contacto personal y la experiencia artística que la visita virtual no alcanza: galerías -y galeristas- amables, que inviten a entrar, en las que cualquier visitante ocasional encuentre motivo para volver y para aprender.



El micromecenazgo, que en nuestro país tiene ya recorrido en el ámbito de la música, el libro y el audiovisual, está pendiente de desarrollo en el mercado artístico. Existen plataformas especializadas en arte como Verkami o Goteo. A la primera acudió el verano pasado el espacio The Hug en Hortaleza (Madrid) para financiar el acondicionamiento de su local (y fue la plataforma escogida por el Museo Sorolla para su campaña). Goteo ha abierto recientemente la campaña para financiar los Encuentros de Arte de Genalguacil del año próximo, en peligro por la retirada de la ayuda de la Diputación. De los 70.000 € que necesitan, en un mes de campaña apenas se ha alcanzado el 15%. El resultado, hay que reconocerlo, no es demasiado alentador.



Sin columna vertebral

¿Merecerá la pena que nuestras galerías intenten un giro de modelo en este sentido? No parece errado pensar que sería deseable si, como se ha apuntado, pudiera ayudar a mejorar y a conservar un sistema del que las galerías son aún la espina dorsal. Si ellas pierden importancia, el mundo del arte pierde capacidad de educación y encuentro social. Con uno de los sistemas más débiles de nuestro entorno, demasiado dependiente del exterior, con cifras que no consiguen ser significativas (no figuramos en los informes internacionales), es urgente generar una cultura de apoyo a las artes. Y la responsabilidad es de todos. De los poderes públicos, sin duda, pero también de los medios (menos escándalos en ARCO o sonadas ventas en Sotheby's, que ocultan la realidad de una red que proporciona a nuestros barrios una agenda continua de exposiciones de entrada libre), y sobre todo de los propios profesionales del arte (artistas, comisarios y galeristas) con capacidad de incidencia social en su relación con los públicos. Pongámonos manos a la obra y dejemos que alguna vez el termómetro del crowdfunding nos tome la temperatura.